POÉTICAS PERSONALES: DANIEL CENTENO


Sin temor a equivocarme, me parece que Daniel Centeno es un escritor de escritores. La entrevista que sigue es prueba irrefutable de su afán por pensar la escritura desde diferentes ángulos, el personalísimo, obvio, pero también desde la posición del acto de leer de forma profunda un texto o desde los autores señeros a los que admira tanto. 

En sus redes sociales, Centeno no se guarda nada. Nos habla de poética, de cómo está redactando un cuento, de las mínimas inquietudes que experimenta en sus letras, de sus ideas y de cómo le han llegado, cómo las trabaja, hacia dónde quiere llevarlas. Es transparente en su proceso, ya sea para el PECDA con quien goza actualmente de una beca de creación, ya sea para la publicación de su más reciente opus: No hablaremos de muerte a los fantasmas

De hecho, fue esa cualidad discursiva de la lectura y de la escritura lo que me atrajo a él en primer lugar. Apenas tendría yo una semana con mi cuenta de Twitter, ya su tweets habían desfilado por mi ojos todos los días, varías veces, y se encadenaban en un discurso que nunca podría estar restringido a los 140 caracteres. Lo de él era un Twitter-Blog que reclamaba atención.

Lo más reciente de mi tocayo, Daniel Centeno, es que acaba de publicar un libro que es también la génesis de una nueva editorial mexicana destinada a la buena Ciencia Ficción, Fantasía y al Horror: Casa Futura Ediciones. 

Esta casa editorial, una apuesta a la que muchos, incluyéndome, queremos ganadora, nos entregó de Daniel un hermoso libro con veinticinco cuentos donde los fantasmas son los protagonistas de todos: fantasmas que surgen de algoritmos, fantasmas astronautas varados en el espacio, fantasmas que invaden otros cuerpos, invasores de la tierra, fantasmas que forman cultos y quieren destruir el mundo, fantasmas obligados a hacer las paces con las versiones alternativas de sí mismos. Fantasmas que exploran su condición fantasmagórica y la contrastan con la condición de los vivientes. 

En ese mismo tenor, Daniel reivindica para sí la escritura que llama Death Fiction. Por ella entiende una ficción donde la vida y la muerte están realmente en juego, donde los personajes logran empatizar entre ellos y donde el lector puede sumergirse en ese mundo ficcional de donde no saldrá indemne, sí transformado, conocedor de la muerte como un horizonte último que marca nuestras vidas y que imprime a las mismas una potencia de vida, una carga imantada entre dos polos opuestos. Esta ficción es para él la única posible, pues no recurre de los artificios de la lengua, las formalidades de los escritores contemporáneos que llenan un cuenco transparente con vacío, sino del material mismo del que está hecho la vida digna de contarse, la electricidad de nuestra finitud.

Es también parte esencial de uno de sus cuentos más famosos: Noturo, ganador del XXXV Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción, y que amablemente pone en su blog como parte de su  cuentario: La condena de nuestros padres

Noturo es un cuento que explora los límites del lenguaje, la paternidad múltiple y las posibilidades de conocer nuestra propia mortalidad, de sabernos vivos a pesar de la violencia que se cierne sobre nosotros como la daga de Damocles en cada momento. Me parece también que es el cuento central de esta colección que Daniel ha publicado en diversas revistas, tanto físicas como electrónicas, y que giran en torno a la pregunta del padre. 

De él puedo decir que vale la pena seguirlo y acompañarlo en este periplo que apenas comienza, material hay para adentrarnos en su universo y además razón clara para hacernos de su libro.

Que sus lecturas sean felices.

¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

De mi niñez recuerdo las grandes enciclopedias, unas rojas y otras de personajes históricos. No las leí completas, ni siquiera una sección. Pero me gustaba perderme un rato en algún personaje concreto, o un tema exótico; mi padre las había comprado para mí, a fin de cuentas, y él ya sabía cómo era. Tenía dificultades para pronunciar la doble ere, y recuerdo muy bien que un día, caminando por el pasillo de mi casa, corrí hasta mi madre con el libro en las manos y comencé a hablarle de ferrocarriles. No sé qué me resultó tan apasionante de ellos, seguro fue que, aun sin acabarlo de comprender, había notado que al fin podía acceder a ese mundo, al de la doble ere, y con él, los ferrocarriles. Mi madre se alegró tanto por mí. Hace mucho que no pensaba en ese momento, pero ahora me doy cuenta de que el lenguaje era la cosa que más me unía a mis padres, y ellos me regalaron una enciclopedia que, cuando menos, me destrabó la última letra. Aún pienso que un día de estos me pondré a leerlas completas, nada más para desquitar lo mucho que debieron costarle a mi padre.

Otra vieja compañera, la Encarta. La recuerdo muy bien porque se escuchaban los poemas que elegías leer. Me gustó especialmente uno: Nocturo, de José Asunción Silva. Me gustaba que repitiera “frío”, porque a mí me gustaba (¿se nota?) repetir palabras. Es un vicio que tengo al hablar y sin duda lo tengo al escribir, pero asumo que los vicios son cosas que nos gustan tanto en el lenguaje que nos aferramos, aunque los otros nos digan que están mal. Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte, era el frío de la nada. Hace mucho que tampoco pensaba en eso, pero ahora noto otra cosa: no sólo es la repetición la que me gustó, sino lo tajante: todo o nada, muerte y nada…

En otras ocasiones he pensado y contado otros momentos como los germinales de mi mundo lector: que me metía a leer libros aunque la biblioteca de la primaria estaba cerrada, aunque yo sabía que la puerta podía abrirse y entraba de todos modos; o que en la secundaria conocí a mi mejor amigo en la biblioteca, donde la bibliotecaria me tenía la confianza de tomar los libros que yo quisiera, incluso aquellos que sólo eran para docentes; o que en la preparatoria no pude leer ningún libro del plantel porque la bibliotecaria nos odiaba sólo por ser adolescentes (en una prepa, ¡imagínate!, pobrecita, tan desubicada la mujer).

Supongo que cada vez que uno trata de hallar un origen, acaba construyendo otro. Tenemos múltiples orígenes. Y, por fortuna, de este tendré recuerdo, pues quedará por escrito, para cuando quiera recordar.

 

¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

La verdad no tengo idea. No recuerdo qué era lo que me gustaba de la lectura en sí en aquel entonces. Supongo, y es algo de lo que soy más consciente ahora que soy profesor, que la lectura nunca está a solas, no es una cosa aislada. Diría que parte de lo que me volvió lector fue la emoción de tener un espacio para mí donde no sentía que tuviera un lugar, en la biblioteca de mi primaria; o la confianza que me depositaba la bibliotecaria de la secundaria, que siempre me instigó a que leyera cosas cada vez más complejas. Quizá mis padres, que al verme leer me dejaban a solas porque sabían que estaba ocupado. Ninguna otra actividad me daba eso, supongo. Privacidad. Y ninguna otra hacía que los demás reconocieran lo que yo ya sabía, pero no sabía cómo decirles: que no me sentía parte de su mundo, así que tenía que irme a otro, y a otro y a otro, porque de niño y joven no fui muy dado a terminar lecturas. Supongo que cuando se es así de joven, no se cansa en la búsqueda de encajar en algún mundo, aunque ninguno te acepte. Al final, todos los libros te rechazan. Incluso si los terminas, precisamente porque terminan...

  

¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?

