POÉTICAS PERSONALES: ADÁN MEDELLÍN

 


¿Quién no conoce a Adán Medellín?, me pregunté mientras reflexionaba para redactar este texto introductorio a su entrevista. 

Al menos, pensé, los que somos de su generación lo conocemos como uno de los escritores más destacados, un colega que con fuerza va creando una trayectoria interesantísima en el mundo de las letras mexicanas. 

En particular, lo conocí con un cuento, ganador del Premio Nacional de Relato Universitario Sergio Pitol, convocado por la Universidad Veracruzana. 

El cuento, El canto circular, es una historia poderosa sobre amor y muerte, brujería (curandería) y almas en pena que se refrenan de partir, que nos visitan para recriminarnos nuestros actos, para reclamarnos sus muertes. El cuento, como su título, genera una lectura hipnótica, una cadencia circular donde los personajes rebotan unos contra otros, donde las imágenes de esa figura geométrica se multiplican como un símbolo del infinito, el uróboros, o el eterno retorno, el territorio del que estamos condenados a nunca salir. El círculo como cuadratura del triángulo, el cuarto incómodo en una relación de tres, o los círculos en las pinturas abstractas del protagonista que se desdobla. 

Por otro lado, Adán ha ganado el Premio de Cuento San Luis Potosí (hoy Ámparo Dávila) con su recopilación Blues vagabundo

Algo que tiene Adán, es que de los cuentos que le conozco, hay una verdadera búsqueda, casi Flaubertiana, del adjetivo justo, del sustantivo exacto. Sus textos son pequeñas joyas de palabras, intachables, de un lirismo impresionante, cargados de una emoción contenida que termina explotando en la cabeza del lector con juegos de artificio. Emoción cargada y profunda que es una condición rara en autores jóvenes, una madurez precoz. Quizá esto provenga de su incursión en la biblia, en esos textos proféticos y sapienciales, esa mitología que apunta, para quien cree, en verdades primigenias (aquí me siento hermanado a él).

Así como la muerte, la vida, el amor, sus textos son también un estudio de la violencia primordial que habita el corazón del humano, ese fuego que nos consume desde la prehistoria y que no logramos extinguir. Esto se aprecia mejor en su libro: Tiempos de furia, editado por Ediciones B. 

Recientemente vi que uno de sus textos aparecía en una antología sobre Pauliana Rubio, la chica dorada, popular cantante mexicana que fue, sin duda, la educación sentimental de muchos contemporáneos. A mí en lo personal me sorprende este texto (no soy tan conocedor de Paulina), pero me da una curiosidad tremenda y quizá un día me haga de un ejemplar para completar aquí la reseña. 

Mientras, busquen sus libros, y sepan que administra, junto con Lorena Rojas, la cafebrería Ítaca en Tamaulipas, y que sus lecturas sean felices. 


¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Fui muy afortunado de contar con libros en casa y poder leerlos sin impedimento. Aprendí con una Biblia, que rayaba creyendo que hacía subrayados imitando a mis mayores, y con cuentos, enciclopedias, historias para niños y materiales educativos. Mi mamá era maestra de primaria y siempre nos acercó a la lectura, empecé a leer como a los tres años. De pequeño solía tomar todas las revistas y los cómics en el súper y los leía mientras mis papás hacían la despensa. Pero sobre todo compartí los libros y la curiosidad de descubrirlos con mi abuelo Felino, quien deseaba ser escritor y tenía una biblioteca en un cuarto especial de su casa donde había poesía, cuentos, novelas, ensayos, libros de textos y grandes enciclopedias. En la adolescencia pasé mis primeras desveladas descubriendo versos en antologías de poesía y mi abuelo me animaba a que comentáramos nuestros textos; me leía sus primeros poemas, mientras yo hacía lo propio con los míos.

