POÉTICAS PERSONALES: RAFAEL TIBURCIO



¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Mi encuentro con los libros debió ocurrir en un momento anterior a la aparición de mi consciencia o, por lo menos, al momento en que mi memoria me permite regresar. En ocasiones suelo dudar de cuál es mi recuerdo más antiguo. En mi mente se forma la imagen de una ventana y, al otro lado de ella, la caída parsimoniosa de una nieve negra; no se trata de una vista imaginaria pero sí imaginada, remite a la erupción del volcán Chichonal de Chiapas, cuyas cenizas llegaron hasta Villahermosa, Tabasco, en algún momento de marzo de 1982. Dudo que sea un recuerdo, porque yo tendría seis meses de nacido, y no conozco ningún caso en el que alguien con esa edad desarrolle memoria, por lo que es más probable que mi primer recuerdo sea uno más mundano: mis manos cerca de rostro, sostenido de la pileta de un lavadero mientras observo a mi madre enfriar una mamila. Yo debería tener en ese momento tres años y ya vivía en Pachuca.

El punto es que en ese mismo momento ya estaban los libros ahí, en un estante pequeño pero rebosante, en la habitación de al lado. Mi padre es un lector voraz y ya lo era en 1983 u 84, y una de las cosas que deseaba formar en mí desde que tengo memoria era justamente un hábito de lectura. Por eso tenía libros infantiles con Topo Gigio o con historias de los hermanos Grimm, pero también una colección de libros de divulgación de la enciclopedia Time Life que me permitió no sólo manipular y revisar una y otra vez, sino destruir (lo usual en un niño). Mi favorito: el libro de los peces.

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

Creo que el momento tendría que estar atado a aquel deseo de mi padre. Él deseaba hijos “cultos” y aunque no sus hijos no lo somos tanto (no tanto como él, al menos), yo era el primero. Los padres primerizos suelen poner más atención al primogénito, y cuando son jóvenes tienen más energía para dedicarle, así que en su afán de “cultivarme”, me leía de vez en cuando o me permitía tomar los libros que te comentaba antes.

A la par de esas prácticas, me permitieron muchas libertades y me coartaron muy poco las manifestaciones de imaginación propias de los niños. Recuerdo que me permitían ver un montón de televisión, onda Los Muppets Babies, el Batman de Adam West y lo que se atravesara, pero también hacer y deshacer a mi antojo en la casa de mis abuelos. Hacía túneles en los montículos de arena, machacaba hierbas del jardín hasta que me picaban las manos, luego las metía en botellas, en la escuela solían decirme que estaba loco o desequilibrado (ríe) y cuando mis padres iban a hablar con las maestras sobre mis amigos imaginarios, mis padres les respondían que ellos los conocían.

Tenía un vecino cuatro años mayor que yo, cuyo padre vivía en el Gabacho y le enviaba constantemente juguetes, con él conocí todos los muñecos toscos de He-Man, un montón de personajes de las Tortugas Ninja que no aparecían en la serie y, sobre todo, juguetes de Star Wars y G. I. Joe de la época. Este amigo era un genio, de grande se volvió doctor en física o algo así, pero de niño se trataba sólo de un amigo con el que construíamos fuertes e inventábamos tramas de guerras y batallas. Las infancias de clase media y baja en México en los ochenta no solían estar atadas a tanta cultura pop, pero la mía sí lo estuvo, y si recuerdo todo eso es porque algo en todo ello me sigue marcando.

Otra cosa que siempre pude hacer fue pintar y dibujar, y como mi padre es arquitecto, lo hacía con su equipo semiprofesional, jo. De hecho, durante los años de secundaria, prepa y universidad, estuve en clases de dibujo técnico y pintura. Hasta los dieciséis años aún pensaba que sería pintor o artista visual y que me iría a estudiar a la UNAM o que sería ingeniero, pero luego llegaron mis otras dos pasiones, la enseñanza y la escritura y al final fueron esas dos a las que me dediqué.

