POÉTICAS PERSONALES: HÉCTOR JUSTINO HERNÁNDEZ
Como muchos de los que ahora considero compañeros de letras, a Héctor lo conseguí en X. Quizá me gustó uno de sus posts, quizá una identificación con alguna recomendación literaria suya (quizá Balzac), quizá contactos en común que le daban 💛 y que entonces el algoritmo me lo rebotaba como importante, o quizá fue leerle, cuál fue que ahora no lo recuerdo, algún texto en el ciberespacio.
Quizá fueron los cuentos de Dimorfismo, que ahora descubro fue su primera recopilación de narrativa. De esa obra recuerdo algunos cuentos, uno en particular, De cómo se relacionan Martina y Canela, que me recordó a Luis Sepúlveda con su Un viejo que leía novelas de amor, tal vez porque el personaje principal es ya un señor de avanzada edad, pero sobre todo por la tropicalidad del escenario donde se desarrolla la historia, la selva y sus árboles y ríos, el calor y la sensación de humedad.
Hay algo de selvático en la escritura de Héctor, no sólo por ser de Verácruz, de la región de Córdoba y su abundante mata cafetalera, sino porque sus personajes también habitan los linderos de la civilización, proxenetas y trasvestis, ancianos, una mujer que da a luz en la serranía y muere con el primer llanto del recién nacido.
Además, Héctor se dedica al estudio literario, así que su obra encuentra filiación con otros escritores veracruzanos y del país, notablemente con el finado, y mágico, Sergio Loo.
Así que los invito a descubrirlo ya que además acaba de parir una nueva colección de cuento con una portada iridescente y bella, Acaso un descubrimiento en la mitad de la noche, publicado por Iridiscencias. Que sus lecturas sean felices.
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¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?
En mi casa familiar había pocos libros para elegir, casi todos le pertenecían a mi madre quien los acumulaba un poco en desorden. La mayor parte de la breve biblioteca se componía de diccionarios, recetarios, enciclopedias y volúmenes de temas diversos que iban desde “aprenda tae kwon do” hasta “los mayores misterios de la Tierra”. De literatura más bien no había nada, salvo un volumen deshojado de Esopo. Sin embargo, una de las esquinas del librero estaba destinada a tres o cuatro libros infantiles (nuevas versiones de clásicos o reinterpretaciones de mitos) que mi madre me leía antes de dormir o durante las flemáticas tardes de sábado. En el deslumbre por las historias, en mi diálogo con las ilustraciones que traían los libros, en la fascinación por las palabras que construían mundos encuentro el origen del amor por la lectura.
¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?
Creo que hubo dos orígenes. Fui un niño solitario porque era hijo único y casi no salía de casa, mi único entretenimiento eran los libros: así que leía todo lo que caía en mis manos, a veces sin entenderlo. Pero esta actividad solo ocupaba una parcela diminuta de mis horas. Tal vez el momento en que me dediqué con mayor voracidad a la lectura ocurrió durante la preparatoria, cuando supe que quería dedicarme a los libros. Muy pronto entendí, gracias tal vez a las redes sociales, que necesitaba conocer lo que ya se había contado para contar mi propia perspectiva, entonces me avoqué a leer de manera dispersa y sin orden. Como en mi hogar paterno no existía el hábito lector, no tuve un Virgilio que me guiara a través de las posibilidades que me iba encontrando. Leí casi por completo a Stephen King, devoré a Shakespeare, consumí fanfics en blogs, descubrí a Tolstói y me deslumbré con Michael Ende. Con el paso del tiempo me volví más selectivo, pero aquella variedad continúa presente en mis lecturas.
¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?
No estoy seguro de cuál fue el primero de todos. Pero en mi niñez me atraía la posibilidad de descifrar las palabras, el proceso por medio del cual el texto en la página se convertía en imagen mental. Tengo presente sobre todo un libro de versiones infantiles de mitos griegos. En él, Acteón era devorado por perros y Faetón era consumido por las llamas. Recuerdo la impresión que me dejaron las historias y mi búsqueda por leerlas una y otra vez.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?
Por lo general, mi proceso de lectura comienza aún antes de conseguir el libro. La elección es ya un primer momento de lectura. Dicha elección a veces está determinada por otras lecturas, a veces por recomendaciones, a veces por intuiciones y, en menor medida, por impulso. Tengo un pequeño espacio arriba de una vitrina donde coloco los libros que pienso leer a corto plazo (digamos un año o seis meses), de allí elijo mi siguiente texto; a veces quito libros, a veces agrego otros, ese es el único lugar de mi biblioteca que se encuentra en constante movimiento.