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

La curiosidad, ligada a una especie de hambre de mundo. De pequeño siempre tenía preguntas para todo y a veces los libros las respondían o creaban nuevas preguntas para continuar con esa búsqueda. También había un recuerdo afectivo. Cuando tenía 6 o 7 años, mi abuelo me llamó a un cuarto, me sentó frente a él y me dijo que había escrito un cuento sobre nuestras más recientes vacaciones familiares en un pueblito de Oaxaca. Ahí aparecía yo transformado en personaje. Y eso me cautivó, poder reconocerme en esas líneas. Ya adolescente, creo que también sentía una especie de desacomodo en el mundo, como si no pudiera insertarme ni hallar mi lugar, pero la literatura me permitía ese espacio donde mis ideas, mis preguntas, mis ansiedades, mis fantasías podían expandirse. Ahora creo también que una sola vida no basta para experimentar los destinos posibles de lo humano y los libros proveen ese exceso de vida, conocimiento, revelaciones que necesitamos para transitar, cuestionarnos y guiarnos en nuestras distintas etapas.

 

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

Sí pienso en la Biblia, fue por la fe que existía en ese momento en mi mundo familiar, pero también porque era una fuente inagotable de historias. Mis primeros cuentos fueron los de David venciendo a Goliat, los de Moisés desatando las siete plagas en Egipto y abriendo el Mar Rojo con ayuda de Dios, la caída en el Edén. Aunque no lo comprendía a plenitud, había un halo de maravilla en la hechura de ese libro. Decir “La palabra de Dios” era establecer un puente impresionante entre mi realidad cotidiana y una realidad superior, poderosa, llena de sucesos y criaturas asombrosos. Creo que he conservado algo de eso en los libros que me empezaron a atraer: un vínculo donde el mundo podía atravesarme con una intensidad que la vida sólo suele entregarnos a cuentagotas en amores, placeres, golpes, accidentes, dolores, descubrimientos, separaciones y muertes.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

Mi modo de lectura fue cambiando con el tiempo y las circunstancias. Antes leía en los transportes, en las esperas de alguna cita, en los jardines o las bibliotecas. Luego tuve la fortuna de poder leer en el trabajo editorial sin que eso fuera penalizado. En mi vida actual, teniendo una pequeña cafebrería con talleres, leo en las esperas entre clientes, entre los mandados y las clases que imparto, pero sobre todo he vuelto a leer por la noche con mayor calma. A veces lo hago en una mesa solitaria y limpia, a veces en un sofá que tenemos en la biblioteca. Siempre tengo un lápiz a la mano para marcar con un sistema personal de palabras, abreviaturas, caras o signos. Son notas muy simples, pero que me dejan dialogar con el texto, emocionarme, aplaudirlo, criticarlo. Corrijo por encima alguna palabra o la extrañeza de una traducción, quito un adjetivo o me rindo muy contento a los autores. He suprimido en lo posible la lectura por obligación. Abandono sin culpas si algo no me atrae o está mal escrito. Leo lo que me importa, lo que me llama. Cuando elijo una lectura porque estoy escribiendo algo, sea un cuento o una novela, tengo a la mano mi cuaderno de notas para anotar ideas, citas o pensamientos que llegan con la escritura de otros. Intento preguntarme cómo funciona el texto, por qué el autor o la autora lo hizo así, por qué ese narrador, por qué ese ángulo, qué alternativas tendría yo o por qué creo que me sirve como modelo.

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Estos últimos meses he estado muy metido con autores como Ross Macdonald, Philip K. Dick y Leonard Sciascia. No digo que los lea todo el tiempo pero están orbitando. Leo sus cuentos, o los comienzos de sus novelas o algún capítulo en específico. En mi actual momento de escritura, la pregunta por el mal, por la violencia, por la destrucción de vidas me tiene atrapado (ahí añadiría mi reciente fascinación por Dostoievski). En estos autores, encuentro caminos y pautas para intentar contar este desastre de lo real. Me gusta la tremenda empatía y facilidad de diálogos en las novelas de crímenes y desapariciones de Macdonald, y el trabajo con el archivo histórico y la corrupción en Sciascia. A Dick lo veo como una especie de profeta paranoico que nos ilumina sobre los efectos de la vida tecnológica en nuestras vidas afectivas. En este momento de mi narrativa me interesa mucho esa tensión entre los hechos cotidianos de la realidad y la intervención de la ficción para darles un sentido narrativo. También, cómo se filtra en la realidad la magia, la superstición, lo extraño, lo divino, lo otro. No intento ser documental sino hallar cómo esas ficciones orales, mediáticas, literarias, autobiográficas se organizan para darnos una imagen del mundo, una historia coherente en medio del caos. El año pasado leí una novela de Dennis Lehane que me deslumbró y me ayudó a avanzar con algo que se había atascado en mi interior para escribir. Otro par de autores a los que voy constantemente son Ricardo Piglia con su profundidad para pensar el hecho narrativo y Lucia Berlin, con ese estilo potente, despojado, lírico y muy humano para abrevar en lo autobiográfico y darle sentido universal.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

