POÉTICAS PERSONALES: RODRIGO RAMÍREZ DEL ÁNGEL

 


A Ramírez del Ángel lo descubrí recientemente gracias a las buenas lecturas de la poeta Beatriz Pérez Pereda. 

En La Gualdra 616, Beatriz entrevista al autor sobre su novela Dinero para cruzar el pueblo, publicada en coedición CONARTE y Editorial Gato Blanco, pero antes ya le había leído una publicación en X donde mencionaba otro de sus libros, a la postre ganador del Premio de Cuento Corto Eraclio Zepeda, titulado Tesis de la soledad

El título me atrajo de inmediato porque resonó en un proyecto propio de larga datación (detenido para el caso) que se titula Teoría del amor. En ambos casos, el mío una supuesta novela, y en el de Rodrigo, cuentos cortos, el título evoca a un cierto academicismo, una propuesta textual, y personalísima, que indaga sobre la verdad de algo, quizá el amor en el mío, la soledad en la de él. Y, sobra decirlo, qué no acaso hay una conexión directa entre ese amor y esa soledad, posible puente entre soledad y compañía, y la relación, la única, entre soledades que quizá nunca dejen de serlo, no es así que el amor compensa a la soledad o que la soledad es la oscuridad donde el amor brilla. Quizá debamos preguntarlo seriamente.

En todo caso, el libro de Rodrigo se quedó en mi mente y ahora he podido leer algunos de sus textos. Si, como bien señalan otros, la soledad es el hilo que recorre los pequeños textos, no lo es en forma, pues ésta es variada y las temáticas se multiplican. 

En este breve espacio quiero destacar el cuento cienciaficcionero, pues me aficiono al género, donde un suicida habla con hologramas para salvar la vida al verse ofrecido un trabajo en el planeta rojo. 

Otro cuento, el de una mujer que llama a su madre cuando ya va de regreso al hogar de partida, me pareció narrar la tragedia entera de nuestro país, que por más que busca en el allá y la modernidad y el progreso, siempre vuelve a la raíz un poco más fregado de como se fue. Tuvo una efímera salida de la soledad, y sin embargo, incluso esperando un nuevo ser en su vientre, recae en la soledad donde sólo quedan nuestras fallas y pecados.

En fin, Rodrigo apenas apuntala su camino como escritor, pero ya muestra luces dignas de voltearlas a ver, así que les imploro busquen su obra y que sus lecutras sean felices y poco dolorosas y menos solitarias. 


¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Disto de haber sido un joven lector apasionado. Más bien, hubo puntos que me fueron forjando y acercando a las letras y que recuerdo: en mi temprana niñez en la que veía a mi padre leer el periódico y quise imitarlo leyendo El Principito; un poco más grande y por mi gusto por ciertos cómics y el dibujo que me hicieron recibir de regalo la colección completa de Mafalda que devoré una y otra vez; o a mi madre que en algún momento decidió leernos por las noches a mi hermano y a mí grandes novelas: leímos (y escuchamos) La isla del tesoro, Moby Dick, Las mil y una noches y con El retrato de Dorian Grey se acabó la recha porque había algo en aquel lenguaje romántico y decimonónico que nos desencajaba. Recuerdo, también, lecturas de la escuela: La metamorfosis de Kafka, o La pata de mono de W. W. Jacobs. Que en mi temprana pubertad me volví adepto a lectura morbosa de la colección enorme de revistas Selecciones que había en la casa. También había libros que yo veía antiquísimos en un par de libreros igual de antiguos pero nunca hubo (por suerte) una obligación de leer. Pasé tardes enteras viendo los lomos de esos libros de los que algunos títulos me llenaban de terror (en especial, pienso, La última tentación de Cristo de Nikos Kazantzakis, porque en esa edad todo lo relacionado con el catolicismo me recordaba al fin del mundo) o duda o curiosidad y en mi cabeza inventaba las historias que podían contener, cosa que aún hago en las librerías y que me permite entretenerme por horas sin comprar nada y, para molestia de mi amada esposa, comprar libros y nunca leerlos. A mis quince años, vivía en un exilio paterno en New Orleans y asistía a una escuela especializada en la enseñanza de inglés como segundo idioma (he escrito sobre esto en mi blog: pincherodrigo.mx) y un maestro obsesionado con la literatura norteamericana me regaló Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez en inglés. Me lo platicó a tal cabalidad antes de que lo leyera que cuando lo hice recordaba la pasión con la que me contó cada parte. Fue una especie de lectura compartida. El último punto que me terminó por decantar hacia la lectura y los libros fue otra lectura escolar: Pedro Páramo de Juan Rulfo.

