POÉTICAS PERSONALES: ADÁN MEDELLÍN
¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y
de los libros?
Fui muy
afortunado de contar con libros en casa y poder leerlos sin impedimento. Aprendí
con una Biblia, que rayaba creyendo que hacía subrayados imitando a mis
mayores, y con cuentos, enciclopedias, historias para niños y materiales
educativos. Mi mamá era maestra de primaria y siempre nos acercó a la lectura,
empecé a leer como a los tres años. De pequeño solía tomar todas las revistas y
los cómics en el súper y los leía mientras mis papás hacían la despensa. Pero
sobre todo compartí los libros y la curiosidad de descubrirlos con mi abuelo
Felino, quien deseaba ser escritor y tenía una biblioteca en un cuarto especial
de su casa donde había poesía, cuentos, novelas, ensayos, libros de textos y
grandes enciclopedias. En la adolescencia pasé mis primeras desveladas descubriendo
versos en antologías de poesía y mi abuelo me animaba a que comentáramos nuestros
textos; me leía sus primeros poemas, mientras yo hacía lo propio con los míos.
¿Cuál dirías que fue la razón principal que
te convirtió en lector?
La curiosidad,
ligada a una especie de hambre de mundo. De pequeño siempre tenía preguntas
para todo y a veces los libros las respondían o creaban nuevas preguntas para
continuar con esa búsqueda. También había un recuerdo afectivo. Cuando tenía 6
o 7 años, mi abuelo me llamó a un cuarto, me sentó frente a él y me dijo que
había escrito un cuento sobre nuestras más recientes vacaciones familiares en
un pueblito de Oaxaca. Ahí aparecía yo transformado en personaje. Y eso me
cautivó, poder reconocerme en esas líneas. Ya adolescente, creo que también
sentía una especie de desacomodo en el mundo, como si no pudiera insertarme ni
hallar mi lugar, pero la literatura me permitía ese espacio donde mis ideas,
mis preguntas, mis ansiedades, mis fantasías podían expandirse. Ahora creo
también que una sola vida no basta para experimentar los destinos posibles de
lo humano y los libros proveen ese exceso de vida, conocimiento, revelaciones
que necesitamos para transitar, cuestionarnos y guiarnos en nuestras distintas
etapas.
¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído
por elección propia?
Sí pienso en la
Biblia, fue por la fe que existía en ese momento en mi mundo familiar, pero
también porque era una fuente inagotable de historias. Mis primeros cuentos
fueron los de David venciendo a Goliat, los de Moisés desatando las siete
plagas en Egipto y abriendo el Mar Rojo con ayuda de Dios, la caída en el Edén.
Aunque no lo comprendía a plenitud, había un halo de maravilla en la hechura de
ese libro. Decir “La palabra de Dios” era establecer un puente impresionante
entre mi realidad cotidiana y una realidad superior, poderosa, llena de sucesos
y criaturas asombrosos. Creo que he conservado algo de eso en los libros que me
empezaron a atraer: un vínculo donde el mundo podía atravesarme con una
intensidad que la vida sólo suele entregarnos a cuentagotas en amores, placeres,
golpes, accidentes, dolores, descubrimientos, separaciones y muertes.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica
específica para leer?
Mi modo de
lectura fue cambiando con el tiempo y las circunstancias. Antes leía en los
transportes, en las esperas de alguna cita, en los jardines o las bibliotecas.
Luego tuve la fortuna de poder leer en el trabajo editorial sin que eso fuera
penalizado. En mi vida actual, teniendo una pequeña cafebrería con talleres,
leo en las esperas entre clientes, entre los mandados y las clases que imparto,
pero sobre todo he vuelto a leer por la noche con mayor calma. A veces lo hago
en una mesa solitaria y limpia, a veces en un sofá que tenemos en la
biblioteca. Siempre tengo un lápiz a la mano para marcar con un sistema
personal de palabras, abreviaturas, caras o signos. Son notas muy simples, pero
que me dejan dialogar con el texto, emocionarme, aplaudirlo, criticarlo.
Corrijo por encima alguna palabra o la extrañeza de una traducción, quito un
adjetivo o me rindo muy contento a los autores. He suprimido en lo posible la
lectura por obligación. Abandono sin culpas si algo no me atrae o está mal
escrito. Leo lo que me importa, lo que me llama. Cuando elijo una lectura
porque estoy escribiendo algo, sea un cuento o una novela, tengo a la mano mi
cuaderno de notas para anotar ideas, citas o pensamientos que llegan con la
escritura de otros. Intento preguntarme cómo funciona el texto, por qué el
autor o la autora lo hizo así, por qué ese narrador, por qué ese ángulo, qué
alternativas tendría yo o por qué creo que me sirve como modelo.
¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir
dicho texto?
Estos últimos
meses he estado muy metido con autores como Ross Macdonald, Philip K. Dick y
Leonard Sciascia. No digo que los lea todo el tiempo pero están orbitando. Leo
sus cuentos, o los comienzos de sus novelas o algún capítulo en específico. En
mi actual momento de escritura, la pregunta por el mal, por la violencia, por
la destrucción de vidas me tiene atrapado (ahí añadiría mi reciente fascinación
por Dostoievski). En estos autores, encuentro caminos y pautas para intentar
contar este desastre de lo real. Me gusta la tremenda empatía y facilidad de
diálogos en las novelas de crímenes y desapariciones de Macdonald, y el trabajo
con el archivo histórico y la corrupción en Sciascia. A Dick lo veo como una
especie de profeta paranoico que nos ilumina sobre los efectos de la vida
tecnológica en nuestras vidas afectivas. En este momento de mi narrativa me
interesa mucho esa tensión entre los hechos cotidianos de la realidad y la
intervención de la ficción para darles un sentido narrativo. También, cómo se
filtra en la realidad la magia, la superstición, lo extraño, lo divino, lo
otro. No intento ser documental sino hallar cómo esas ficciones orales,
mediáticas, literarias, autobiográficas se organizan para darnos una imagen del
mundo, una historia coherente en medio del caos. El año pasado leí una novela
de Dennis Lehane que me deslumbró y me ayudó a avanzar con algo que se había
atascado en mi interior para escribir. Otro par de autores a los que voy
constantemente son Ricardo Piglia con su profundidad para pensar el hecho
narrativo y Lucia Berlin, con ese estilo potente, despojado, lírico y muy
humano para abrevar en lo autobiográfico y darle sentido universal.
En tu formación como escritor, ¿qué
libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?
No podría decir
un solo libro o escritor. Cuando empecé a leer, estaba totalmente volcado a la
poesía. Juan Gelman, Jaime Sabines, Gonzalo Rojas, Rosario Castellanos, Fernando
Pessoa, Héctor Viel Temperley. Pero cuando empecé a escribir narrativa con
mayor seriedad y compromiso a los 18 años, fui creando mi canon personal y
alterno. Ricardo Piglia, Antonio Tabucchi, Haroldo Conti, Juan Carlos Onetti, La
Odisea, Borges, Cortázar, Ross Macdonald, Lucia Berlin, John Steinbeck, Jack
Kerouac, Pierre Michon, Dennis Lehane, Marcel Schwob, James Agee. Reconocía
obsesiones, personajes que me importaban, preguntas que mantengo, soluciones de
escritura que me parecen brillantes. Tengo sus libros en un rincón especial
porque siempre vuelvo a ellos para alumbrarme. Y hay literaturas, además de la
nacional, con las que tengo una relación muy intensa: los gringos, los
argentinos, los franceses, los ingleses, algunos italianos.
¿Cómo te decantaste por el género
favorecido por ti a la hora de escribir?
Yo quería ser
poeta pero me lastimé la rodilla. Y entonces encontré otro género que me daba
tanta intensidad, precisión, golpes y revelaciones en unas pocas páginas en los
cuentos. Esos mundos condensados, sutiles, vívidos, convincentes que nos
involucran y nos atrapan y luego nos abandonan en pocas páginas. Es mi género
favorito por su exigencia, por su ductilidad, por la maestría que requiere. Todo
cuenta, todo pesa, el cuento es un sitio en que cada elección es siempre
significativa y sugerente. Tiene una melodía con un tono específico, así nace,
así debe encontrarse para que surja con la fuerza y la claridad de una línea de
agua. Es perfecto para los transportes, los suspiros, las distracciones y los
relativismos de la vida actual. Pero en los últimos años, me sucedió que yo
estaba convencido que nunca podría escribir una novela. Y en un punto, eso me
retó. Yo mismo tenía algunos personajes y dilemas de los que no quería
separarme tan pronto. Estaba empezando a escribir cuentos cada vez más
extensos, vidas que se extendían. Algunos amigos y lectores también me pedían
historias más largas. Y fui hacia la novela con todas mis dudas y recelos. A
veces creo que sigo escribiendo y leyendo novelas como si fueran cuentos. Les
exijo esa intensidad, ese vuelo, esa capacidad de introducirnos y abrazarnos en
pocos trazos. Pero estoy en una linda transición del oficio. Me importa oír
hablar a los personajes. Pruebo esa otra velocidad, ese ritmo, esa pluralidad
en el lenguaje y las voces, ese trenzado de tramas y caracteres, esos
conflictos que explotan y se suceden plurales en un mismo texto narrativo. Así
que soy feliz yendo del cuento a la novela y viceversa.