No podría decir un solo libro o escritor. Cuando empecé a leer, estaba totalmente volcado a la poesía. Juan Gelman, Jaime Sabines, Gonzalo Rojas, Rosario Castellanos, Fernando Pessoa, Héctor Viel Temperley. Pero cuando empecé a escribir narrativa con mayor seriedad y compromiso a los 18 años, fui creando mi canon personal y alterno. Ricardo Piglia, Antonio Tabucchi, Haroldo Conti, Juan Carlos Onetti, La Odisea, Borges, Cortázar, Ross Macdonald, Lucia Berlin, John Steinbeck, Jack Kerouac, Pierre Michon, Dennis Lehane, Marcel Schwob, James Agee. Reconocía obsesiones, personajes que me importaban, preguntas que mantengo, soluciones de escritura que me parecen brillantes. Tengo sus libros en un rincón especial porque siempre vuelvo a ellos para alumbrarme. Y hay literaturas, además de la nacional, con las que tengo una relación muy intensa: los gringos, los argentinos, los franceses, los ingleses, algunos italianos.

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

Yo quería ser poeta pero me lastimé la rodilla. Y entonces encontré otro género que me daba tanta intensidad, precisión, golpes y revelaciones en unas pocas páginas en los cuentos. Esos mundos condensados, sutiles, vívidos, convincentes que nos involucran y nos atrapan y luego nos abandonan en pocas páginas. Es mi género favorito por su exigencia, por su ductilidad, por la maestría que requiere. Todo cuenta, todo pesa, el cuento es un sitio en que cada elección es siempre significativa y sugerente. Tiene una melodía con un tono específico, así nace, así debe encontrarse para que surja con la fuerza y la claridad de una línea de agua. Es perfecto para los transportes, los suspiros, las distracciones y los relativismos de la vida actual. Pero en los últimos años, me sucedió que yo estaba convencido que nunca podría escribir una novela. Y en un punto, eso me retó. Yo mismo tenía algunos personajes y dilemas de los que no quería separarme tan pronto. Estaba empezando a escribir cuentos cada vez más extensos, vidas que se extendían. Algunos amigos y lectores también me pedían historias más largas. Y fui hacia la novela con todas mis dudas y recelos. A veces creo que sigo escribiendo y leyendo novelas como si fueran cuentos. Les exijo esa intensidad, ese vuelo, esa capacidad de introducirnos y abrazarnos en pocos trazos. Pero estoy en una linda transición del oficio. Me importa oír hablar a los personajes. Pruebo esa otra velocidad, ese ritmo, esa pluralidad en el lenguaje y las voces, ese trenzado de tramas y caracteres, esos conflictos que explotan y se suceden plurales en un mismo texto narrativo. Así que soy feliz yendo del cuento a la novela y viceversa.