A veces digo que el primer libro que leí fue Mujercitas, y que me llamó especialmente la atención porque, de todos, lucía más viejo y más usado que el resto, y yo imaginé que si estaba tan usado debía ser porque era muy bueno, y si era tan viejo y seguía ahí, es porque aún podía decirme algo. Pero la verdad es que no estoy seguro de que ése haya sido mi primer libro. Tengo mala memoria, por eso escribo. Para escribir historias que pueda recordar luego. No recuerdo cuál fue el primer libro que leí, porque sé que leí varios en la primaria o en mi casa, pero inevitablemente siempre recuerdo Mujercitas como el primero. Supongo que fue el primero cuyo motivo de elección pensé más allá de tenerlo a la mano.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

Soy muy malo leyendo novelas y, sin embargo, mi biblioteca tiene muchas más novelas que libros de cuento. ¿Por qué digo que soy mal lector de novela? Porque tengo mala memoria. Siento que mi inteligencia funciona a su mejor capacidad cuando puedo leer de tirón una historia, y de ahí que yo acabe fugándome a internet, a leer cuentos sueltos y no los libros que tengo esperando en casa. Supongo que el ritual es ése: tratar de leerlos en una sentada. Incluso, al revisar mis propios libros, trato de hacer eso: leerlos de tirón. Por eso sufro mucho con la novela, también, al escribirla. No sé cómo hacen los otros lectores para sentir lo que leen si dejan a medias la lectura, y dejan que la vida se cuele entre lo que ya leyeron y lo que leerán. Cuando a mí se me cuela la vida en mis lecturas, algo se muere. Es como si lo que leo me revelara que siempre fue falso, en contraste con la realidad. Obviamente no es culpa de las novelas, sino mía, enteramente.  

 

¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

En este preciso momento estoy leyendo Historias cortas, de Rubem Fonseca. Lo tomé del librero porque estoy tratando de escribir un proyecto de cuentos con humor, y recordé que alguna vez leí uno de sus cuentos y me pareció gracioso. La verdad es que, otra cosa que es ritual, que tengo como lector, es que me convierto en masoquista: al comenzar el libro, me di cuenta de que ya lo había empezado en al menos tres ocasiones, y tres veces lo dejé porque me pareció que absolutamente todos los cuentos eran iguales, y mira, está bien que repita. Fitzgerald decía que uno se repite mientras haya quien nos lea, pero yo ya no quiero leer a Fomseca si va a repetirse así. En todos sus cuentos alguien se asquea de un personaje gordo, viola o abusa de una mujer o tiene relaciones con ella, que es virgen para él; son todos ricos u hombres que escaparon de un psiquiátrico… ahora mismo, no sé qué leeré, pero estoy casi seguro de que abandonaré el libro. Eso, de nuevo, no es culpa de Fomseca, sino mía, por no saber hallarle el gusto.

 

En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

No sé cómo responder a esta pregunta sin faltar a la verdad y sin extenderme por varias páginas. Pero trataré. Los tres libros que marcaron mis escritura fueron: Dublineses, de James Joyce, Principiantes, de Raymond Carver, y Crónicas marcianas, de Ray Bradbury.

Dublineses fue el primer libro que compré por mi cuenta, en mi primera ocasión en la FIL. El libro al que recurría cuando deseaba enseñarme a escribir, copiando fragmentos o leyendo páginas al azar, porque me gusta la sencillez y la precisión con la que Joyce narraba. Y claro, lo recuerdo muy bien, me gustaba que el primer cuento del libro empezaba con un muerto, y el último cuento terminaba con uno (nunca lo he leído completo, el libro; mi relación con él es así, fragmentaria, para no terminarla nunca). Me gustaba que podía leer sobre muerte sin que nadie se escandalizara por ello, con naturalidad. Y claro, sus epifanías.

Sospecho que por eso me gustó tanto Principiantes, de Carver. Diríase, no estoy seguro pero sospecho, que Carver es un sucesor espiritual de Joyce, al menos cuentísticamente hablando. Ambos confiaban en el deslumbramiento de una verdad que muchas veces, casi siempre, tenía que ver con aceptar la pérdida, la desilusión, la muerte… Carver es el escritor que más me gusta en todo el mundo, el único del que tengo todos sus libros, y al único al que he releído más de dos veces. Supongo que hay algo hermoso en sus personajes que podrían ser cualquiera, que podrían vivir en cualquier ciudad, aunque sean tan americanos, y que tienen dramas que cualquiera podríamos sufrir (y, sin embargo, no puedo pensar en todos esos cualquiera tan vagos y no pensar en Carver).

