POÉTICAS PERSONALES: LUIS ENRIQUE CUÉLLAR

 


A Luis Enrique Cuéllar lo empecé a seguir en las redes sociales por nuestra afinidad a lo que él bien llama: géneros especulativos. Creo que aquel que más nos hermana es la ciencia ficción, y es en ese terreno donde, me parece, más ha desarrollado su obra y está destacando. 

Recientemente, sus textos conviven con los míos en revistas como Penumbria o Espejo Humeante, y esto hace que cada edición sea no sólo un reencuentro, sino un diálogo que se forja por las diferentes visiones sobre un tema en particular. Lo mejor es que me he vuelto su lector y quisiera creer que él a su vez se ha vuelto el mío. En todo caso, con Luis Enrique me pasa, al igual que con otros, que hay una complicidad que se establece por pertenecer a una comunidad que a todas luces está tomando mayor fuerza cada día.  Quizá sucedió de manera inédita, pero quiero creer también que este sentido de pertenencia nos motiva porque tenemos lectores allá afuera, esperando nuestra nueva creación. 

Lo más reciente que le conozco viene en la última Penumbria dedica a los fenómenos cósmicos. Su cuento se titula Ingratitud cósmica y pone en escena, de una manera inteligentísima, los pensamientos íntimos de un cometa. Realmente es una lectura que te despierta las ganas de leerle más. 

Por lo tanto, queridos amigos, busquen su obra y que sus lecturas sean geniales.

 

 

¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Crecí rodeado de libros. En casa siempre ha habido una biblioteca llena de filosofía, psicología, arte, literatura y tantos otros temas. Sin embargo, yo fui un lector rebelde y tardío. Nunca entendí por qué, ya que no sólo existía la influencia del hogar, también asistí a ciertas escuelas (aunque no todas) que inculcaban el valor de la lectura y siempre rondaba algún familiar o conocido que me regalaba algún libro de vez en cuando.

A pesar de todo ello, considero que me convertí en un lector de verdad, es decir, uno que busca las historias por voluntad propia y las disfruta sin compromiso, en la adolescencia cuando leí El mundo de Sofía de Jostein Gaarder. Lo cual fue un círculo perfecto e irónico de regreso al mundo que, de algún modo, ya habitaba. De ahí expandí mis lecturas y las combiné con intereses que obtuve desde niño vía el cine y la televisión como la ciencia ficción o la fantasía.

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

Darme cuenta de que leer no era un mero requisito para cultivarme, aprender o aprobar materias. Entendí que se trataba de algo propio: explorar mis necesidades, angustias y dudas a través de las palabras, que no se trataba de «leo y ahora explico lo que leí para que todos vean que soy un chico listo», sino que podía sentir, investigar e interpretar el mundo al ritmo de mi propio tambor. Digamos que me bauticé como lector cuando me volví cómplice de mis lecturas y no un simple analista de hechos.

 

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

Como mencioné en una pregunta anterior, se trata de El mundo de Sofía. No recuerdo si alguien me lo regaló o cómo llegó a mis manos. Lo que tengo claro es que supuse, por lo que decía la contraportada, que se trataba de las aventuras de una adolescente en un mundo mágico y pensé: «igual y es entretenido».

Comencé a leerlo y empaticé como nunca con la búsqueda de su protagonista por entender el mundo y a sí misma, pero más allá de ello me vi reflejado en Sofía. Yo tampoco sabía en un principio que poseía tales inquietudes. Es decir, quizá lo sospechara, no obstante, mi cabeza adolescente estaba tan ocupada tratando de encajar y ser respetado por otros púberes (spoiler alert, nunca lo logré) que sólo entonces me di cuenta de mi arraigado deseo de entender y ser entendido en un sentido más trascendental.

Lo que resultó de ello fue que me convertí en compañero de andanzas de Sofía Amundsen. Dicho de otro modo, viví sus aventuras como si fueran mías.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

Mira que esta pregunta me viene como galleta al café. Sí y es una técnica nuevecita de paquete. Solía leer un libro hasta terminarlo o, en pocas excepciones abandonarlo, para después empezar otro. La cantidad de tiempo que le dedicaba a cada uno era directamente proporcional al interés que me despertaba. Hubo libros que devoré en una sentada, otros que me alivianaron el mes y no faltaron los que se convirtieron en un largo martirio.