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

Desde que recuerdo me gusta que me cuenten historias. Diría que mi tradición literaria está basada en el chisme. Pienso en mi madre y mis tías, con cigarros mentolados en sus labios y cartas en sus manos platicando de lo que le sucedió a tal o cual persona y yo, rondando como un satélite, siendo apenas un niño, deseoso de escuchar lo que dicen y jugar ese juego (y muy dentro de mí, fumar ese cigarro), y en general me lo permitían (lo permitible), hasta que era momento de hablar de temas que yo no debía escuchar y era relegado a la aburridísima compañía de mis coetáneos que disfrutaban su infancia, a diferencia de mí, que encontraba en la adultez alguna respuesta más llenadora aunque difusa. Y desde entonces, creo, he sido consciente del gusto que tengo por las historias, sus formas, las maneras que hay para contarlas. Sin saberlo, cuando veía Caballeros del Zodiaco o Remi, entendía bien los recursos que se utilizaban para tratar de hacerme llorar con el chamaco ese o celebrar con los héroes. Y fui descubriendo, poco a poco, que la mejor manera de contar un chisme está en la literatura.

 

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

Podría decir que el primer libro que en verdad leí por elección propia fue el que ya mencioné: Crónica de una muerte anunciada, y estoy convencido que lo que me inclinó a leerlo no fue el hecho de que un maestro me lo regalara, si no la emoción que había en su cara y palabras cuando me lo espolió, hablar del recurso que usó Gabriel García Márquez, de “arruinarnos” el final en la primera oración de la novela, me hizo pensar que había todo un mundo del que me estaba perdiendo

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

Necesito librarme de distracciones y con un cerebro débil como el mío, las distracciones pueden ser cualquier cosa (aprovecho aquí para mentarle la madre al perfeccionamiento incesante de las redes sociales a su capacidad de distraerme mientras me hacen sentir mal conmigo mismo). Necesito algo de silencio. Me es difícil leer con gente hablando a mi alrededor. Fuera de eso, me acomodo leyendo sentado, parado o acostado. Tablet, libro o computadora. Casa, calle o avión. Tristemente no puedo leer en carro, ni transporte público porque terminaría vomitado.

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Recién empecé a leer Adiós, muñeca de Raymond Chandler. Mi elección de lecturas es poco rigurosa. Una mezcla, más bien, entre necesidad académica, curiosidad y recomendaciones. Trato de ser lo más amplio posible en mi elección. También, trato, al menos, de leer de dos a cinco cuentos por semana y para eso Ciudad Seva es el templo al que peregrino.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

Creo que es difícil solo elegir a uno solo. Si tuviera que jerarquizarlo, quizá por haber sido la primera novela que me obsesionó y que básicamente traté de imitar en mi primera, pondría a Pedro Páramo. Pero de ahí, empatados en un dignísimo segundo lugar: La muerte de Iván Illich, Catedral de Raymond Carver, De repente un toquido en la puerta de Etgar Keret, Kitchen de Banana Yoshimoto, Manual para mujeres de limpieza de Lucia Berlin, Lo bello y lo triste de Yasunari Kawabata, Los miserables de Víctor Hugo, Ficciones de Jorge Luis Borges y el Marino que perdió la gracia al mar de Yukio Mishima. También pienso en Samanta Schweblin, Hiram Ruvalcaba, Jon Fosse (descubrimiento gracias al Nobel), entre otros tantos. Y quiero recalcar que ver Los Simpsons de manera compulsiva desde mi joven infancia tuvo en un efecto inconmensurable (espero que positivo) en mi literatura.

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

El cuento breve fue mi acercamiento natural a la escritura. Mis lecturas, mi déficit de atención y la crianza ya mencionada por Los Simpsons, me hizo un candidato preciso. Además de leerlo y escribirlo, disfruto teorizar sobre él, analizarlo, deconstruirlo y entenderlo. La novela es casi inevitable: al entrar a una librería, las secciones de literatura están dominadas por ellas, las grandes historias europeizadas, la idea del gran escritor que se soba la frente viendo un infinito de hojas de papel mal escritas y tachoneadas en el piso pensando en ese orden, en esa estructura, en esa línea temporal y arco narrativo que vaya a contar o recontar la nueva gran novela de su país o continente, como si fuera la gran titulación del escritor: sin novela eres amateur, no sabes nada de la existencia, apenas y vales la pena. Quizá de ahí venga mi deseo de escribir novela. O porque también disfruto cualquier forma narrativa de contar historias y más si el formato me ayuda a ampliarlas más. Pero de repente, pienso en Borges, que logró mostrarnos el universo entero, su virginidad apabullante y su malhumor en un solo cuento.