También está la influencia de Mercedes, mi abuela materna, que tenía el hábito de contarme todas las películas que veía en el cine con lujo de calma y detalle. La vocación de narrar (y mi estilo, muy influenciado por la oralidad) me viene de ella, mientras que la vocación lectora, como ya imaginas, se desprende de todas las anécdotas anteriores.

 

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

Eso tuvo que ser durante mi segundo acercamiento a la lectura, de un modo más serio, a los once años. Los dos primeros libros que leí por mi cuenta fueron uno de relatos clásicos de Sherlock Holmes y la novela de Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra. A partir de ese momento perdí el miedo a los libros largos y el hábito me acompañó ya sin el impulso paterno.

Para esa época mi padre ya había comprado más libros como Los tres mosqueteros, La isla del tesoro, El llamado de la selva o La cabaña del tío Tom, que leí después. Pero lo que me atrajo del primero, Viaje al centro de la Tierra, fue saber si las historias que amaba ver en televisión correspondían con los libros en los que se basaban, el sentimiento de aventura de sus historias, de personajes que caminan y se mueven en un espacio o tiempo. Quizá por eso otras obras, más platicaditas, más realistas, digamos, nunca me llamaron tanto.

También era una especie de reto personal, mi padre leía mucho y decía que yo debía hacerlo también, “con libros de verdad”. Y pues lo hice, metido en ese pacto tácito que desarrollamos. Ahora que soy docente me doy cuenta de que no es tan especial, que son numerosos los niños que empiezan a leer libros largos a esa edad, y eso me reconforta, porque ya no me veo a mí mismo (como lo hice muchos años) como un pequeño snoob que leía mucho y no encajaba en ningún lado. El mundo se ensanchó para que se cruzaran por mi vida más personas con los mismos intereses. Un poco como dice Palahniuk: cualquier cosa que se le ocurra a un sujeto común, se le ocurre primero a un millón de personas. Y eso no es malo.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

No. Todo lo que no me haga quedarme dormido sirve y lo tomo. Actualmente leo mejor frente a la computadora. Y leo aún mejor, me parece, cuando estoy con mis alumnos. El problema es que son textos necesariamente breves. Así que más que un ritual o técnica mis lecturas específicas de unos años para acá son de textos breves: poemas, cuentos y ensayos, sobre todo. Leo muy pocas novelas ya, en parte por falta de tiempo y en parte por carga de trabajo e intereses de ocio (los videojuegos, la tv y, desde hace cuatro años, la edición).

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Por una parte, el volumen de textos que recibimos en Espejo Humeante es suficiente para mantenerme ocupado al menos un mes (risas). Pero cuando no leo, edito, y el resto del tiempo es la casa, el ocio o la música.

Entonces no suelo tener lecturas específicas, sino que leo de tres a seis libros a la vez en periodos cortos. Actualmente leo mitos de Asia y América, poemas relacionados con Historia Universal (para mis clases) y otros de Lorca, Pessoa, Khayyam y Miguel Hernández. Pero también estoy muy metido, al menos en este momento de mi vida, en una dinámica que me ha hecho dejar de lado a los clásicos para involucrarme en lo que están produciendo mis contemporáneos. Lo último que leí fue Diez planetas y Talud, de Yuri Herrera, El asesino de las mil caras, de Hilario Peña, Aprovéchate de mí, de Xóchitl Lagunes y Un tlacuache salvó este libro del fuego, de Daniela L. Guzmán. También he estado leyendo el blog de Abril Posas, y cuentos de Liliana Colanzi, Lola Ancira y Dahlia de la Cerda. Además de que tengo pendientes los libros de poemas de Beatriz Pérez. Leer autores contiguos a mi generación me da otra perspectiva, pues existe una serie de códigos, imaginarios y referentes que manejamos en niveles similares; leerlos es leerme y, en ese proceso, entender un poco más de mi propia escritura. Desconozco si lo que estamos haciendo ahora será llamado literatura en el porvenir, pero me parece importante poner atención a no sólo a los cánones, sino a los contracánones, porque es a partir de estos últimos que tendrá que surgir eso que defina a nuestra generación en el porvenir.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