En cambio, de un año para acá, leo dos o tres libros de manera «simultánea» o más bien, un día avanzo con uno y luego con otro. Lo curioso es que no leo más horas. Se podría decir que administro ese tiempo de manera diferente. Mi nuevo sistema, por llamarlo de algún modo, tiene sus ventajas: no me siento atorado con ninguna lectura, puedo despejar la mente, elegir el más adecuado a mi estado anímico y, esto como escritor, comparar lo que sus respectivos autores logran en una u otra obra.

Lo que no ha cambiado, y nunca cambiará, es que procuro que encontrar el siguiente libro tenga algo de aleatorio. Aunque siempre hay algo específico que me interesa, también voy a la librería a ver con qué me topo. No es raro que compre un ejemplar porque me gustó el título, sin otra información sobre este.

También trato de leer secciones enteras, por ejemplo, si es una antología termino al menos un cuento. Además, busco los momentos del día en que sé que habrá menos ruido o pocas o ninguna interrupción. He de confesar que el ruido es algo que me resulta más incómodo que a otras personas. Estoy lejos de ser el compañero de cuarto ideal de músicos o carpinteros.

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Los tres que están en la rotación actual son:

Proyecto Manhattan de Eliza Díaz Castelo. De esta poeta ya había leído Principia y comprendí que la poesía puede ser científica y emotiva a la vez. Proyecto Manhattan no es la excepción. Es una mezcla conceptual de poemario con obra de teatro, muy poderosa, que refleja la vida de personas alrededor de Robert Oppenheimer, en especial su esposa.

Había un perro bajo la cama de Eduardo Cerdán. El año pasado caí en la cuenta de que como xalapeño he leído a pocas autoras y autores actuales de mi ciudad natal. Los clásicos como Sergio Galindo claro, pero, ¿qué se escribe aquí hoy en día? Así terminé ante esta antología de cuentos que siempre cuenta con un perro entre los personajes. Las historias son por momentos inquietantes y a veces siniestras.

Si los gatos desaparecieran del mundo de Genki Kawamura. A principios de año me uní a un club de lectura de literatura japonesa. Consideré que he leído pocas obras provenientes de la tierra del sol naciente. Se trata de un cartero que sufre de cáncer y se topa con cierto personaje con el que hace un trato para vivir más tiempo.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

La pregunta del millón. Tengo mi panteón de autoras y autores que me han influenciado de un modo u otro: en las temáticas, en el estilo, en las herramientas y no ha faltado quien me conmocionó con la frase perfecta. Pero si tuviera que jerarquizar… A mi panteón lo encabezaría mi trifecta: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Valeria Luiselli.

Borges me demostró que cualquier tema, por muy complejo o metafísico que sea, puede resultar en una historia increíble. Además, siempre regreso a su obra, en especial a Ficciones o El libro de arena. Cortázar me enseñó, como dice él, a ganar por knock out o al menos a cómo intentarlo. También la importancia de crear mundos creíbles y nunca, jamás, abandonar al lector a su suerte, sin importar cuán fantasiosa es la historia. Por su parte, Luiselli me mostró formas en las que se puede ser inteligente y osado a la vez. Quizá la lección más importante de ella es que te debe importar siempre lo que escribes, esto es, que tienes que dejar algo de ti en tu trabajo. Además, la descubrí justo en la época en que me dio por ser escritor.

Y si hay algo que une a mi trifecta, en cuestión de influencia, es que en cada una de sus obras descubro y redescubro la importancia de hilar fino.

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

Yo escribo en lo que algunos aglomeran(mos) como géneros especulativos. Me refiero a la fantasía, la ciencia ficción, el terror, etcétera. No tengo claro si yo los elegí o si ellos me seleccionaron a mí. Me acompañan desde que descubrí en la infancia Las guerras de las galaxias y Krull, por mencionar algunos ejemplos. El terror fue un amor tardío, un poco como hacer amistad años después con el bully de la escuela. Igual sospecho que él fue quien me vio y pensó que congeniaríamos.

