POÉTICAS PERSONALES: CLAUDIA DUCLAUD
¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y
de los libros?
Tengo la fortuna de tener unos padres que
conocían la importancia de acercar a los niños a los libros, de modo que se
dieron a la tarea de aprovisionar el librero de casa con toda clase de libros y
enciclopedias; fue por eso que mi acercamiento a los libros llegó incluso antes
de que hubiera aprendido a leer. Los veía ahí, cerrados en el librero e
intuía que guardaban secretos interesantes y misteriosos y que cuando los
conociera, el mundo iba a ser mío. Al principio los ojeaba para mirar
largamente las imágenes; había de todo: animales, paisajes, o escenas de la
vida cotidiana. Un poco más adelante, cuando ya aprendí a leer, descubrí que
encerraban mundos y vidas: que podía viajar, esconderme, transformarme en otra
persona e, incluso, en algún animal o hasta en objetos (por ejemplo, con el Selecciones
me convertí en el ojo, el corazón, el pulmón y el estómago de Juan).
En fin, que en los libros encontré un refugio, pero más adelante, en la
adolescencia, hallé también una puerta de escape y un espacio para rebelarme,
para buscarme y para tratar de encontrarme.
¿Cuál dirías que fue la razón principal que
te convirtió en lector?
Mi conexión con mi padre siempre ha sido
fuerte y, de niña, lo era mucho más; así que me parece que él logró motivarme,
transmitirme y convencerme de la importancia y el valor de la lectura, como un
elemento, una herramienta que podía, incluso, determinar la existencia.
¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído
por elección propia?
Tenía unos seis años cuando me acerqué a
Alicia en el país de las maravillas, en la edición de Los clásicos de Grolier. Ya
había visto la película y esperaba una fiesta del té, conejos corriendo de aquí
para allá y gatos que desaparecen dejando sólo su sonrisa colgada de las ramas
de un árbol; pero pasaban las páginas (tres o cuatro pueden ser demasiadas
páginas cuando tienes seis años), y nada de eso ocurría. Así que lo abandoné
como a los veinte minutos. Lo retomé y lo disfruté mucho más cuando crecí un
poco.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?
No. Disfruto mucho leer en un ambiente
silencioso y con un café a mi lado, pero soy muy adaptable y puedo leer casi en
cualquier circunstancia; he aprendido a leer en movimiento (antes me mareaba
leer en el coche, pero ya lo tengo dominado), con ruido, música, voces, lo que
sea. Lo único de lo que no puedo prescindir es de un lápiz que uso para subrayar
o para hacer anotaciones, y que a veces me acaba sirviendo también como
separador si es que no traigo otro objeto para eso. También procuro tener a la
mano el teléfono celular para apuntar en el block de notas alguna cita que me
haya gustado o para hacer búsquedas de algún dato que no conozca o que me haya
llamado la atención.
¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?
Ahora mismo estoy leyendo Hamnet, de Maggie
O´Farrell. Lo he visto recomendado por aquí y por allá, así que me asomé a su
sinopsis y descubrí que va de Shakespeare, su vida familiar, su hijo muerto por
la epidemia de peste bubónica y cómo Shakespeare halló en esa tragedia personal
la inspiración para su obra maestra. ¿Quién podría resistirse a leerlo?
En tu formación como escritor, ¿qué
libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?
Eso es algo que no sé, no creo que me toque
a mí decir que lo que escribo tiene influencia de tal o cual autor, me sentiría
vanidosa o pretenciosa. Sí creo, sin embargo, que todo lo que leemos, lo que
vemos, lo que nos comunican nuestros sentidos, nos influye de algún modo. A
veces, hasta nos determina.
Lo que te puedo contar es a qué autores
disfruto más leer, y ya le corresponderá al lector o al crítico descubrir o
señalar si hay influencia de ellos en mis textos.
¿Cómo te decantaste por el género
favorecido por ti a la hora de escribir?