Por otro lado, pienso que es necesario quitarse la idea del libro como un objeto sacro. El libro existe para dialogar con él, para manipularlo y hacerlo nuestro. Cuando leo subrayo con lápiz, hago notas en las orillas de las páginas, corrijo las erratas y me peleo o disfruto con el autor. La cuestión es mantener un intercambio con el objeto para darle vida, para apropiarnos de su (pre)esencia. En cuanto al ambiente, lo prefiero en silencio, porque mucho ruido me desconcentra, pero no es una condición importante, igual leo en el autobús o en la fila de las tortillas. Por último, me gusta leer más de un libro al mismo tiempo, así si me canso de uno puedo ir a otro sin sentirme obligado por exclusividad. La variedad me permite también la amplitud de miras.
¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?
En este momento leo varios libros. Estoy haciendo una relectura de El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata, debido a que voy a hacer una exposición de ella en próximas fechas. Leo también Galería de títeres, la reedición publicada por Lumen de los cuentos de Pita Amor, un libro fascinante y necesario para no olvidar a la poeta mexicana. Empecé la novela Idos de la mente, de Luis Humberto Crosthwaite, muy divertida. Estoy en proceso de lectura (desde el inicio de año) de Los ensayos, de Montaigne, la obra completa, no llevo prisa. Por último, estoy leyendo Nada hago sin alegría, ensayo de Pablo Sol Mora, que me acompaña en la lectura montañesca.
En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?
Han sido varios en realidad y me es difícil nombrar uno, mi escritura es una amalgama de influencias, el amasijo de un cúmulo de nombres. Pienso, en Raymond Carver y sus cuentos minuciosos. Se me ocurre Jorge Luis Borges y su humor erudito. Admiro con profundidad a José Saramago. Soy fiel seguidor de Balzac. Amo El Quijote y siento una fascinación por El señor de las moscas de William Golding, y La presa de Kenzaburo Oé. Me gustan especialmente Yukio Mishima, Marguerite Yourcenar, Paul Auster, Brian Aldiss y Samuel R. Delany. En el plano mexicano actual, no puedo dejar fuera a Fernanda Melchor y a Sergio Loo. Todos ellos, por lo que se puede ver, son (o fueron, o han sido en algún momento, según el caso) narradores. Quizá porque la narración es el género al que me dedico. La razón de mis gustos, en general, se debe a que en los libros de los nombres que mencioné no solo existe cuidado por el lenguaje, sino también una pasión por la arquitectura narrativa. Amalgaman como pocos tres ámbitos que me parecen esenciales: estructura, estilo y amor por el texto.
¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?
Creo que a la mayoría de la gente le gustaba que le contaran historias cuando eran niños. Incluso en la edad adulta, la importancia del chisme, de la lírica popular, de las leyendas, radica también, quizá, en el gusto por los relatos. A mí, además de que me intrigaba conocer nuevas historias, también disfrutaba de contarlas. El gusto ha persistido a través de los años y lo más seguro es que me acompañe hasta la muerte. Entonces no creo que haya sido una decisión activa, sino más bien una vocación. No me concibo haciendo otra cosa; y aunque podría renunciar a publicar, considero imposible dejar de escribir. En algún momento, uno de mis maestros me dijo que debía preguntarme primero, antes de elegir este camino, si existía en mí un impulso irrefrenable por contar la historia. Yo pienso que es eso, una imposibilidad de hacer otra cosa, una crisis personal si dejara de hacerlo, una necesidad interna lo que me ha ligado a este género.
¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?
Es curioso cómo un personaje se puede volver un paradigma, o una obsesión para quien escribe. ¿Qué provoca la permanencia de los personajes? No me atrevería a dar una respuesta definitiva. En mi vida lectora recuerdo con especial interés a Eugene de Rasticnac, aquel joven de Papá Goriot que desea comerse al mundo; a los humoristas (a veces involuntarios) por excelencia: El Quijote, Gargantúa, Ignatius (el de La conjura de los necios), Lawrence Sterne y Svejk; al narrador sin nombre de En busca del tiempo perdido; a Julian Sorel y el genial Fabricio del Dongo, ambos de Stendhal. Me detengo aquí, no sea que me pase el mal de la verdolaga (Malva Flores dixit) y me desborde.
¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?
Ocurrió de manera un poco intuitiva, estaba imaginando una historia y tuve la necesidad de plasmarla para que no se me fuera a olvidar. Era una fantasía de puberto de secundaria (empecé a escribir antes de leer de manera más sistemática). A mi me interesaban mucho las películas, veía en ellas una posibilidad de expresión humana que permitía la investigación en torno a ámbitos tan disímiles como la compasión, el odio, el amor o la ternura. Por supuesto que entonces no lo podía poner en palabras, y solo veía en ellas una experiencia que la vida real no siempre ofrecía. El salto fue natural entre el cine y los libros, ambos se conectaban a través de esa búsqueda, de esa posibilidad de constituir mundos posibles que parten desde la interpretación personal. Lo mismo ocurrió con la escritura, me permitió una forma de expresión que no encontraba en otro lugar, una casa acogedora donde pudiera encontrarme y encontrar al mundo.
Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?
Aprendería más sobre técnica, sobre redacción; tomaría algún taller de escritura. Sobre todo, leería más, leería los clásicos y a los contemporáneos, me daría nociones de literatura, me pondría un trayecto lector. Pero no cambiaría mis intereses, los temas, las obsesiones. Esas han permanecido y no creo que deban ser diferentes.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?
Suelo escribir en computadora, pero cuando se trata de un proyecto extenso (un cuentario, una novela), tomo notas en papel. Allí trazo personajes, construyo ideas, propongo estructuras. En la computadora es donde coloco el texto y armo la versión final, aunque a veces la imprimo y marco los detalles sobre el papel, dependiendo del destino editorial que tendrá el texto. Suelo escribir en jornadas de seis o cinco horas, pero no de manera continua: voy tomando descansos para pensar, reflexionar o hacer otras actividades. Escribo diario, incluso los fines de semana. Corrijo mucho, creo que corrijo más de lo que escribo. Cuando tengo la versión final de un texto lo leo en voz alta; hasta que no posee el ritmo que busco no lo dejo ir.
¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?
Fue un ingreso accidentado. Publiqué por primera vez en un periódico de mi ciudad natal (Córdoba) un poema que ganó un concurso de poesía, en 2015. De ahí publicaría un par de textos al año en diferentes lugares hasta el 2019, cuando Mario Isla (ya fallecido), me invitó a publicar con él en su editorial. De allí nace Dimorfismo (2019), la reunión de algunos de los textos que escribí durante los años anteriores y que habían sido publicados en diferentes lugares. El tiraje fue pequeñísimo, se acabó antes del año, y aún existe una versión digital que subí en internet. Por cierto, con una parte de los textos que se encuentran en esa publicación ya no me siento identificado, mis búsquedas estéticas ahora son otras, encuentro en ellos todavía mucha influencia de Borges, de Rulfo, del absurdo europeo, pero no puedo negar esa parte de mi vida, de quien fui y por eso a veces aún menciono la publicación en mis semblanzas.
¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?
Hay en este momento una proliferación maravillosa de editoriales independientes. Todo el tiempo escucho de editoriales nuevas y es muy difícil seguirles la pista a todas. ¿Cuánto tiempo se mantendrá esta tendencia? No lo sé, pero es sana para el campo literario mexicano. No creo que se pierdan las formas tradicionales de la literatura, esas van a permanecer todavía un largo rato. Lo que pienso es que tal vez se encuentren otras formas de construir textos con ayuda de herramientas tecnológicas o de plataformas digitales, entrecruzamientos que tal vez pertenezcan más al ámbito del perfomance que de la literatura. El ingreso del ser humano al mundo digital es todavía reciente y es difícil jugar al futurólogo.
Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?
No creo que haya grandes cambios en mi obra, porque los temas e intereses han permanecido a lo largo del tiempo. Quizás me gustaría explorar otros formatos: lo intermedial es un asunto que me intriga, igual el perfomance; sin embargo, considero que no pasarían de exploraciones o investigaciones. Sobre el alcance: las redes sociales son hoy un escaparate para el trabajo literario, nos permite conectar con otras personas que también escriben. En el intercambio dialogístico, en la experiencia humana, en la comunicación entre pares es donde está mi interés. Me gusta que me lean, para qué negarlo, pero sobre todo me gusta conocer a otros autores y leerlos, allí radica creo yo la ventaja del posible alcance, en la conexión y el valor humano que hay tras las pantallas. Lo demás, como dice Linda Miranda, es secundario.
¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?
No me gusta pensar en el porvenir lejano ni en legados en la literatura porque uno fácilmente puede caer en el pesimismo o en delirios de grandeza. Me gustaría una página memorable, eso sí, un personaje redondo, una metáfora que nombre al mundo de una manera distinta, acaso una idea novedosa (o por lo menos todavía no desgastada), y que, si algún día el papel de mis libros deba ser reciclado, que por lo menos no se use para imprimir volantes. Ahí está: pesimismo o grandeza.
¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?
Que lea mucho, sin discriminar, aunque en mayor medida de los temas que le interesan. Que lea como si no hubiera un mañana, como si fuera una obsesión. Pero con una lectura crítica en donde interrogue al texto, se pregunte cómo está haciendo el autor lo que hace; donde no se conforme con lo dicho, ni tema estar en desacuerdo con la lectura. Me parece que uno aprende a escribir leyendo, sí, sin embargo, es necesario hacer la aclaración, la lectura no puede ser superficial, debe ir a la médula, desarmar el texto como si fuera un dispositivo que está haciendo algo y explorar sus componentes, reconocer sus partes, mirarlas de cerca en sus particularidades y después de lejos en su conjunto. Solo así podemos conocerlo, replicarlo o modificarlo.
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Excelente Héctor!!
ResponderEliminarGracias por leer
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