Podría argumentar que lo que escribo en esos géneros me nutre. Con todo, eso sería tratar de explicar la infancia de un niño a través de la autopsia de su cuerpo ya adulto.

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

Horacio Oliveira de Rayuela. Como lector, años antes de considerar ser escritor, lo odiaba a pesar de que me encantó la novela en la que aparece. Me resulta (todavía) una persona egocéntrica y petulante, no obstante, como personaje está bien construido.

Cuando abordé la creación de mis propios personajes ya tenía claro, gracias a él, que no todos serían seres con los que me podría relacionar. Es decir, al crear personajes no te estás construyendo tu grupo de amigos ni tu clan. Lo que buscas es idear seres que tienen un peso y una función específica dentro de la obra, por lo que tienes que ir más allá. En pocas palabras, al crear personajes no te debes limitar ni siquiera desde un punto de vista de valores, pues le debes al texto los personajes adecuados a su trama y su mensaje.

 

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

Alguna vez me pidieron en la primaria escribir un cuento y luego en mis veintes escribí unos poemas bastante mediocres. Ahora que, si hablamos del texto que, de manera oficial, comenzó mi carrera de escritor entonces se trata de un cuento infantil que realicé para entrar a mi primer taller de escritura creativa. No era un requisito ni nada, pero no quería llegar con las manos vacías. Lo escribí a mano en la libreta que compré para ese propósito.

Era un taller de esos donde cada uno comparte una historia y se comenta entre todos. Mi cuento relata las aventuras de una piedra que deseaba convertirse en la joya de una corona. El texto sufrió en su presentación un jaloneo verbal, pues todos deseaban que fuera algo diferente. Alguien habló bien de su sencillez. No obstante, otras personas pedían que fuera una aventura épica y no faltó quien opinó que debería tener elementos inquietantes para que dejara de ser un cuento infantil. Yo intenté todas esas adaptaciones y nunca funcionaron a mi gusto. La versión original tampoco era para ser publicada, pero siento que en el fondo no la supe entender ni defender.

Desde entonces tengo claro que es la historia quien decide lo que desea ser, no yo ni otras personas. Mi deber como escritor es saber escucharla y ayudarla a convertirse en la mejor versión de ella misma; desde el primer borrador hasta las miles de correcciones «finales».

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

Considero que su función ya se cumplió, es decir, adentrarme en la escritura. Pero… por responder algo… creo que rescataría la naturalidad que lo convertía en un cuento entretenido. Era una trama simple que, aunque estaba lejos de ser perfecta, en las manos correctas tendría mucho que ofrecer. Lo que haría diferente sería una mejor concepción de los personajes y sus propósitos, para darle un trasfondo interesante. Asimismo, vestirla con un poco más de ambientación… y trabajaría en el final, que siempre fue su punto más débil.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

Primero anoto la idea básica en mi celular o mi libreta, una especie de enunciado tipo: «perro descubre que el gato es un dios egipcio». A veces la idea se me pega a la mente y no necesito el enunciado. Después hago una escaleta, esto si la historia es muy compleja o no tengo claro cómo terminará, si no me pongo a escribirla, casi que a vomitarla en la página. Tecleo sin parar hasta completarla o finalizar una sección; no corrijo nada ni pongo acentos, sólo saco la idea, aunque las palabras queden ininteligibles.

No siempre puedo terminar de un jalón (porque la vida). Otro aspecto para tomar en cuenta son las dudas que me surgen o los detalles que considero importante investigar; a veces me detienen a media vomitadera por mi espíritu minucioso. De un modo u otro, ya que encontré el bendito momento para escribir, procuro dedicarle al menos una hora.