El último, Bradbury, recuerdo que me gustó tanto porque sentí que era como un Carver con fantasía, elevado al espacio. Sus dramas humanos, su prosa tan bonita (Carver y Bradbury, ambos, tienen prosas muy hermosas y muy distintivas. Ambos tendían a la repetición, aunque cada uno a su manera. Supongo que también por eso me gustan…). Y aunque no es de Crónicas Marcianas, su cuento El lago es una de las experiencias más hermosas que jamás haya tenido leyendo.

Supongo que los tres tenían eso que no tuvieron, para mí, los libros que leí en la infancia o que no tienen muchos que leo aún hoy: mundos en los que yo sentía que había un espacio para mí.

 

¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

Me decanté por el cuento luego de escribir una serie de cuatro o cinco novelas de fantasía juvenil que acabaron en la basura. En parte, porque al pensar en mundos tan grandes, historias tan largas… mis manos no alcanzaban a seguirle el ritmo a mi cerebro y para cuando lograba escribir algo que pensé, ya había pensado otras cien cosas más, y al llegar a la cien, ya lo hacía sin pasión.

Con el cuento, en cambio, descubrí de inmediato que no sólo al leerlo, sino al escribirlo, podía apelar a mi inteligencia y mi sensibilidad a mi máxima capacidad, porque no dependía de la memoria, lo hacía todo al momento, apenas me llegaba el impulso. Y aunque soy muy dado a corregir todo lo que hago hasta decir basta, lo cierto es que a mí me pasa como aquella película infantil en la que, al dejarse llevar, acaba entrando incluso al reino de los muertos, por el trance. Siento que mi cerebro echa chispas, conectando un montón de cosas al instante, sin depender de mundos que construiré durante meses o años. La pasión y el cerebro y las manos van juntos en el cuento. Por eso lo prefiero. Y dudo mucho (he probado con la poesía, el ensayo o la novela) encontrar un género que me guste igual. Al que le tenga tanto cariño, además, porque mis experiencias lectoras más gratificantes han sido con cuentos.

 

¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

No me fijo mucho en los personajes, debo admitir. No porque no me importen, sino porque los que más me gustan son los everydayman o everydaywoman, o como sea que se les diga a los personajes que escribían Joyce, Carver y Bradbury en sus cuentos. Eran personajes sin características muy llamativas, pero se sentían todos humanos. Mi problema con los Bartleby siempre ha sido que me parecen caricaturas. Son personajes interesantes de leer pero me siento apelado por ellos en ninguna forma. Y por eso los casi anónimos me resultan tan atrayentes. Sin embargo, admito que aunque por lo general mis personajes van en esa línea, no son los únicos tipos de personaje que escribo (escribo mucho a mujeres curiosas, amigos extraños, entre otros). Pero en todos los tipos me gusta que haya eso: una psicología que se sienta humana, no de cartón ni de caricatura, aunque eso signifique, para algunos, no para mí, un potencial de caracterización que la literatura nos provee. De nuevo, no son los Bartlebly, soy yo.

  

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

Tampoco recuerdo cuál fue mi primer texto. Sé que en la primaria me gustaba escribirles historias a mis juguetes, que casi siempre eran figuras humanoides y, en lugar de ponerlos a hacer cosas, los formaba en fila y les construía historias. Otra escritura germinal fueron las cartas de amor, que compañeras y compañeros de la secundaria me pedían escribirles a sus conquistas, a quienes, para ironía de mi vida personal, siempre acababan hallando el amor con esas palabras ajenas (yo, en cambio, no lo hallé con las mías).

El primer cuento-cuento que recuerdo que alguna vez intenté escribir lo hice en la preparatoria, para un taller medio furtivo de escritura al que yo asistía al salir de clase. El profesor nos pidió, al final del primer semestre, que hiciéramos un cuento de si no mal recuerdo unas cinco o seis cuartillas, que nos representara. Cuando presenté el mío, lo odió con todo su ser y me dijo que no volviera a escribir, pero volví al semestre siguiente y aquí sigo, escribiendo.