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

Dejando de lado mis deslumbramientos iniciales con personajes como Odiseo, el primer personaje que me sacudió por su fuerza y su desparpajo fue Oskar Matzerath, de El Tambor de Hojalata. Me hizo pensar en un hombre lleno de recursos y de traumas, de capacidades y caprichos, sumergido en un mundo que estaba hecho añicos pero del que se salvaba con la ironía y sus obsesiones. Me he enamorado de otros personajes, como el detective Lew Archer de Ross Macdonald, o las ficciones con base autográfica de Lucía Berlin, un poco en la línea de lo que hacía Kerouac. El que también me dio pautas de escritura para esa línea de cruces entre literatura, política y realidad fue Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. Además me he conectado siempre con esos buscadores curiosos, anhelantes de trascendencia, que veo en Philip K. Dick. Otra vertiente que me interesa mucho son las pequeñas historias en voz baja, las obsesiones, los heroísmos callados y las derrotas mínimas que determinan un destino, una forma de vivir o el paso del tiempo sobre la vida, como sucede con los personajes de Haroldo Conti.

 

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

Aunque llevaba diarios personales y escribía historias sencillas que le regalaba a mi mamá de niño, mi primera noción de escribir algo en serio vino luego de una clase de Español en la secundaria. La profesora nos explicó el soneto y nos invitó a hacer uno por nuestra cuenta. Parecía todo tan sencillo, tan reglamentado, que pensé que sería pan comido. Pero las palabras se escabullían, había que darle coherencia, adelantarse al tema, darle un cierre. Recuerdo que fue la primera vez que me desvelé hasta la madrugada por escribir.

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

No tengo una memoria clara de cuál fue mi primer texto, pero sí recuerdo la primera vez que sentí que estaba escribiendo algo que coqueteaba con ser una historia que podía tener cierta calidad narrativa. Recuerdo estar frente a ese doctor que investigaba la crucifixión y tenía un lugar para recrearla sobre los cuerpos de vagabundos que salía a cazar en las calles. Recuerdo la sensación de que lo contado me convencía, que estaba en una zona que podía compartir con los demás, que había cierta vida, oscuridad y fuerza. Ese cuento (“Los crucifijos”) apareció publicado en mi primer libro, titulado Vértigos, y aunque sé que aún tiene excesos o podría recortar o mejorar la prosa o la puntuación, no lo he intervenido todavía. Me ha gustado cuando lo he releído, me he sentido en contacto con esa escritura. Aunque si consiguiera una reedición, seguramente me sentaría a corregirlo.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

Siempre busco hacerme un espacio solamente para escribir. Un lugar donde quepa mi máquina, mi cuaderno de apuntes, mis plumas y los libros que estoy leyendo o consultando al momento. Si hay una ventana cerca y espacio para caminar un poquito, mejor. La idea del movimiento me es importante, porque aunque escribo sentado, resuelvo o imagino muchas cosas cuando salgo a caminar. En esos paseos y caminatas, todo toma su cauce o noto detalles que debo mejorar, ahondar, suprimir. En muchas ocasiones he escrito libros guiados por alguna música particular. Por ejemplo, Tiempos de Furia lo terminé de corregir repitiendo hasta el cansancio un álbum de The XX. El canto circular tiene un epígrafe de Radiohead y menciones a las escalas hipnóticas de Philip Glass. A veces me gustaba meterme en cierto trance oyendo a Satie, tiene algo fantasmal, vaporoso, muy bueno para esas historias donde los vivos y los muertos traspasan sus fronteras. El libro donde la música aparece de modo más evidente porque articula la estructura de los cuentos y los personajes es mi Blues vagabundo, escrito todo con la influencia del blues viejito del Delta del Mississipi que me parece espectacular con un traguito de whiskey. No suelo hacer esquemas iniciales para los cuentos, que casi siempre escribo de una sentada y luego corrijo obsesivamente; pero sí hago esquemas, mapas sinópticos sencillos, columnas con notas cuando trabajo novelas y empiezo a adelantarme en lo que puede suceder, al menos como una lucecita en el camino.

