POÉTICAS PERSONALES: VICTORIA DANA


A Victoria Dana la descubrí con su novela A dónde tú vayas, iré que hurté de la biblioteca particular de mi tío Jaime. 

El libro, una novela histórica sobre la migración de la comunidad judía de Damasco a México a principios del siglo XX, resonó conmigo profundamente y me conectó con mi tío de una manera que ninguno de los libros que compartíamos, a veces abiertamente, a veces a escondidas como en este caso, había logrado hacerlo antes.

No dudo que esta conexión se debiera a que al leerla pude leer un poco del propio recorrido que la familia de mi tío Jaime realizó con su propio éxodo, los Oxenhaut, Gruzko, Stepensky y Braverman llegados ellos a México durante y tras la segunda Guerra Mundial, venidos de Polonia y del sur de Lituania, huyendo de la Shoah,  huyendo de esa destrucción insensata que nunca jamás debe repetirse. 

Cuando finalmente le regresé el libro a mi tío, tras las quejas porque nomás lo había buscado por todos lados sin éxito y porque no había podido discutir de él con su amigo Moisés en su encuento semanal en el CDI, lo invité por un café para contarle mis impresiones. 

Las primeras líneas de la historia me atraparon, el uso de epígrafes bíblicos puntuando la narración, la fiel representación de la comunidad de Damasco de principios de siglo, el rol de la mujer y su posición social, la guerra, la xenofobia turca de la que sufrieron también los armenios, el exilio forzado para poder vivir, el arribo a un nuevo país con nuevas costumbres, lengua, olores y sabores.

Lo que más me llenó de emoción fue que a lo largo de la historia uno va descubriendo el crecimiento de Latife, la heroína, la lectura la acompaña y la vemos cambiar, aprender, convertirse en la mujer que finalmente rompa con sus ataduras y enarbole desde otra luz la tradición que la vio nacer. 

El final de la novela, que me atreveré a colocar aquí, hace gala de lo que llamo un final contundente y poético, y encuadra la prosa cuidada de Victoria con un cierre que deja un vuelco en el corazón y que debiera, hoy más que nunca, ser el grito de batalla de las mujeres del mundo:

Gracias por permitirme compartir contigo el milagro de la vida, Bendito seas, Dios mío, por haberme hecho mujer.

Que sus lecturas sean felices, queridos amigos.

 

¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Siempre hago el mismo chiste: Uno de mis hermanos me aventó un dado de madera, de esos que tenían letras, y así fue como las palabras entraron a mi cerebro.

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

El hecho de provenir de una familia que valoraba mucho la lectura, fue simple imitación de lo que hacían mis padres y mis hermanos.

 

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

Un cuento que se llamaba Almendrita, una niña que nacía dentro de una almendra. Me pareció una historia muy tierna.

  

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

Depende del tipo de lectura. Hay libros que se leen en un escritorio, con lápiz en mano, subrayando ideas y otros que se leen en la cama, que te llevan a lugares inesperados. A veces hay que leer donde se puede y como se pueda.

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Leo varios textos a la vez. Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos, elegido para taller de lectura, al que asisto cada semana desde hace más de veinte años con el maestro Miguel Cossío Woodward, La cofradía de las viudas de Mónica Hernández, amiga querida del grupo de las Hijas de la Pandemia, El fragmento impertinente de Ethel Krauze y Mujeres de maíz de Guiomar Rovira.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

Han sido dos vertientes por mi condición de hija de inmigrantes judíos y por ser mexicana de nacimiento y latinoamericana por elección. Influyeron en mi escritura autores como Bashevis Singer, Amós Oz, Scholem Aleijem y David Grossman y Naguib Mahfouz. También William Faulkner, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Vargas Llosa, Rosario Castellanos y Juan Carlos Onetti.

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

El género tiene que ver con la historia que quieres contar. No se favorece ningún género en especial. Algo que sí han provocado las editoriales, es hacer que los autores ya no escriban cuento porque simplemente no los publican, alegan que el cuento no se vende. ¿Qué hubiera ocurrido en nuestro tiempo con Cortázar o con Borges, con Kafka y sus maravillosos relatos?

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

No recuerdo a ninguno en especial, aunque me gusta mucho el tratamiento psicológico que da Dostoievsky a sus personajes en Crimen y Castigo.

  

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

Me pidieron en la escuela hacer una descripción de un personaje. Elegí a mi perrito, un poodle negro de lengua rosada y ojos lagañosos.

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

Si te refieres a mi primer texto publicado, mi primera novela, Las palabras perdidas, se le dio un trabajo de edición de la mano de Eloísa Nava, cuando se reeditó bajo el sello De Bolsillo. Se trabajó en especial que fuera aún más verosímil que la primera edición.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

Me gusta más hacerlo por las mañanas, siento que mi cerebro está más conectado conmigo misma.

 

¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

La primera vez a través de Textofilia, por recomendación de compañeros escritores, un sello que ha ido creciendo con el tiempo hasta consolidarse. Posteriormente tuve la oportunidad entrar a Penguin Random House y de publicar A dónde tú vayas, iré, bajo el sello Lumen, lo que para mí significó un verdadero logro, por ser una editorial muy respetada a nivel internacional.

 

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Pensé en algún momento que el libro perdería vigencia, pero, por el contrario, ha ganado adeptos y se ha globalizado cada vez más. Es un milagro hablar al mismo tiempo con lectores mexicanos, colombianos y chilenos, eso me sucedió hace poco.

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

No lo sé, escribes con la esperanza puesta en tu trabajo, esperando que a la hora de lanzarlo llegue a buen destino y sea leído con “buenos ojos”.

 

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

De hecho, mi novela A donde tú vayas, iré, es un legado para mis nietos, para que conozcan sus raíces y no olviden jamás de dónde vienen.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Escribir y también leer lo que otros han escrito antes que él. El mundo se creó hace mucho tiempo. Escuchar, abrir su mente a diferentes voces, aunque no esté de acuerdo con ellas. Comprender, ponerse en el lugar del otro, imaginar lo que está sintiendo la otra persona. Ser empático. Ser lo suficientemente humilde para aceptar la crítica y a la vez lo suficientemente soberbio para seguir creando. Dominar el lenguaje es un imperativo, es nuestro instrumento de trabajo. Y finalmente deseo que no pierda la fe en sí mismo y en su posibilidad de encontrar el camino. 


 

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