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

No solo estoy convencido que Un hombre sin suerte de Samanta Schweblin es uno de los mejores cuentos jamás escritos, sino que el personaje de la niña es uno de los más complejos e interesantes de la literatura universal. También pienso en la abuela de Un hombre bueno es difícil de encontrar de Flannery O’Connor. Me gustan esos personajes que pueden pasar de victimas a guardar un secreto soez a sentirse una con dios y de repente, abandonar a todo lo que se ama por sobrevivir. Disfruto jugar en la línea patidifusa de la moralidad, la supervivencia y el absurdo de un mundo que percibo repleto de violencia.  

 

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

Hay muchos primeros textos. En la primaria, de tarea, escribí un cuento que titulé Max y los juguetes, cuya trama era similar a algo que aún no existía: Toy Story. A mi madre le conmovió tanto mi capacidad creativa que le platicó a muchas personas de mi proeza. Tiempo después, mi abuelo se enteró de aquel cuento y me exigió con amenaza de castigo que le escribiera algo. Me topé con mi primer bloqueo y terminé escribiendo una copia de Aladdín. Lo titulé Aladón. Mis albores literarios no fueron muy prometedores. Cuando viví en EEUU, en el año 2000, me topé con algo novedosísimo en internet: los blogs. De inmediato abrí el mío, que resultó ser por mera casualidad el 15avo en español del mundo. El blog y ser leído, me obligó a escribir lo que escriben chamacos de 14 años, fanáticos de Nirvana y que sueñan con morirse a los 27. En mi incipiente y burdísima carrera de periodista, al terminar la universidad, mi primer texto publicado fue una nota sobre las bondades del aceite de canola que salió en diversos semanarios de las revistas de Milenio. Fue tan traumáticamente vacía esa escritura que terminé escribiendo sobre ello y mi renuncia al periodismo. Y así podría seguir con mi primer cuento publicado en una revista, o mi primera novela. Quizá la escritura es una seguidilla de primeras veces hasta que sucede la última. De ahí: silencio.

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

El año pasado tuve la oportunidad de que se reeditara Dinero para cruzar el pueblo, mi primer libro, y el trabajo requirió una relectura para corregir errores que hubo en la primera edición. En el proceso me vi tentado en reescribirla completamente. Habían pasado ya unos cuantos años de cuando la escribí y al leerme me di cuenta de que me siento un autor distinto, que las decisiones que tomé aquella vez, no las tomaría ahora. Pero me contuve porque creo que las obras se tienen que dejar ir. Existe un riesgo al escribir y buscar ser leído, y esto conlleva a una responsabilidad: el riesgo es de equivocarte, hacerlo mal, exponer ideas a medias o mal pensadas, la responsabilidad es la de asegurarte lo más posible de no hacerlo.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

A veces escribo de noche, cuando mi casa está en silencio, con mi esposa dormida a lado y mis perritas en mis piernas. A veces escribo durante el día con el zumbido de la lavadora que acompaña la bodega que finge ser mi oficina. Siempre en computadora. Tomo notas en mi teléfono. No me gusta escribir a mano. En verdad lo intenté (y alguna vez hasta compré una máquina de escribir porque pensaba que la profundidad la daba la etiqueta y no el trabajo).

 

¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

Comencé a escribir literatura algo tarde, por ahí de los 26, por lo que no tuve en realidad oportunidad de generar relaciones de amistad en mi juventud dentro del medio literario. Además de que en aquel entonces vivía en Monterrey, que pese a los intentos de algunos editores llenos de pasión y arrojo, no es la cuna editorial que algunos quisiéramos. Cuando decidí que escribiría y que me gustaría publicar una novela o un libro de cuentos, entendí que la única manera sería a través de algún concurso. Dinero para cruzar el pueblo ganó el Premio Nuevo León de Literatura en el 2020, que incluía su publicación y después gracias a una convocatoria de coediciones, logré, junto con Editorial Gato Blanco, que se reeditara; Tesis de la soledad ganó el Premio Nacional de Cuento Corto Eraclio Zepeda 2022, lo cual me permitió encontrarle hogar. Buscar editorial es un trabajo difícil. Por momentos se siente como si uno fuera un mendigo rogando por solo pedacito de pan. Los rechazos, también, pueden ser dolorosos, a veces hasta devastadores. Pero por suerte, he recibido buenos tratos por parte de los afables y excelentes editores con los que he trabajado, como Antonio Ramos Revilla, José Bernal, Abraham Vázquez y Daniel Rodríguez Zambrano, que han trabajado profundamente mis textos, algunos de ellos hasta entendiéndolos mejor que yo, y eso siempre se siente bien.