Disculparás que ésta sea una respuesta ensayada. Los libros son maestros de estilo, valga el cliché, y uno se matricula en aquellos que lo deslumbran, aunque posteriormente cambie de clase o hasta de carrera. Mis influencias iniciales fueron Las flores del mal, de Charles Boudelaire, y La nausea, de Sartre; de ellos dos me vino esa manía por “lo maldito” (🙈), luego preferí otro tipo de poesía y otro tipo de existencialismo, pero el daño ya estaba hecho. Otra influencia fue Óscar Wilde, principalmente El retrato de Dorian Gray, me maravillaba la frivolidad bishonen de los personajes y sus respectivos descensos a los abismos. No sé por qué no existe aún una buena versión anime o k-drama de Dorian Gray, debería. Finalmente está la novela que me hizo decir: “Sí, voy a ser escritor”, Cien años de soledad, de Gabo, ni más ni menos. No es una novela perfecta porque ninguna lo es, pero es muy completa en todo sentido. Sus personajes son redondos; sus historias, absorbentes; su forma y técnica, pulidas. Hay en ella un trabajo en el ritmo, en el manejo de los tiempos y la fabulación que no le piden nada a ninguna otra obra de su tiempo o de éste. Además, como toda buena obra literaria es metaficticia y eso se evidencia a través de Melquiades y el último Aureliano. Cada vez que un listillo se aparece en internet queriendo hacerse el interesante y diciendo que debemos superar a Gabo, que qué hueva leerlo y bla, bla, bla, sonrío con condescendencia. Estoy de acuerdo en que haya personas a las que no les guste, así como aquellas que buscan nuevas formas de narrar y fabular, alejadas de ese estilo, pero cuando desprecian los logros legítimos de esa obra… pues ahí no es.

Otras influencias: Borges, Cortázar, Elizondo, Arreola, Rulfo. Dávila, Campos, LeGuin. Lorca, Hernández, Khayyam, Pessoa, Symborska. Son mis referentes de siempre, autores a los que siempre vuelvo porque tienen algo que decirme.

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

Hum. Preferiría decir que fue el género fantástico quien me eligió a mí, pero supongo que no funciona así. Creo que tengo ciertas obsesiones a la hora de escribir, como el lenguaje, la memoria y los límites de la ficción. Todo ello se encuentra a manos llenas en lo fantástico, ya sea en sus vertientes clásicas, modernas o posmodernas. Por mis lecturas, la ciencia ficción, el misterio, la fantasía, lo insólito, lo real-maravilloso, lo fantástico, lo mítico y la poesía (aunque éstos dos últimos no son géneros en el sentido en que lo son los otros) siempre me llamaron más la atención. Siempre me dieron la impresión de que llevaban en direcciones nuevas, desde la especulación y el simulacro de la mímesis, temas que el psicologismo o el realismo a veces no prfundizaban. Esto no quiere decir que no guste de la lectura y la escritura realista o psicológica también, esos textos tienen una visión del mundo rica, profunda, llena de matices que a veces los géneros pasan por alto. Por eso personalmente no me decanto por un género en particular. Escribo desde ambos y me fastidia cuando, desde uno u otro bando, se desprecia al opuesto. Toda ficción es especulativa y toda representa también a nuestras vidas. Aun así, me siento más cómodo abordando ciertos textos desde el símbolo, el subtexto o la alegoría.

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

Ay, es un poco vergonzoso. Serían los mismos personajes de los libros que mencioné antes, Dorian Gray, el primer Aureliano Buendía, Garcín y el yo poético de Boudelaire. Al menos al principio. Luego se pondría peor: Alexander DeLarge, Tyler Durden, Mark Renton y un montón de incels que ahora me dan algo de cringe. Pero que en cierto modo siguen ahí en lo que escribo, en su desencanto cínico y su pesimismo. Actualmente busco otro tipo de personajes, algo más parecido a los hombres beta, que tengan responsabilidad afectiva y no se comporten como unos pendejos o unos hijos de puta.