El cuento trataba de un chico con un amigo psicópata y ambos se enfrentaban al mundo, que en ese cuento era el director de la escuela que quería muertos a todos. El amigo psicópata lo mataba y el protagonista no lo juzgaba, aunque ya no pudieran estar juntos.

Supongo que todos caemos en lo casi autobiográfico cuando escribimos por primera vez.

 

Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

Siguiendo con lo que decía Fitzgerald, que uno cuenta la misma historia todas las veces, siempre esperando que los lectores quieran seguir leyéndonos… supongo que yo ya he reescrito esa historia muchas veces. Lo sigo haciendo. Y lo seguiré haciendo, en cuentos nuevos, mientras haya quien me lea o mientras siga sintiendo la necesidad de contármela a mí mismo.

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

Escucho a Max Richter. Dios… Llevo desde el 2015 escuchando a Max Richter, todos los días, y fue entonces que comencé a escribir como lo hago. Sospecho, y esto es algo que ya otras personas me han confirmado, que algo del ritmo minimalista y repetitivo del músico se coló en el ritmo de mi prosa y hasta en el ritmo en sí de las historias.

Otra cosa que hago, además de escucharlo, es no planear lo que voy a escribir. Si lo planeo, se muere. Mi última crisis vino de no saber aceptar que, aunque puedo ser muy analítico y planear muchos proyectos, planear cosas que en papel suenan increíbles, simplemente no me salen si las pienso con anticipación. Me recuerdo a mí mismo a ese cuento en el que un hombre escribía sus novelas en su cabeza y por eso ya no tenía necesidad de ponerlas en papel, porque eso sería reescribirlas y no había necesidad de hacer eso.

Me gusta tener solo una línea, una imagen, un personaje, y partir de ahí. Que mi cerebro vaya conectando los puntos que él solo va creando conforme escribo sin parar, como esta entrevista, en la que no he parado y ya me duelen un poco las manos, pero mi cerebro funciona así, supongo. Le gusta el impulso. No saber a dónde va. Claro que al final acabo editando mucho, conectando puntos que quedaron sin conectar, cambiando cosas… pero rara vez he escrito algo que no haga de tirón y logre gustarme. Quizá el borrador de mi novela es la única excepción, y me gusta menos, como historia, que mis cuentos.

En última instancia, creo que se trata de un ejercicio de creatividad: me gusta no tener idea a dónde voy y descubrir que al final sí la tuve. Por poner un ejemplo, es como si me gustara caminar por abismos donde no hay puentes, sino apenas un retazo de cuerda, y yo pongo el pie y jaló esa cuerda, y no caigo, y luego me aseguro de poner otra, no sé de dónde, y así un paso a la vez, hasta que el puente existe y, desde el otro lado, puedo decirle a alguien que me alcance, que encontré un lugar para los dos.


¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

Mi experiencia editorial ha sido muy accidentada. Si solo cuento los libros que son enteramente de mi autoría, han sido dos: uno no es propiamente un libro, sino una plaquette, y otro es mi primer libro de cuentos.

Con la plaquette fue todo muy confuso. Estaba muy emocionado y pensaba con el corazón, no con la cabeza. Estoy profundamente agradecido por la oportunidad, que me hizo sentir validado como escritor en cierta forma, pero la sufrí mucho. Todavía la sufro. Ojalá hubiera sido distinto para todos.

Mi primer libro de cuentos ha sido una experiencia radicalmente distinta. Con No hablaremos de muerte a los fantasmas me la he pasado increíble. He tenido un diálogo muy abierto con mi editor, con el que hablo prácticamente a diario desde que empezó todo, quien me ayudó a mejorar muchos de los cuentos del libro y me abrió el espacio para hacer más extensas las historias si lo necesitaba (el libro pasó de 38 mil palabras o algo así, a casi 46 mil, en la edición). Incluso agregué dos cuentos que no estaban ahí en el manuscrito original que él dictaminó. Respetó decisiones creativas que otros quizá no habrían apoyado. Ha sido una grata experiencia porque me siento acompañado y me siento escuchado y confío en que las promesas que se me han hecho van a cumplirse, en parte porque la relación ha sido excelente, y en parte porque yo ya no soy el mismo que editó aquella plaquette y dejó que todo se le saliera de las manos.