Creo que escogí la novela porque soy muy
rollera, me gusta contar con detalle y soy una maestra de la digresión. El
cuento no te permite nada de eso, el cuento debe ser como una bala: pequeño y
explosivo; concentrado, contundente. La novela, en cambio, se pasea por aquí y
por allá, se toma su tiempo, se condimenta y se cocina a fuego lento,
llevándote por cuanto meandro se le antoja para dejar caer una bomba por aquí,
dar una vuelta de tuerca más allá, y otra después. Y yo disfruto esa
estructura, conecto con ella porque es la manera en la que suelo comunicarme en
mi día a día.
¿Qué personaje literario ha marcado tu
construcción de personajes y cómo ha sido eso?
Me gusta cómo está confeccionado el
personaje de Santa de Federico Gamboa. Me conmovió verla transitar su vida desde
ser una niña cándida y feliz, luego una joven enamorada y llena de ilusión y
finalmente una mujer dura, llena de impotencia, resentimiento y ansias de
revancha y, sin embargo, aún buena en el fondo.
Me impactó el modo en que Gamboa presenta
en ella todas las facetas de un ser humano: su psicología, sus emociones, su
anatomía y hasta su fisiología. Entonces, cunado yo estoy creando un personaje,
me acuerdo de ella, de cómo era de carne y hueso para el lector, y yo trato de
hacer lo mismo, de no dejar fuera ninguna de las facetas del personaje, porque
creo que sólo así se sienten reales y no muñecos unidimensionales trazados en
un papel.
¿Cómo sucedió la escritura de tu primer
texto?
Sucedió cuando tuve a mi primer hijo (tengo
dos). Una idea empezó a darme vueltas en la cabeza: ¿qué pasaría si yo muriera
antes de que el bebé creciera lo suficiente como para que yo pudiera platicarle
mi manera de ver el mundo y mi forma de andar por la vida? Comenzó a angustiarme
esta posibilidad de morir y que tuviera que enterarse por terceros de quién
había sido su madre.
Entonces pensé en dejárselo por escrito, en escribir mis andanzas, mi
visión y mi paso por el mundo, y comencé. Pero a medida que avanzaba en la
escritura, empecé a notar que había muchos vacíos en la trama de mi propia
vida: datos, acontecimientos que no conocía, que ya nadie podía contarme;
preguntaba por aquí y por allá y nadie sabía ayudarme a llenar esas lagunas de
información, eran datos que se habían perdido para siempre. Entonces tuve que
recurrir a la ficción y esto me desvió completamente de aquel objetivo inicial,
porque al poco tiempo ya no estaba contando ni mi vida, ni mis andanzas, sino
puras cosas que se me ocurrían a partir de algunas anécdotas que sí me habían
sucedido. Descubrí que estaba divertidísimo hacer eso que, desde niña, había
tenido prohibido: contar mentiras con total impunidad; es maravilloso poder retorcer
la realidad, condimentarla, de subirle o bajarle a la intensidad a tu antojo y
el resultado fue mi primera novela.
Si pudieras reescribir tu primer texto,
¿qué harías diferente/igual y por qué?
Me tardé ocho años en escribir mi primera
novela; hice muchas pausas en el camino, algunas de ellas demasiado largas. Esto
me dio la oportunidad de volver a ella, de retomar los capítulos innumerables
veces; aproximarme a ellos con ojos cada vez más críticos y con la distancia y
el tiempo necesarios para que me resultaran casi ajenos; había veces en que los
leía y decía ¿a qué hora escribí esto? Podía entonces decidir: Sí me gusta, o
no me gusta para nada; y así iba reescribiendo, modificando, eliminando,
añadiendo y, desde luego, avanzando en la trama, acumulando cada vez más y más
cuartillas.
Esto ocurrió una y otra vez a lo largo de
ocho años. También durante ese período decidí estudiar la maestría en
literatura y creación literaria, justamente para adquirir el conocimiento que
me permitiera mejorar mi texto, regresar a él armada de herramientas y de
radares que me ayudaran a detectar fallas, a dejarlo cada vez más pulido. Por
otra parte, creo que nunca podría quedar absolutamente conforme, estoy segura
de que si lo vuelvo a leer, en cada relectura le cambiaría detalles aquí y
allá, pero hay que saber poner un punto final y soltar el texto a la vida; que
se vaya y que recorra su propio camino. Hay que despedirlo y decirle: te hice
lo mejor que pude, que te vaya muy bien.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica
específica para escribir?