¿Qué personaje literario ha marcado tu
construcción de personajes y cómo ha sido eso?
Dejando de lado
mis deslumbramientos iniciales con personajes como Odiseo, el primer personaje
que me sacudió por su fuerza y su desparpajo fue Oskar Matzerath, de El
Tambor de Hojalata. Me hizo pensar en un hombre lleno de recursos y de
traumas, de capacidades y caprichos, sumergido en un mundo que estaba hecho
añicos pero del que se salvaba con la ironía y sus obsesiones. Me he enamorado
de otros personajes, como el detective Lew Archer de Ross Macdonald, o las
ficciones con base autográfica de Lucía Berlin, un poco en la línea de lo que
hacía Kerouac. El que también me dio pautas de escritura para esa línea de
cruces entre literatura, política y realidad fue Emilio Renzi, de Ricardo
Piglia. Además me he conectado siempre con esos buscadores curiosos, anhelantes
de trascendencia, que veo en Philip K. Dick. Otra vertiente que me interesa
mucho son las pequeñas historias en voz baja, las obsesiones, los heroísmos
callados y las derrotas mínimas que determinan un destino, una forma de vivir o
el paso del tiempo sobre la vida, como sucede con los personajes de Haroldo
Conti.
¿Cómo sucedió la escritura de tu primer
texto?
Aunque llevaba
diarios personales y escribía historias sencillas que le regalaba a mi mamá de
niño, mi primera noción de escribir algo en serio vino luego de una clase de
Español en la secundaria. La profesora nos explicó el soneto y nos invitó a
hacer uno por nuestra cuenta. Parecía todo tan sencillo, tan reglamentado, que
pensé que sería pan comido. Pero las palabras se escabullían, había que darle
coherencia, adelantarse al tema, darle un cierre. Recuerdo que fue la primera
vez que me desvelé hasta la madrugada por escribir.
Si pudieras reescribir tu primer texto,
¿qué harías diferente/igual y por qué?
No tengo una
memoria clara de cuál fue mi primer texto, pero sí recuerdo la primera vez que
sentí que estaba escribiendo algo que coqueteaba con ser una historia que podía
tener cierta calidad narrativa. Recuerdo estar frente a ese doctor que
investigaba la crucifixión y tenía un lugar para recrearla sobre los cuerpos de
vagabundos que salía a cazar en las calles. Recuerdo la sensación de que lo
contado me convencía, que estaba en una zona que podía compartir con los demás,
que había cierta vida, oscuridad y fuerza. Ese cuento (“Los crucifijos”)
apareció publicado en mi primer libro, titulado Vértigos, y aunque sé
que aún tiene excesos o podría recortar o mejorar la prosa o la puntuación, no
lo he intervenido todavía. Me ha gustado cuando lo he releído, me he sentido en
contacto con esa escritura. Aunque si consiguiera una reedición, seguramente me
sentaría a corregirlo.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica
específica para escribir?
Siempre busco
hacerme un espacio solamente para escribir. Un lugar donde quepa mi máquina, mi
cuaderno de apuntes, mis plumas y los libros que estoy leyendo o consultando al
momento. Si hay una ventana cerca y espacio para caminar un poquito, mejor. La
idea del movimiento me es importante, porque aunque escribo sentado, resuelvo o
imagino muchas cosas cuando salgo a caminar. En esos paseos y caminatas, todo
toma su cauce o noto detalles que debo mejorar, ahondar, suprimir. En muchas
ocasiones he escrito libros guiados por alguna música particular. Por ejemplo, Tiempos
de Furia lo terminé de corregir repitiendo hasta el cansancio un álbum de
The XX. El canto circular tiene un epígrafe de Radiohead y menciones a
las escalas hipnóticas de Philip Glass. A veces me gustaba meterme en cierto
trance oyendo a Satie, tiene algo fantasmal, vaporoso, muy bueno para esas
historias donde los vivos y los muertos traspasan sus fronteras. El libro donde
la música aparece de modo más evidente porque articula la estructura de los
cuentos y los personajes es mi Blues vagabundo, escrito todo con la
influencia del blues viejito del Delta del Mississipi que me parece
espectacular con un traguito de whiskey. No suelo hacer esquemas iniciales para
los cuentos, que casi siempre escribo de una sentada y luego corrijo
obsesivamente; pero sí hago esquemas, mapas sinópticos sencillos, columnas con
notas cuando trabajo novelas y empiezo a adelantarme en lo que puede suceder,
al menos como una lucecita en el camino.
¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?
Empecé a
publicar gracias a que gané algunos concursos en la universidad. A partir de
eso me invitaron a colaborar con algunos poemas en Punto de Partida en la UNAM.