El problema es que ese tipo de personajes suelen ser menos interesantes si no se manejan bien, se vuelven neomoralistas o neoconservadores. Y pues no, para mí el puritanismo es un fastidio, un estribo que le han colgado a la literatura y que impide ver panoramas más amplios. Tengo una crisis con eso (no es broma) y parte de mi solución ha sido, por una parte, abordar esos componentes politizados o ideológicos desde la voz narradora o, bien, abordar críticamente y sin apologías (en el tramado o la narración) a ese tipo de personajes. El problema viene cuando la lectura no sigue a esas intenciones. Es lo que plantea la Ley de Nathan Poe que dice algo así como: “en ausencia de un guiño o indicación que lo aclare, es imposible distinguir entre una postura ideológica extrema y la parodia de esa misma postura cuando se argumenta”. Parece cosa de risa, de secciones de comentarios en redes, pero no lo es. Y tampoco es una responsabilidad unilateral del lector; uno como escritor debería procurar ser diáfano, pero no tanto como para volverse plano. En ese estira y afloja me encuentro ahora.

 

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

¿Pero qué es un primer texto? ¿Te refieres a él de manera profesional o basta con que exista una intención creativa? Al menos yo no distingo el límite así que responderé arbitrariamente: a los cinco años dibujé más o menos de memoria un episodio de Calabozos y Dragones con los plumoncitos mágicos de Papermate, de esos que cuando pintabas con otro encima cambiaban de color. Yo me sentía como todo un dungeon master con esos plumoncitos. Y esos señores cuentan historias.

A los once años le inventé a un primo una historia bien pedorra de que tuve unas amigas con pelos color anime: rosa, azul y violeta, en quinto año. O sea, pura ficción.

El primer texto que escribí con plena intención de que fuera expresivo o poético fue un poema sobre un mastín o un dogo. Tenía trece años y había leído más libros de Sherlock (El valle del terror y El sabueso de los Baskerville) y al mismo tiempo había visto las versiones animadas de los ochenta con la voz de Peter O'Toole. Entonces escribí un poema dividido en estrofas de cuatro versos dodecasílabos (tú sígueme la corriente) sobre una pesadilla que tuve con un perro negro que me perseguía. Aún debo tenerlo por ahí aventado, pero guardaré el misterio para mí.

A los dieciséis o diecisiete quise ser rockstar y empecé a escribir canciones rockeras, tengo aún los cancioneros, algunos son malísimos. Pero qué se le va a hacer.

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

Contaría bien las sílabas (je). Es lo que hago cuando repaso cualquier poema viejo. Sin embargo, creo que las reescrituras son complicadas y no siempre valen la pena. Las dos novelas que he escrito han sido reescrituras, en ambos casos pasaron a ser de un ladrillo de 500 páginas a espacio sencillo a tejas más manejables de 250 páginas a doble espacio. En ambas corté el 75 por ciento del primer borrador, pero fueron necesarias dos becas PECDA para que eso ocurriera. Mis proyectos suelen llevarme años. Cuentos de bajo presupuesto pasó por reescrituras de 2007 a 2014. Rabia | Ikari, de 2002 a 2015, mi novela inédita (que está maldita) ya va para más de veinte años, con periodos de abandono obviamente, pero veinte años, vein teee.

Y no puedo dejar de pensar que podría haber escrito otras cosas. Pero tampoco era un escritor supercompetente. Me preocupa la música, me preocupa cómo suena el texto, y cuando reviso busco que emerja esa música. Es fácil con un texto nuevo, pero uno reescrito siempre se resiste, porque nació con su propio ritmo y cambiarlo es como pretender hacer un trasplante de esqueleto. Mi libro de cuentos inédito más reciente no ha tenido ese proceso de reescritura pero sí de corrección, ese creció, de 80 páginas a unas 140 actualmente, pero mi dominio y mi método actual son otros también, aún así llevo seis años tratando de perfeccionar algo que definitivamente ya no está dispuesto a permitir que le cambien más que una que otra coma.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