Después vienen un proceso más pausado con todas las correcciones ortográficas, gramaticales, de estilo, de repeticiones de palabras y ajuste de frases hasta obtener un texto decente, luego lo leo y reviso qué le falta como historia. ¡Vaya!, si la trama funciona, si necesita más ambiente o si es clara. Luego más verificaciones. Cuando estoy conforme lo tallereo o se lo muestro a algún lector beta y con base en sus comentarios lo reviso de nuevo.

Así surge ese ciclo de rectificaciones que reclama los pocos huecos disponibles de la semana y comenzó con imaginarse a un dios egipcio pidiéndole a Huesos que no delate su presencia ante los humanos.

 

¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

A través de convocatorias de revistas independientes como Penumbria, Anapoyesis o Papeles de la mancuspia. Eso me va ganando lectores y confianza en que algún día pueda publicar mis propios libros, aunque ya esté anciano y me muera en plena presentación.

 

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Caótico. La economía global y los retos particulares del país orillan al mundo editorial a una lucha constante por sobrevivir. Encima hay que admitir que vivimos en una sociedad que se basa más en la derrama económica que en el valor de la persona y su quehacer. Si parece que cada vez hay menos lectores es porque existen poderes que así lo desean. Suena a cliché, pero leer lleva a pensar y eso no le conviene a ciertos intereses.

Con Internet puedes promover tu trabajo en el mundo entero, sin embargo, el mundo entero es, a su vez, tu competencia. La tecnología tiene sus ventajas, pero no se han aprovechado de manera adecuada. Las redes parecieran, por momentos, más una herramienta para dividir en fosas a las personas que para entablar puentes. Encima falta lo que las inteligencias artificiales arrojen, que apenas empiezan. Siento que son otra revolución; no sé cómo afectarán o beneficiarán a las autoras y autores. Serán una ventaja en algunos aspectos, en otros pueden ser un gran reto, por decir lo menos.

Me parece que habrá que ir construyendo de a poco. Lo que me da esperanza es que siempre surgen personas que buscan plantear trabajos de calidad, ya sea en forma de textos increíbles o proyectos editoriales novedosos. Considero que hay que apoyar a quien se empeña en crear, no sólo relacionándose como artista, sino como persona, invirtiendo, en la medida de lo posible, en las propuestas que uno considere valiosas.

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

No lo sé. Espero tener la sabiduría para saber adaptarme, sin perder la esencia que (espero) distingue mi trabajo. Como escritor y como persona considero que uno mismo es una obra en eterna construcción y desarrollo. Nuestra formación terminará en el último de nuestros días y si sabemos nutrir ese cambio abrimos una ventana a nuestras posibilidades, reales, para continuar en nuestra vocación. Es todo un desafío para el que espero estar preparándome de forma adecuada.

 

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

La verdad… me contento con que mi obra no envejezca de forma lamentable y en el futuro le encuentren algún valor. Pero si se trata de soñar deseo que mis textos hagan por otras personas lo que las palabras hicieron por mí: que se puedan identificar con algún personaje, encuentren otras perspectivas, logren alguna catarsis o reflexión, en fin, me conformo con que los disfruten.

Aunque alguna vez tuve una discusión con mi vanidad y llegamos al acuerdo de buscar ser ese escritor que la gente lee y nunca cita, en contraposición al autor que todos citan y nadie lee.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Primero, que no me tome como inspiración… aún, que eleve sus estándares para que sea yo el que se esfuerce por estar a la altura de sus expectativas.

Luego, como diría Cortázar, un escritor no llega a escribir el libro que quisiera. Escribir es una búsqueda eterna por sacar a la superficie esa historia que traemos arraigada sin saberlo. Nuestro trabajo es una labor de esmero constante. Implica ser perseverante y abierto a todo lo que nos pueda enriquecer: desde cierta diversidad de lecturas, asistir a presentaciones, exposiciones de arte, música, una cerveza los viernes, hacer preguntas estúpidas, pasear al perro y un largo etcétera.

Y por supuesto leer, leer y leer. No sólo lo que te cautiva, también atrévete, aunque sea esporádicamente, a salirte de tu zona de confort para que cuando regreses a lo tuyo lo hagas con otras posibilidades. En definitiva, lee, que nadie confía en los carniceros delgados.

 


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