También fui editor de un suplemento de poesía en la revista de unos queridos
amigos. Luego, publiqué la mayoría de mis libros por los Premios Nacionales que
he podido obtener y ahí comencé a entender poco a poco la transición de
escritor a autor, además de las dificultades de difusión y divulgación de los
libros. Vi lo complicado que es hacer llegar el libro a los lectores, algo que
ha podido agilizarse con el empuje de las redes sociales. Aparte de los libros
que nacieron de convocatorias ganadas, he recibido algunas generosas
invitaciones para publicar libros propios o textos en antologías de ganadores o
con temática. Otra parte de mis publicaciones está en el periodismo cultural y
de revistas, donde estuve trabajando por más de una década.
¿Cómo imaginas el mundo de la edición en
los siguientes años?
Hablando de lo
que consideramos “literario”, lo veo en evolución y ajuste perpetuo. Los
formatos físicos y digitales seguirán conviviendo con cada vez mayor diversidad
de libros y propuestas heterogéneas y arriesgadas en tirajes más pequeños, la
mayoría solamente conocidos en lo local o entre amigos. Persisten editoriales
que se atreven a la calidad y navegan siempre en el mar de números rojos,
apoyados por lectores fieles, junto a algunos proyectos que luchan con apoyos
culturales. Veo un auge en la autopublicación y en los libros nacidos de otros
soportes y aplicaciones digitales. Y claro, en el nivel más superficial y
poderoso, el duopolio editorial que controla la mayor parte de lo publicado con
autores y autoras que responden a sellos para públicos segmentados y definidos,
un puñado de libros de calidad, junto a muchas propuestas convencionales,
longsellers y bestsellers.
Dadas las posibilidades editoriales
futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus
perspectivas/alcances?
Más que un
cambio sustancial, me gustaría pensar en el diálogo que podría entablar con
otros formatos que involucren la música o la ilustración, por ejemplo. Cuando
publiqué Blues vagabundo, armé junto con la Coordinación Nacional de
Literatura una playlist que acompañara los cuentos del libro, tratando
de empatar la sensación de lectura con la escucha. Hice eso mismo alguna vez
para el Museo Dolores Olmedo en relación con un cuadro de Frida Kahlo, jugando
a la sinestesia entre la contemplación y la audición de algunas piezas. Ojalá
me tocara ver alguno de mis cuentos transformado en comic, animación, clips o
video. Sería increíble que eso suceda en proyectos editoriales futuros que
aprovechen los soportes digitales.
¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la
literatura?
Creo que el
primer deseo concreto para cualquier escritor o escritora es poder ser leído
con atención. En ese sentido me gustaría pensar que los lectores hallen en mi
trabajo historias o palabras que los llamen, los cuestionen, los atrapen, los
hagan sentirse más hondamente en el mundo. Historias escritas en el lenguaje
indicado, con palabras que sigan vivas y creen un movimiento interior aunque yo
ya no esté aquí para pronunciarlas. Que escucharan la voz en esos textos y
pudieran identificarla, reconocerla, dejarse llevar por ella, acompañarse en su
contradicción y su oscuridad. Me gustaría pensar que de mi pequeño mundo
personal y obsesivo, apareció un camino para ligarse con ese montón de
fantasmas que son los lectores presentes y futuros.
¿Qué le recomendarías a un autor que apenas
comienza y que te ve como inspiración?
Diría que confíen en su talento, pero más en
su trabajo. Escriban como locos, corrijan como escépticos. Cuenten las
historias que deben contar, aunque les incomoden, les duelan, los hagan poner
su mundo de cabeza. Háganse un tiempo y un espacio de escritura. Desbaraten el
canon, hagan el suyo. No somos islas, hay que atreverse a socializar nuestros
textos, a concursar, a probarnos, a tallerear: podemos llevarnos gratas
sorpresas. Encuentren sus propios lectores confiables y críticos para tener
otros ojos en sus textos. Resistan y no tengan miedo a estar confundidos o
trabados a veces, porque escribir es un ejercicio personal de resistencia:
nadie necesita un escritor, nadie tiene una varita mágica para el oficio, nadie
es infalible y las distintas facetas de la vida (afectivas, laborales,
económicas, familiares) no son más sencillas escribiendo. Acaso sólo nos
hacemos conscientes con ello, aprendemos a mirar a los demás, sus posibilidades
humanas y, a veces milagrosamente, a ser más empáticos. La fama o el
reconocimiento son circunstanciales, pero no se puede engañar a la palabra. Así
que vivan, lean, experimenten, diviértanse, pero cuando hay que escribir, se
trata de eso, escribir.
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