POÉTICAS PERSONALES: M. B. BROZON

 

Asumo, esperanzado, que cualquier lector de mi generación, más si son aficionados a la literatura infantil y juvenil, conoce a la maestra Brozon. En lo que a mí concierne, es una leyenda y un modelo de escritor a seguir. 

Mónica fue ganadora del primer Premio El Barco de Vapor convocado por la Editorial SM en 1996, lo que catapultó su carrera de escritora y lo que la puso en el mapa. Es, en cierto modo, la gran decana de toda una generación de autores dedicados a la escritura para niños que incluye luminarias como Antonio Malpica, Juan Carlos Quezadas, Martha Rivapalacio o Verónica Murguía. 

Encadena ya muchos otros premios, entre ellos el premio A la Orilla del Viento en 1997, convocado por el Fondo de Cultura Económica por su libro Odisea por el espacio inexistente. Posteriormente, el premio El Barco de Vapor en 2001 con Las princesas siempre andan bien peinadas. En 2007, ganó el Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada con el libro Memorias de un amigo casi verdadero. Y un año después, se coronó con el Premio Gran Angular de Ediciones SM con la novela 36 kilos. En 2010, su obra Muchas gracias, señor Tchaikovsky fue finalista del Premio Norma-Fundalectura).  

Ha escrito también guion para cine y radio y se ha desempeñado como docente en la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) de la que también ella misma es graduada del Diplomado en Creación Literaria. 

Yo la descubrí con Odisea por el espacio inexistente, una novela fantástica plena de humor con una portada increíble que aterra y atrae al mismo tiempo. Y desde ahí nomás no logro olvidar a las Fuerzas Jocosas y sus nefastos planes contra los niños. 

Lo más reciente que le conozco es el primer tomo de una trilogía que aborda a un personaje particular: J. J. Sánchez. En J. J. Sánchez y el último sábado fantástico, tenemos un bildungsroman donde nuestro héroe tendrá que enfrentar grandes aventuras para hacer que su mamá vuelva,  y entender también sus motivaciones y quizá descubrir su propia vía en la vida. Como siempre en su obra, Mónica conjuga humor con tristeza, aventura y realismo y una escritura que fluye y que nos lleva del inicio hasta el final sin que nos pase el tiempo. 

Ojalá, como es mi esperanza, todos la conozcan y la lean, y de no ser así los invito, queridos lectores, a descubrirla. Que sus lecturas sean bellas.

¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Mis padres eran buenos lectores, de modo que en casa siempre había libros. Mis primeras lecturas fueron de cuentos de hadas, mi papá me regaló una colección llamada Cuentos de Polidoro; tres volúmenes que leí y releí hasta que se desbarataron. Años después los encuaderné de nuevo en piel y los conservo como un gran tesoro.

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

Aprendí a leer por gusto, nadie nunca me obligó, ni me condicionó.

 

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

No, pero seguramente fue una portada llamativa. Esa predisposición me duró años y me trajo alguna que otra decepción.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

No realmente. Lo único indispensable es el silencio.

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Ahora mismo leo Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enríquez, por recomendación de una querida amiga que, además es una gran lectora.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

He tenido muchos autores/as favoritos, pero creo que mis dos influencias más claras son Mark Twain y Jorge Ibargüengoitia, por su sentido del humor y porque buena parte de su obra es muy crítica de las sociedades en las que a ambos les tocó vivir.

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

No fue intencional. Mi primer libro es el diario de un niño de 10 años. Lo escribí como alternativa al mío propio en alguna tarde de aburrimiento, y continué porque era divertido. Al momento de la edición suprimieron algunos pasajes que consideraron que “no eran para niños”, pero el resto del libro sí. Me sentí cómoda escribiendo para lectores jóvenes y, además, contra todo presagio, ofrecía la posibilidad de eventualmente, vivir de regalías.

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

No diría que han marcado mi propia construcción, pero desde luego hay algunos que son un ejemplo. Quizá el más sobresaliente sea Ignatius Reilly, protagonista de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.

 

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

De mi primer texto, no lo recuerdo. Fue en el anverso de los borradores de libros de protozoología de mi abuelo y yo era muy pequeña. De mi primer libro publicado fue esa tarde aburrida, en la que acompañé a mi mamá al cine a ver una película que no me interesaba. De regreso en casa, pensé que mi tarde había sido muy triste, que cómo iba a poner eso en mi diario. Así es que decidí escribir el diario de alguien con una vida más divertida que la mía. Y así nació Casi medio año.

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

No lo haría. Reescribir, pues. Y no es que a veces, al volver a ese primer texto, no reconozca ciertas fallas o, en efecto, cosas que ahora escribiría distinto. Pero no lo haría por respeto a esa chamaca de 25 que así escribía, a veces desbocada, pero con una frescura entrañable, producto justamente de esos ímpetus e inexperiencia.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

No realmente. También prefiero el silencio, aunque en capítulos o pasajes donde hay música (en casi todos mis libros hay un soundtrack muy claro), sí la pongo.

 

¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

A través del primer concurso Barco de Vapor que se convocó en el país, en 1996.

 

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Supongo que la tecnología lo irá transformando, como lo ha hecho con la industria del entretenimiento audiovisual, aunque, hasta ahora, la menos en el segmento escolar, que es en el que se mueve la mayoría de mis libros, los ejemplares impresos siguen representando el grueso de las ventas.

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

No, al menos no sustancial. La posibilidad de salir del mercado local a través de traducciones existe desde hace mucho tiempo, pero las editoriales rara vez se interesan por explotarlo. La figura del agente literario no es tan común en el país y hacerlo uno dan ganas, pero es una especialidad muy distinta.

 

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

No pienso mucho en eso. Me gusta cuando un adulto me escribe para decirme que alguno de mis libros lo marcó en su niñez, lo hizo lector o le trajo una emoción que hoy recuerda con nostalgia. Creo que eso cuenta como legado y lo puedo disfrutar desde ahora.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Que lea. Que lea mucho, principalmente cosas que le gusten, que le provoquen emociones; que lo haga con atención, fijándose en los recursos que emplea cada autor. Los mejores maestros son los escritores que ya han logrado publicar. Y no quiere decir que todos sean buenos, pero de los errores también se aprende mucho. 


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