 

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Hay días, de esos que me despierto sin querer abrir los ojos y con dolor en la cadera por ser un anciano decrépito de 39 años, en los que pienso que la literatura está acabada y que Tik Tok o algún hijo de Tik Tok nos gobernará para el resto de los días, que ya nadie lee, o que solo se quiere leer tal o cual cosa que, casualmente, yo no escribo: una condena a un fracaso perenne por culpa del mercado o de un aparato idiotizante. El fin del libro, pues. Otras veces, hay días que despierto y siento que exagero, que soy un payaso y que las historias perduran, y que quizá no perduren de la manera que yo quisiera, pero ¿quién chingados soy yo para marcar ese camino? El libro contemporáneo tiene 585 años de existir y la literatura moderna como 420 años. Se ha declarado su muerte, su fin y su desencanto, desgracia, desaparición y destrucción casi desde que nació. Lo que sé y me digo aún en esos días fatídicos, es que la literatura como fenómeno cultural, estético, social y político va más allá de lo que yo quiera y desee y escriba y entonces, lo único que pido de rodillas y viendo al cielo con una lagrimita, en un sollozante rezo seguido por un clamor y exigencia a algún dios en el que no creo, o quizá a todos en los que no creo para no errarle, es que ojalá el futuro pretenda incluirme.

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

Siempre he dicho que no tengo el talento suficiente para escribir algo que no sea lo que sé escribir. Quizá haya algo de mentira en ello, pero poco me interesa el éxito (lo que sea que signifique eso) si no viene de un lugar honesto (lo que sea que signifique eso). Hay valor en toda la literatura: hasta la que no me gusta: hasta de la que rechazo y reniego. No considero que lo mío sea más o menos importante que lo de alguien más, entonces, no creo que deba de alterar mis búsquedas estéticas a lo que paute un mercado. Empecé escribiendo en internet y hasta hoy en día, no aparezco ni cerca en los radares de las editoriales grandes. Si este es mi mayor alcance, que así sea. Si mi esfuerzo y trabajo honesto me abre más puertas, estaré tremendamente feliz. Si más adelante, desaparezco y quedo en el olvido editorial, regresaré de dónde vine: a escribir en internet. El impulso incontenible que siento es por escribir, no forzosamente de publicar en alguna gran casa editorial. 

 

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

 No lo sé. Pienso en cuando leí la Casa que arde de noche de Ricardo Garibay: la sensación de asombro y mi subsecuente obsesión por imitar esa novela en mis textos por varios años. Fue tan importante, como lo han sido otros, que tengo grabado en mi mente el momento preciso en el que lo leí y cómo me sentí una persona distinta al terminarlo. Estoy convencido que los que escribimos lo hacemos, en diferentes niveles de consciencia, porque deseamos perdurar. Que dentro de 40 años nuestros libros aparezcan ante los ojos de alguien y lo trastoque de tal manera como yo he sido conmovido. Quizá por ahí va mi idea de legado.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Hay que leer mucho y sobre todo, leer bien: lo más amplio profundo y variado posible. Sí, hasta esos autores que no nos gustan por viejos o por jóvenes y que fueron personas deleznables o grandes personas. Esa es la base y sin ello, no tenemos nada. De ahí, abogo por dos grandes ideas: a) el respeto por el oficio: hay una tradición literaria milenaria y buscar escribir y publicar (de cualquier manera) debe de venir del más profundo respeto y reconocimiento a ella, y con esa misma devoción y admiración, debería venir el deseo de transformarla y hasta destrozarla. b) La mayor cualidad que debe de tener alguien que escribe es la terquedad. Pero debe estar bien enfocada: encontrar el punto de equilibrio entre la confianza que se puede tener en lo que se escribe y la humildad de que es perfectible. No se debe de confundir la terquedad con arrogancia ya que siempre puede aprender y mejorar. La terquedad reside en entenderse dentro de la escritura ajena y la propia para lograr el mejor texto posible. Si se recibe un rechazo, hay que trabajar más el texto e insistir. Si sigue habiendo rechazos, quizá es momento de abandonar ese y empezar otro. Pero siempre leer, siempre escribir y siempre buscar mejorar. Agrego: aunque hay que disfrutar y alejarnos de la idea del escritor maldito, no hay que distraerse con espejitos: habrá momentos en los que nos pueda ir bien con algún premio, beca o publicación, habrá momento frente a algunas cámaras y público que te harán sentir el centro del mundo, quizá, haya viajes, presentaciones, (un poquititito de) dinero, redes sociales, hasta gente que se te acerque para adularte, pero hay que mantener presente que el verdadero oficio, lo que en verdad estamos haciendo o al menos, intentando, es escribir. Lo demás es parafernalia.
 

 

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