No lo creo. Esos rituales siempre me han parecido cosa de personas que padecen TOC… o que son burgueses privilegiados (se ríe solo, pero con nerviosismo). No digo que no funcione mecanografiar en una Underwood o escribir tus novelas con pluma fuente Staedler en Moleskines impares escuchando a Shostakóvich tras beber dos espressos y medio después de pasear siete kilómetros por una arboleda. No juzgo, habrá a quien le funcione, pero lo mío es escribir cuando pueda y como pueda. El tiempo laboral es tiránico y si uno no aprovecha los momentos libres, los proyectos no se concretan. Tal vez me gustaría tener un espacio propio, eso sí, pero luego pienso: si lo tuviera, ¿a qué hora conviviría con mi esposa? Yo prefiero sus interrupciones. Cuenta la leyenda que Faulkner escribió Mientras agonizo cargando los folios en el sobaco y escribiendo con los mismos trozos de carbón que tomaba de su vagón, mientras esperaba a descargarlo para volver a la mina. Uno no llega a eso, claro, a nuestra manera también somos privilegiados, pero, de ser el caso, ¿haríamos algo similar? ¿Realmente necesitamos empujar un vagón de carbón?

 

¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

Mmm. En 2006 empecé a publicar una columna cultural llamada “Idiosingracia” en un periódico regional. Salí en 2007. En 2008 publiqué mis primeros poemas en una antología en Chile, un golpe de suerte prácticamente: me uní a un colectivo de poetas que organizaba eventos de danzón. Una vez aventamos aviones de papel desde la ventana de un hotel frente al Reloj Monumental durante el desfile del 16 de septiembre, en 2008 salió el libro en Chile, yo ya me sentía poeta internacional (ja), pero el libro llegó a México hasta 2011, resulta que el embarque le tocó el terremoto y los libros estuvieron traspapelados o enterrados o algo. Hizo falta la intervención de dos embajadas para que llegaran. En 2011 publiqué un cuento en una antología de zombies en España y otro en una antología de microficciones (“Si no fuera el fin del mundo”, que luego incorporaría a la versión final de mi primer libro). En 2014 gané el premio Ricardo Garibay y publiqué Cuentos de bajo presupuesto el mismo año. Mi vida cambió un poco, la gente que no me saludaba ahora sí lo hacía, de pronto dejé de ser el loquito que le tiraba pedradas al Consejo de Cultura en su columna y pasé formar parte del mainstream estatal, me invitaban a las ferias del libro y empezaron a decirme maestro, pero a nivel nacional o fuera del nicho no había mucha diferencia. Me dejaron en visto en varias revistas y periódicos, y fueron pocos los medios a los que les interesó reseñar un librito de cuentos local. El auge de las redes sociales no cambió eso pero sí me permitió involucrarme de lleno en Espejo Humeante que, desde cierta perspectiva, es un proyecto editorial también. Con el tiempo quedé al frente del proyecto, pero esa es una historia que aún se está escribiendo.

 

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Para mí, espero que sea más amable de lo que ha sido hasta el momento. Tengo dos libros en dictamen desde 2021, y esas son las historias felices. La pandemia vino a afectarme bastante en ese sentido. Se cancelaron dos antologías importantes en las que participaría y tres libros en solitario que ya había comprometido, uno de ellos ya estaba a mitad del proceso de edición, ya tenía los textos de los forros, la portada incluso, peor se canceló. El otro me lo prometieron y me puse a corregirlo pero, a la mera hora, lo cancelaron sin avisarme, de una manera muy incómoda. Al mismo tiempo hay proyectos independientes importantes que se han interesado en que publique algo con ellos. Mi intención es ordenar mis borradores y enviarles los manuscritos, de momento he decidido dejar los concursos en segundo plano, pero aún participo en aquellos que permiten el envío en línea. Actualmente estoy en espera de dos resultados (cruza los dedos).

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

Espero que sí. Una cosa es que finalizar cada libro me deje satisfecho, al leerlo y releerlo, pero no quisiera que cada cosa que escriba se parezca. Hay muchas cosas de las que hablar, muchos temas. Y, aunque no me considero un escritor prolífico, deseo ampliar la experiencia de lo que puedo escribir, abordar, analizar, investigar, porque escribir es otra forma de autoconocimiento. Y yo deseo seguir conociéndome. Por otro lado, aunque he aprendido a valorar la autoedición, creo que no es exactamente mi camino. Creo que prefiero que exista un proceso de validación que esté más allá de lo que yo pueda pensar de mi obra. Los escritores somos narcisistas y esa percepción puede hacernos ver espejismos.