Para escribir prefiero el día a la noche y los espacios abiertos a estar entre paredes; disfruto el
silencio, pero no me incomodan el ruido ni la música, me encierro en lo que
estoy haciendo y logro anularlos casi por completo. Puede estar la tele
encendida o gente conversando a mi alrededor, en tanto no me hablen a mí
directamente, porque entonces sí pierdo la concentración, se me escapa el hilo.
En cuanto a la técnica, La hija del fotógrafo pasó por varias etapas: la
comencé a escribir sin otro conocimiento que el que se adquiere como lector, es
decir, había aprendido a identificar algunas voces narrativas, sabía que se
pueden hacer descripciones tan minuciosas o tan generales y vagas como se
quiera. Cada uno, como lector, va haciéndose de sus gustos y preferencias y,
justamente con base en mis preferencias de estilo comencé.
Poco después, una amiga me comentó que conocía a una persona muy involucrada
en la edición de textos y libros, nos presentó y acordamos comenzar un plan de coaching
literario en el que ella me iría revisando y haciendo observaciones a medida
que yo generara capítulos, además de que acompañaría mi proceso creativo con
lecturas afines a lo que yo quería narrar para ampliarme las perspectivas y las
posibilidades. Este ejercicio funcionó muy bien, ya no estaba escribiendo de
puro feeling sino que ya contaba con la guía de alguien.
En paralelo, decidí estudiar la maestría en literatura, pues quería poder
leer mi texto con ojos más críticos; así que, a medida que iba avanzando en las
materias, me regresaba sobre mis párrafos a revisar si lo que estaba
aprendiendo estaba bien aplicado en la novela. Eso me llevó a reescribir varias
veces los capítulos, pues los iba modificando una y otra vez para aplicar lo
que iba aprendiendo. Se me aguzó un detector de repeticiones, cacofonías,
sobre-adjetivizaciones, lugares comunes y entré en una lucha encarnizada con las
palabras, obsesionada siempre por hallar la palabra más precisa.
A veces pienso que, si un día se me apareciera un genio y me concediera un
deseo, le pediría hallar siempre la palabra precisa.
¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?
Fue precisamente Mary Carmen —la persona que me guio en el coaching—, quien me sugirió acercarme a editoriales.
Ella me dijo que le parecía que había quedado bastante bien y que le veía
potencial para ser publicada. Me dio los correos de Edgar Krauss en Harper
Collins, así como de otro editor en otra casa editorial y, para mi sorpresa,
las dos editoriales se interesaron en la novela.
¿Cómo imaginas el mundo de la edición en
los siguientes años?
Yo siempre había pertenecido al mundo de
los libros desde el lado del lector, mi ingreso al mundo editorial es muy muy
reciente, y es desde ahí que puedo opinar. Me parece interesante que existen
muchas alternativas para publicar, desde la auto-publicación, las ediciones
universitarias, las editoriales independientes y las grandes casas editoras con
presencia global y prestigio de décadas, incluso de siglos.
Imagino que en los años venideros esta
diversidad continuará ampliándose, ofreciendo tanto a autores como a lectores
diferentes posibilidades.
¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la
literatura?
Para mí escribir es un ejercicio en el que nos desnudamos, exhibimos lo que
llevamos dentro y vamos dejando la piel y la sangre entre las páginas; también
lo percibo como un esfuerzo para generar y transmitir un disfrute estético. Así
que creo que eso es lo que me gustaría dejar: mi trabajo esforzado y sincero.
¿Qué le recomendarías a un autor que apenas
comienza y que te ve como inspiración?
Para escribir, como para cualquier cosa que
se desee emprender o experimentar, hay que tener en mente que la vida es una y
es finita. Se acaba. Así que hay que aventarse o, como decía Bukowski:
Encuentra lo que amas y deja que te mate.
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