POÉTICAS PERSONALES: ROBERTO ABAD

 



Conocí a Roberto Abad, o al menos a su libro, en una Educal de un museo cuyo nombre, desgraciadamente, no tengo ahora recolección. 

En todo caso esta Educal tenía una estantería muy amplia con los libros del programa Fondo Editorial Tierra Adentro. 

Recorriendo los lomos encontré Orquesta primitiva, que es un libro de minificción donde podemos notar la influencia que la música he tenido en él. 

Aquella ocasión, leí algunas mientras me decidía qué comprar. De esas minificciones leídas, todas me parecieron bien escritas y gustosas, con cierres contundentes como las buenas minis. Lamentablemente me decidí finalmente por otro del FETA sobre Gerardo Deniz, pero conservo el recuerdo de ese título, además de la convicción de que algún día llegará a mi biblioteca. 

Ahora sigo a Roberto en redes y me ha parecido que su maestría con el tema musical, manifiesto en ese primer libro, deriva naturalmente de su involucramiento con la música formal, incluso sus frases tienen una melodía que invitan a leer. En un video reciente, lo he visto tocar las líneas melódicas de una canción de Paul McCartney por lo que queda confirmado, al menos para mí, esa fluidez rítmica de sus palabras. 

En 2020, ya entrada la pandemia, publicó en Paraíso Perdido el libro que dos años antes lo había hecho ganar el Premio de Narrativa Ramón López Velarde,  y que le valió también la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas donde pulió dichos cuentos. 

Cuando las luces aparezcan es un libro con seis cuentos de corte cienciaficcionero donde la realidad se acerca de manera extraña a la nuestra, aunque ligeramente alterada, y los escenarios son reconocibles apenas a través de la bruma densa, un velo que nos obliga a mirar nuevamente para redescubrir las formas conocidas, donde la vida extraterrestre es una presencia que nos vigila desde la otredad y el misterio. 

Como muchos lectores de este libro, celebro que un libro de ciencia ficción tenga tan buena acogida, que sea parte de un catálogo en una editorial que ha adquirido prestigio con cada nueva publicación y que sus temas, robots, aliens, doppelgängers, nos recuerden a Bradbury, Dick, Vonnegut o Heinlein, incluso a los X-files

De este libro, el cuento que más me gusta es Amatlán, porque en cierto sentido me parece el cuento más fantásticamente realista del conjunto, esa extrañeza que borra los límenes entre géneros y que produce una lectura alucinante. 

Se los recomiendo bastante y que sus lecturas sean felices.

¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Un poco atropellado. No vengo de una familia lectora, no tuve una infancia con libros a mi alrededor. Pero mi bisabuela paterna me contaba historias y pienso que ella sembró la semilla; siempre me contó anécdotas de nahuales, fantasmas, rayos que les caen a las personas —su papá, por ejemplo, que fue revolucionario, murió así. En la secundaria me encontré con Cuentos de amor, de locura y de muerte de Quiroga y me deslumbró. Sentí que estaban escritos para alguien como yo, que se emocionaba con cosas raras y sobrenaturales. Pero no agarré el hábito de inmediato. Tuvieron que pasar algunos años…

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

Como dije, me hice lector más adelante, en la preparatoria. Es decir, cuando tomé la decisión de que quería leer libros que me emocionaran. Ahora que lo pienso, estoy seguro de que la razón fue la evasión. Siempre he vivido contextos estresantes y complejos; entonces no me sentía bien ni conmigo ni con mi vida. Pero en los libros las cosas se ponían peor, y sobre todo las historias tenían un fin aparente. Ése era un gran consuelo, la idea de que en algún momento todo pasa, todo termina; saberlo me causaba –o me causa– cierto desahogo y placer al mismo tiempo.

 

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

Quizás haya sido Narraciones extraordinarias, de Poe, que le robé a un tío; lo tenía en completo abandono y yo no sabía nada de ese libro. Me llamó la atención la portada, que tenía una calavera y un cuervo, con un fondo morado. No recuerdo la editorial. Me sorprendieron los elementos que utilizaba, un gato, un ojo, un viejo. No los sentía tan terribles en la vida real pero en esas historias había algo que los hacía únicos y siniestros. El gato negro era El gato negro, no cualquier felino, etc.   

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

No sé si alcance la categoría de ritual, pero por lo regular reviso las últimas frases del libro en cuestión, antes de comenzarlo, claro. Es más bien una manía. A veces tengo la impresión de que, si el final suena bien, aun sin saber la historia, el libro es bueno. También es cierto que no creo en los spoilers. Así que no me importa saber el final primero.

Por lo regular leo en el transporte público; es decir, en tiempos muertos o en los que hago otra cosa, como trasladarme. Lo primero en lo que me fijo al subir al camión es de qué lado dará el sol. Entonces me siento en la hilera contraria. Es todo. Ése es mi ritual.  

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Leo Estancias nocturnas, una antología que compiló Gabriela Rábago Palafox, una escritora mexicana muy poco leída que hizo ficción especulativa. De a poco comienzan a salir estudiosos de su obra. Y lo que me llevó a leer este libro es que se trata de una antología mexicana de culto, difícil de encontrar, y vino a parar a mis manos de una forma muy fácil. Además tiene un dejo a antología de terror, la selección dice mucho del ojo de la autora, y en general me interesa ella, espero que se reediten sus libros muy pronto.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

Ha habido épocas. De muy joven leí a García Márquez y a Cortázar y fue muy revelador descubrirme emulando sus estructuras o copiando su forma de adjetivar. Pero no perduró. Quien marcó mi escritura fueron Adolfo Bioy Casares y Amparo Dávila. Del primero, La invención de Morel me encanta, lo leo como un cuento largo más que como novela, y sus cuentos fantásticos son mi escuela: su manera de presentar la trama, a veces con un aforismo, otras con una descripción muy elegante, me dio mucha luz, me hacía sentir el lenguaje. De Amparo Dávila rescato una postura, la convicción de que el cuento es un camino digno y valioso, sin importar la corriente en contra, y que en cada parte de la cotidianidad se aloja un elemento fantástico. De ambos, rescato la tensión.     