 

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

Es pronto para hablar de eso. No me parece que haya aportado nada aún, ni en la poesía ni en la narrativa. Cuando era más joven pensaba que mi legado sería escribir cuentos sobre anime o poesía jedi. Pero actualmente ya todo eso está hecho, y aunque sí he contribuido con la formación de ese corpus, ha sido como parte de un movimiento o de una generación, no de manera individual. La literatura actual me parece un asunto más comunal, más relacionado con una serie de referentes que exploran ciertos grupos. Y creo que eso me gusta. Hay poca originalidad en ello, pero la originalidad no es tan importante ahora como el sentido comunitario que legitima colectivamente lo que estamos haciendo.

Quisiera que uno de mis legados fuera Espejo Humeante, que la revista sea recordada y releída como se recuerda ahora a El cuento, a revistas del nicho como La langosta se ha posado o Goliardos. Que no tenga que ser yo quien se tenga que meter a editar la Wikipedia (risas incómodas). Quisiera también que le pongan mi nombre a una biblioteca o a una escuela, lo típico, te digo que los escritores somos personas muy simples, y que de preferencia ocurra en Pachuca, pero no me quita el sueño.

También quisiera escribir una novela que represente bien a Pachuca, mejor, al menos, de lo que la han representado las dos que ya he escrito, una… “gran novela pachuqueña”, por así decirlo, ja (la cámara lo toma de espaldas y le sale una gotita de sudor en la nuca). No sé. Esas cosas le tocará hacerlas a los críticos y a los tesistas de letras de 2060. Nosotros de momento creo que simplemente tendríamos que ponernos a escribir.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Para mí sería fabuloso ser inspiración para alguien. Algunas personas ya me han manifestado eso. Tres de mis contemporáneas ya han usado epígrafes de mis textos y algunas personas más, que por supuesto no son mis tías, me han dicho que Rabia | ikari es una de las mejores novelas hidalguenses que han escrito. Hace poco platicaba con Vicente Alfonso, jurado del premio Ricargo Garibay este año y me comentó que la ganadora, Anaid Gálvez, realizó un intertexto con mi cuento “Serie b”. Se siente de lujo porque, como mencionaba el otro día en un tweet, mis textos no poseen originalidad ni un desarrollo emotivo o sentimental que susciten arrebatos apasionados ni recomendaciones vehementes por parte de quienes los leen, mi poética no va ni irá por ahí. Pero quienes me han leído con interés y valoran lo que hago siempre iluminan mi día.

Hace tiempo respondí esta misma pregunta en la revista Semillas de Sauce y, si me lo permites, desearía replicar acá esas palabras a modo de despedida:

No te desesperes, las buenas historias llegarán a ti. Si bien no todo es literario, ni todos los temas, ni todas las historias, si bien no bastará tu talento para que lo sean, las buenas historias eventualmente llegarán a ti.

No eres original, no eres divergente y no descubrirás el agua tibia. La originalidad no es un fin sino un horizonte que se aleja mientras aspiras alcanzarlo.

Una historia nunca parte de la nada. Todo es un remix, un diálogo con algo más. A veces la ejecución importa más que la premisa, y combinar elementos, deconstruirlos, tomar ideas de otros campos artísticos o de la vida misma, te permitirá crear historias novedosas. Escribe lo que amas y no tengas miedo de crear algo que nunca se haya hecho antes.

Pero, no lo olvides, sé coherente y cuida los detalles. Incluso la imaginación más desbocada tiene reglas cuando es mediada por una narración, y estas reglas suelen ser estrictas. Sé diáfano y nítido. Al diablo con lo críptico, con “lo literario”. Si vas a emplear simbolismos, lirismos y estructuras complejas, asegúrate de que no enturbien la lectura, asegúrate de que el texto se mantenga siempre abierto al diálogo.

Gracias por la invitación, Daniel, y un agradecimiento también a aquellos de tus lectores que llegaron hasta acá. Peace among the worlds.


 

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