POÉTICAS PERSONALES: RAQUEL CASTRO

 

(Foto de Dushka Barranco)

Raquel Castro estudió la Licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva en la UNAM. Con esa profesión ha sido acreedora, en dos ocasiones consecutivas, 2000 y 2001, del Premio Nacional de Periodismo, por su participación en los programas de televisión del Canal Once del Instituto Politécnico Nacional. 

Sin embargo, Raquel se ha caracterizado ya desde algunos años como guionista, escritora de LIJ y promotora cultural, quizá una de las más movidas de la actualidad, con sus incansables talleres, charlas literarias, conferencias y en particular, junto con Alberto Chimal, de un canal muy popular de Youtube: Alberto y Raquel, donde hablan de literatura, escritura, libros y gatos.

En 2012, ganó el Premio Gran Angular de Editorial SM por su novela juvenil, Ojos llenos de sombra (título genial en mi opinión).

Con esa novela, de hecho, es que la descubrí, cuando hacía yo mis pininos literarios también. 

En la novela, Atari, la protagonista, es la tecladista de un grupo de música dark, siempre ataviada de negro, malabareando los estudios académicos con los de música, clavecín en particular, y justo se encuentra en esa etapa de la vida donde, a pesar de su madurez, fomentada por sus hermanos que conforman la banda, las fiestas y los amores, en muchos casos por encima de las vivencias de las compañeras de su propia edad, debe tomar una decisión para la que no está en absoluto preparada. 

La novela tiene el acierto de transportar al lector a ese momento de la adolescencia donde todos los caminos de vida están por bifurcarse y todos presentan direcciones que podrían ser o lo mejor del mundo o lo peor del mundo. El lenguaje de la novela es ágil, una lengua juvenil y desparpajada, las referencias pop se multiplican, sobre todo en la música, las bandas oscuras del gótico de principios del siglo XXI, ese combate contra la maquinaria de la adultez que nos acecha junto con los cambios corporales y hormonales. Es justo esa juventud que, dirían los adultos, se desperdicia en los jóvenes, todas esas energías que estallan como luces de artificio y que brillan tan intensamente como un cerillo a punto de fenecer. 

Raquel, por lo que leo, es experta también en zombis, ese muerto-viviente, justo el umbral entre dos mundos, y su más reciente libro, en la nueva colección Hilo de Aracné de la UNAM, es El ataque de los zombis parte mil quinientos.

Quiero pensar que para Raquel el adolescente es algo como zombi, un ser que vive una vida liminal, atacado por dos frentes que se multiplican como opciones de vida y que exigen las grandes decisiones. Los tiempos podrán cambiar, las tecnologías, pero el joven está inmerso en su soledad de no saberse más un niño y de no ser aún el adulto a quien todos le exigen en que se convierta. Y estos son los libros que, leídos en el momento justo, nos marcan para siempre.

Que sus lecturas sean felices.


¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

Siempre estuvieron ahí. Tanto mi padre como mi madre eran maestros, lo mismo que mi abuelo y muchos de mis tíos, así que la casa en la que crecí estaba llena de libros. Mi mamá, además, se especializó en Literatura, y daba clases de Lectura y redacción. Leer, en mi casa, era parte de la vida y me acuerdo que antes de los cuatro años me moría de ganas de aprender a leer para poder ser “independiente”, ja. Es decir, leer todo lo que quisiera sin que tuviera que depender de que otros lo hicieran por mí.


¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

Que es divertido. Mi mamá se divertía, se emocionaba, y de pronto nos leía pasajes en voz alta o nos contaba lo que había avanzado de su lectura en turno. Mi papá era fan entonces de las novelas de misterio y detectives y se súper clavaba. Yo quería vivirlo también.


¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

Recuerdo mucho un libro que se llamaba Enriqueta, la estufita o algo así. Ilustrado, con un formato muy mono. Y había sido de mi mamá cuando era niña. Lo quise leer porque me daba curiosidad saber qué leía mi mamá cuando tenía mi edad (a pesar de que ella me lo había leído mil veces). Y es que no es lo mismo que te lo lean a que lo leas tú.


¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

No, me encantaría decir que hay un sillón o algún momento del día o un soundtrack, pero la verdad es que leo cuando puedo y donde puedo.


¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

Estoy leyendo Los sefaradíes de ayer y de hoy, de Richard Ayoun y Haim Vidal Séphiha (pequeñas biografías de judíos sefaraditas) y En Auschwitz no había prozac, de Edith Eger. Y estoy escuchando La bailarina de Auschwitz, también de Edith Eger. Como verás, me interesa mucho la cultura judía. Y ando con los libros sobre bienestar mental porque creo que siempre pueden tener algún tip que sirva de algo. Justo en estos momentos no estoy leyendo literatura como tal.


En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

Son varios: pero los principales Elena Fortún, escritora española de libros para niños; Ephraim Kishon, humorista judío; y Jean Ray, autor de cuentos de terror. De alguna manera formaron mi gusto y creo que mi mayor placer al escribir es combinar las tres influencias en un solo texto. 


¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

Realmente no lo sé. Simplemente pasó.


¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

Supongo que Celia, el personaje más lindo de los creados por Elena Fortún. Empieza en el primer libro como una traviesísima niña de 7 años y en el último libro ya es adulta -sin dejar de ser pícara e imaginativa. Me parece un personaje muy verosímil y entrañable y me gustaría que otras personas piensen eso mismo de los que hago yo.  


¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

El primerísimo texto que me publicaron fue una reflexión sobre el temblor de México del 19 de septiembre de 1985. Lo publicó el 19 de septiembre de 1986 una revista de meditaciones diarias que se llama El aposento alto y me pagaron 10 dólares. Mi mamá me ayudó a darle forma para que quedara presentable. Muchos años después, me basé en la misma vivencia para hacer una novela que se llama “lejos de casa”. Creo que necesitaba contar mi susto con el temblor y como en ese entonces estaba muy apegada a la iglesia y estábamos suscritos a esa revista, mi mamá me dijo: “escríbelo y lo mandamos, a ver si pega”. Y pegó.


Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

No creo en hacer las cosas distintas, creo que todo lo que hacemos (incluidos los errores) van formando lo que somos después. Pero habría estado bien seguir escribiendo de forma constante después de ese texto en vez de esperarme años.


¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

Me gusta hacer mucha “preproducción”: que cuando empiece a escribir un cuento o novela ya tenga claro el argumento base, las biografías de los personajes, la idea general del mundo narrado, los esquemas de relaciones entre personajes, etcétera. Prefiero escribir en mi compu, pero con libretas y post-its a mano. Y suelo tener un soundtrack específico para cada proyecto.


¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

Tuve dos ingresos en falso: el del texto que ya conté antes y la publicación de un librito que escribí cuando estaba en la secundaria (esa fue autopublicación, aunque no idea mía, sino de mi mamá y de una de mis tías). Ninguna de esas cuenta en realidad. Luego escribí un tiempo en revistas de rock y de cultura digital, pero creo que eso tampoco cuenta. La de verdad fue cuando terminé mi primera novela, Ojos llenos de sombra. La mandé al concurso Gran Angular de Literatura Juvenil y ganó el premio, que incluía la publicación. Ahí sí empecé a escribir de forma constante.


¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Me gustaría pensar que va a haber más libros que se impriman on demand, y que incluso las editoriales “grandes” verán la ventaja de eso, en vez de hacer tirajes que no logran distribuir. También permitiría bajar costos por ahorro en bodegas, traslados, aduanas… Por lo demás, no imagino cambios muy radicales, la verdad.


Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

No, realmente no lo creo.


¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

Yo pienso que hasta los autores más populares y los más talentosos (que no siempre son los mismos) serán olvidados tarde o temprano, así que no me siento cómoda con ideas como “inmortalidad”, “legado”, “memoria”. Al menos no en un plan transgeneracional. A mí me haría feliz que alguien que empiece leyendo alguno de mis libros siga una vida lectora e invitando a otras personas a leer; pero escribir es como tirar una botella al mar y lo cierto es que no hay forma de saber a quién llega lo que escribes y cómo impacta en su vida. Así que me quedo con la idea de hacer lo mejor que puedo con las herramientas que tengo… cualquier satisfacción adicional, será ganancia.


¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Que escriba sin detenerse a pensar quién va a publicarlo o qué pensarán los lectores o cómo lo recordará el futuro… y que lea, que lea mucho. También, que disfrute el proceso y que tenga paciencia. Vivimos muy a las carreras y siempre con la mirada fija en el porvenir -nos haría mucho bien ser más conscientes del presente e ir paso a paso. 

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