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

Fue muy natural. El cuento siempre me cautivó. Es una cuestión de temperamento también, pienso, me pone a prueba y no me genera ansiedad porque no estoy tanto tiempo en un solo lugar. El género te exige, se sabe, como lector y autor. Y eso, al momento de escribir, hace que mantenga mi cabeza más ocupada de lo normal, me hace bien ocupar mis pensamientos en algo que parece ajeno a mí y que me permite irme sin reproches. La novela es el caso contrario, para mí. Dejar un manuscrito a las 80 páginas me dolería. En cambio un cuento, si lo dejo a la tercera, no me afecta (tanto).

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

Tal vez no sea un solo personaje, sino una serie de personajes de varios autores, por ejemplo, los de Elena Garro son muy didácticos para un escritor, te dicen cosas sin decirlas, las muestran, eso me interesa. Ahora, en una tradición distinta, los de Carver son casi fantasmales, tienes que descifrarlos un poco, y a veces no es tanto lo que hacen, sino lo que dejan de hacer, lo que da pistas suyas. En general me interesa la sugerencia. Confío en el criterio del lector. Y bueno, podría mencionar a varios autores que van en ese mismo sentido y cuyos personajes son una especie de manuales sobre cómo decir cosas sin decirlas. Cheever, Lorrie Moore, Rulfo, Cortázar, Uhart…   

 

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

Si soy fiel a los hechos, debo decir que fue una canción y no un cuento, y como toda canción que se crea en la adolescencia, apareció bajo estímulos ingenuos. Pero fluyó muy bien, es decir, sabía que podía hacerlo y sólo me planteé escribirla y ya. Siempre se me hizo fácil ponerle letra a las tonadas que inventaba. A veces me la pasaba escribiendo letras nada más. En la secundaria fue que emigré de la estrofa al párrafo. El primer texto que escribí con fines literarios era largo, de 20 o 25 páginas, con una estructura revuelta, aunque con cierta noción de lo que era un cuento. Por supuesto, no se publicó en ningún lado.

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

No lo tocaría. Me da pereza. En realidad sí que puedo reescribirlo. Pero, ¿por qué lo haría? No tiene futuro. Era una historia mala. En cambio, si hablamos de un texto de hace uno o dos años, creo que conserva aún mi templanza narrativa y quizá regresaría a él. Pero a ese primer texto nada le haría, no tiene caso.   

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

Procuro estar bañado, fresco, y tener las cosas en orden alrededor. Así que podría contar como ritual: cambiarme, tender la cama, escombrar zapatos, abrir las cortinas, ir por café, y luego vagar en las redes un rato hasta que diga: ¡basta!

 

¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

Bien, me basaré en lo que yo entiendo por ahora como “mundo editorial”. Realmente, no me comenzaron a publicar en revistas hasta que se publicó mi primer libro en Tierra Adentro, y a partir de entonces la cosa fluyó mejor. Lo que hice fue escribir un libro; luego de que perdió los concurso que debía perder, lo mandé a la convocatoria del antiguo FETA, esperé mucho tiempo, cambiaron de editores, pasó más tiempo, y un día me dijeron que había sido dictaminado favorablemente. Después esperé casi un año a que se imprimiera. Eso fue en 2014, 2015. No conocía a nadie en el medio, y bueno, eso ocurrió. Pese a todo fue una gran experiencia.

 

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Más arriesgado, más comprometido, más lúdico, más libre. Un amigo editor, junto con un colectivo, acaba de lanzar un libro —él lo llama dispositivo editorial— que es una caja de herramientas con seis cuadernillos desplegables que invitan a jugar con las palabras y la poesía. Además, la caja trae una piedra. ¿Por qué un proyecto de esta naturaleza traería una piedra? ¡Me encanta! Pienso que la edición en México es sobre todo arriesgada. Los mexicanos somos ejemplo de que en la carencia, la creatividad brota con ímpetu. Con proyectos así digo: no gobernamos el mundo porque no queremos. 

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

No creo. Al final lo que uno quiere es hablarle a unos cuantos lectores, y aunque cambien las plataformas (si es que a eso se refieren las posibilidades editoriales) seguiré hablándole a esos lectores con quienes comparto valores narrativos, supongo. Eso en cuanto a la perspectiva. De los alcances quién sabe. ¿Viste Buscando a Sugar Man? La música de Sixto Rodríguez era valorada en otro continente, mientras él no sabía nada, era un completo desconocido en su país. Sin embargo vivía bien, tranquilo. Siempre pasan cosas a pesar/ a costa del autor. Es mejor así.

 

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

No sé. Me acuerdo de un comentario de Bolaño, decía algo como: la mitad de poetas de mi generación está escribiendo pensando que su obra va a perdurar, pero basta preguntarse cuántos del siglo XIX siguen leyéndose. Yo en ese aspecto prefiero pensar que no dejaré ningún legado.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Le recomendaría que no se queje de que no hay tiempo para escribir. Es cierto, no hay, pero mucha gente ha escrito sin tiempo, incluso sin escritura, como el Rulfo fotógrafo. Le recomendaría que escriba cuando quiera, de lo que tenga ganas. Y, por encima de estos, que tome en cuenta ese precepto de Stephen King que dice: no pongas el arte por encima de los que te rodean o, en el mejor de los casos, te quieren. No vale la pena. 


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