 

¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

Empecé a publicar gracias a que gané algunos concursos en la universidad. A partir de eso me invitaron a colaborar con algunos poemas en Punto de Partida en la UNAM. También fui editor de un suplemento de poesía en la revista de unos queridos amigos. Luego, publiqué la mayoría de mis libros por los Premios Nacionales que he podido obtener y ahí comencé a entender poco a poco la transición de escritor a autor, además de las dificultades de difusión y divulgación de los libros. Vi lo complicado que es hacer llegar el libro a los lectores, algo que ha podido agilizarse con el empuje de las redes sociales. Aparte de los libros que nacieron de convocatorias ganadas, he recibido algunas generosas invitaciones para publicar libros propios o textos en antologías de ganadores o con temática. Otra parte de mis publicaciones está en el periodismo cultural y de revistas, donde estuve trabajando por más de una década.  

 

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Hablando de lo que consideramos “literario”, lo veo en evolución y ajuste perpetuo. Los formatos físicos y digitales seguirán conviviendo con cada vez mayor diversidad de libros y propuestas heterogéneas y arriesgadas en tirajes más pequeños, la mayoría solamente conocidos en lo local o entre amigos. Persisten editoriales que se atreven a la calidad y navegan siempre en el mar de números rojos, apoyados por lectores fieles, junto a algunos proyectos que luchan con apoyos culturales. Veo un auge en la autopublicación y en los libros nacidos de otros soportes y aplicaciones digitales. Y claro, en el nivel más superficial y poderoso, el duopolio editorial que controla la mayor parte de lo publicado con autores y autoras que responden a sellos para públicos segmentados y definidos, un puñado de libros de calidad, junto a muchas propuestas convencionales, longsellers y bestsellers.

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

Más que un cambio sustancial, me gustaría pensar en el diálogo que podría entablar con otros formatos que involucren la música o la ilustración, por ejemplo. Cuando publiqué Blues vagabundo, armé junto con la Coordinación Nacional de Literatura una playlist que acompañara los cuentos del libro, tratando de empatar la sensación de lectura con la escucha. Hice eso mismo alguna vez para el Museo Dolores Olmedo en relación con un cuadro de Frida Kahlo, jugando a la sinestesia entre la contemplación y la audición de algunas piezas. Ojalá me tocara ver alguno de mis cuentos transformado en comic, animación, clips o video. Sería increíble que eso suceda en proyectos editoriales futuros que aprovechen los soportes digitales.

 

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

Creo que el primer deseo concreto para cualquier escritor o escritora es poder ser leído con atención. En ese sentido me gustaría pensar que los lectores hallen en mi trabajo historias o palabras que los llamen, los cuestionen, los atrapen, los hagan sentirse más hondamente en el mundo. Historias escritas en el lenguaje indicado, con palabras que sigan vivas y creen un movimiento interior aunque yo ya no esté aquí para pronunciarlas. Que escucharan la voz en esos textos y pudieran identificarla, reconocerla, dejarse llevar por ella, acompañarse en su contradicción y su oscuridad. Me gustaría pensar que de mi pequeño mundo personal y obsesivo, apareció un camino para ligarse con ese montón de fantasmas que son los lectores presentes y futuros.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Diría que confíen en su talento, pero más en su trabajo. Escriban como locos, corrijan como escépticos. Cuenten las historias que deben contar, aunque les incomoden, les duelan, los hagan poner su mundo de cabeza. Háganse un tiempo y un espacio de escritura. Desbaraten el canon, hagan el suyo. No somos islas, hay que atreverse a socializar nuestros textos, a concursar, a probarnos, a tallerear: podemos llevarnos gratas sorpresas. Encuentren sus propios lectores confiables y críticos para tener otros ojos en sus textos. Resistan y no tengan miedo a estar confundidos o trabados a veces, porque escribir es un ejercicio personal de resistencia: nadie necesita un escritor, nadie tiene una varita mágica para el oficio, nadie es infalible y las distintas facetas de la vida (afectivas, laborales, económicas, familiares) no son más sencillas escribiendo. Acaso sólo nos hacemos conscientes con ello, aprendemos a mirar a los demás, sus posibilidades humanas y, a veces milagrosamente, a ser más empáticos. La fama o el reconocimiento son circunstanciales, pero no se puede engañar a la palabra. Así que vivan, lean, experimenten, diviértanse, pero cuando hay que escribir, se trata de eso, escribir. 


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