  

¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Honestamente no sé. Como editor de una revista, imagino que surgirán más proyectos así: gratuitos, independientes, hechos por amor al arte. Y los grandes consorcios editoriales seguirán devorando todo. Editoriales pequeñas tratarán de hacer lo suyo: algunas siendo como los primeros, con amor, y otras devorando incluso a sus autores.

Prefiero pensar en la escritura que en la edición. Pero imagino que algún día la autopublicación será la opción más viable para autores jóvenes o que se cansan de recibir rechazos en todos lados. Yo mismo iba a autopublicarme todos mis manuscritos de cuento. La edición le mata a uno el espíritu, como escritor. Al menos, si vives en los márgenes y no eres invitado a la fiesta. Supongo que a veces la edición son como esos libros que no son el lugar para uno: uno siente que deberían de gustarle, que son libros, a uno le gustan los libros y, sin embargo, no hay sitio, uno no cabe. Si no hubiera sido por Jovany, mi editor, mis fantasmas andarían seguramente en mi blog o en revistas, diseminados por ahí. Y habría sido feliz editándolos así. La autopublicación ya no es una opción que me moleste en absoluto. 

 

Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

Mi experiencia ha sido muy extraña: hasta ahora, me ha ido, en general, bien con los lectores. Suelo tener buena respuesta de quienes me leen, pero no de las editoriales. Así que yo no sé si algún día mi obra le gustará a las editoriales. No sé si me ayudarán a hacerla llegar más lejos, mi escritura, en términos de alcance lector.

En cuanto a lo que escribo: yo hago cuento, y seguiré haciendo cuento porque es lo que me gusta hacer. Mis cuentos son extraños, variopintos, personalísimos… un libro te lo hago de varios géneros y extensiones, otro de cuentos muy largos y rondando tangencialmente un sólo tema, otro de cortos, casi todos iguales, abordando la misma figura literaria… y así sigo. Ahora mismo estoy trabajando en un libro de cuentos donde cada cuento tiene una cold open y una tag: traducción, algo como la primera y la última escena de las sitcom. ¿Eso se ha hecho en cuento? Que yo sepa no. ¿Me dará un espacio editorial? Yo lo dudo.

Mi blog tuvo unas 25 mil visitas el año pasado, y cada año crece. Supongo que en mi mente sé que haya o no cambios en el mundo editorial, me acepten o no, siempre tendré un espacio para mí.

  

¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

Quisiera que algún día alguien que no tiene un lugar en el mundo lea mis historias y sienta que al fin lo encontró. Incluso si el lugar está lleno de muerte, si está lleno de gente que llora, de rupturas y de un mundo que amenaza con destruirlo. Creo que la mayoría de mis personajes, incluso de mis historias, hasta las más terribles, tienen algo de ternura, algo de compasión. Si esa persona logra sentirse cómoda en ese mundo, sé que al salir de él soportará este, que es peor, infinitamente peor; y sé que sabrá poner en él la ternura que se trajo de mis cuentos. Supongo que eso, la ternura, incluso frente a la muerte, como una bombilla que sigue encendida al romperse, aunque sea como una luz fantasma.

 

¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Todos tenemos procesos tan distintos como inspiraciones y necesidades. En última instancia, el único consejo que se me ocurre dar, aplicable sin importar quien, es que siempre hagan lo que sientan correcto, al momento de leer o escribir. Si sienten correcto leer novelas de mil páginas y abandonar los cuentos o no tocarlos nunca; o si, por el contrario, las novelas le repelen y no quiere obligarse a leerlas, aunque todos le digan que si no hace novela no publicará nunca sus cuentos… entonces significa que lo están haciendo bien. Están dejando que su corazón, su inteligencia, su creatividad y su intuición hallen su sitio, y si no escribimos para eso, si no escriben para eso, entonces para qué.


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