POÉTICAS PERSONALES: ESTEBAN GOVEA

 


Esteban Govea nació en Celaya, Guanajuato, en 1988. 

Actualmente es Doctor en Filosofía por la UNAM, dentro del área de Estéticas, pero yo lo conozco más como narrador por un cuento que le leí en la revista Espejo Humeante. Es también poeta y guionista, pues estudió guion de cine en el CCC. 

Algunos de sus cuentos obtuvieron menciones en los concursos 41 y 51 de la revista Punto de Partida de la misma UNAM, también en el 2° concurso Horroris Causa y en el concurso Encuentro de letras de ediciones Momo. 

En 2011 ganó la beca de guion de largometraje del IMCINE y fue incluido en El lejano Oriente en la poesía mexicana, antología compilada por la poeta Elsa Cross. 

Escribió Líneas paralelas, cinta de cifi que está en preproducción y que esperemos pronto vea la luz del día, o la luz de la pantalla de plata.

Su más reciente obra, la novela Nigredo, acaba de ser editada por Tierra Adentro. Se presentó en la FIL Zócalo recientemente y empieza a encontrar sus lectores, entre los que me encuentro y que leeré a fin de este año. Por el texto de la contraportada, suena de sumo interés pues además del título alquímico se sitúa en un Guanajuato todavía parte del virreinato de la Nueva España con tintes de horror cósmico, casi, casi mi mero mole.

El guion de la misma obra quedó finalista en el concurso de largometraje del GIFF en 2024. 

Igualmente, es autor de Los Onironautas y La poética robot y otros cuentos y La música cósmica que todos pueden adquirirse en Amazon bajo el sello de Editorial Grifo.

Así que sin más, descubran a este autor que promete y que sus lecturas sean felices.


¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?

En la primaria empecé a leer cómics de Spider-man porque me gustaba la caricatura de los años noventa. También tenía algunos libros de una colección llamada “Escoge tu propia aventura”, donde al lector se le presentaban opciones para seguir la trama.


¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?

Desde niño fui callado y dado a la introspección. Nunca fui bueno para el fútbol ni me interesó mirarlo en la tele. No es que fuera malo para los deportes: me gustaba el básquetbol y corría muy rápido; pero en cuanto al fútbol, era el típico morro que siempre volaba los balones, por lo que nadie quería juntarme. Tampoco tenía muchos amigos de niño, y pasaba el tiempo jugando con mis “figuras de acción” (uso el término irónicamente). Y, cuando te entretienes jugando con muñecos, es fundamental poder inventarles algo qué hacer. Así que desde entonces formulaba pequeñas historias que sirvieran de pretexto para que mis juguetes pelearan entre sí. Todo esto, supongo, me fue llevando hacia la lectura. 


¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia? 

Sí, fue Cien años de soledad, cuando tenía unos doce años. Lo tomé porque estaba aburrido en la casa de una tía. De hecho, se trataba del ejemplar de mi papá, que le había prestado a dicha tía. El chiste es que me puse a leerlo y de inmediato me sentí como hechizado por el lenguaje. Obvio, no entendía muchas palabras o frases enteras, pero había algo que me parecía bellísimo. Era, en retrospectiva, redescubrir el lenguaje, darme cuenta que no sólo servía para valerse de él, sino que podía además crear una belleza imponente. Lo mismo me pasó un poco más tarde cuando comencé a leer poesía. 

 

¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?

No. Leo cuando puedo y como puedo. 


¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?

El segundo tomo de los cuentos completos de Conan el Bárbaro escritos por Robert E. Howard, en inglés. Comencé con el primer tomo porque me llamó la atención el personaje, para variar un poco mi racha de lecturas de ciencia ficción y para empaparme de la literatura fantástica. Leí el primero y me gustaron varios cuentos, por lo que seguí con este tomo. 


En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?

Odio esta pregunta porque no sé cómo responderla. Creo que no hay un solo escritor que haya tenido mayor influencia que otros. Decidí escribir historias cuando leí Watchmen a los 15 años. Luego, durante mi juventud, leí mucho a Borges, a Cortázar, a García Márquez, a Bolaño, a Calvino, y quizás en algún momento buscaba imitarlos. Pero esa fase pasó hace mucho. Quien lee Los onironautas notará acaso una mayor influencia de Philip K. Dick o de Lovecraft, aunque fueron, en mi caso, lecturas muy posteriores. Y, por lo menos en mi caso, por deformación profesional, mi escritura está muy influida por obras e ideas filosóficas, de modo que a los antecedentes estilísticos y formales habría que añadir también una lista de influencias meramente conceptuales. 


¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?

Fue difícil. Empecé a escribir en un momento en México en que la literatura de género era mal vista, no como ahora que comienza a ser tema de estudios académicos. Pesaban demasiado ciertos modelos de literatura realista que a mí no me interesaban. Mis referentes literarios no sólo tenían un gran estilo, agradable de leer, sino que tenían ideas seductoras, fantásticas, filosóficas, místicas, etcétera. No fue una elección consciente, más bien un asunto de afinidades electivas: las historias que se me ocurrían solían ser fantásticas o de ciencia ficción, pero también quería alcanzar una prosa que brillara por sí misma. Me desagrada la prosa utilitaria de ciertos escritores de bestsellers anglosajones, que describe los acontecimientos con claridad, pero no seduce al lector, ni sugiere algo más que lo que está escrito, ni juega con el lenguaje.   


¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?

No baso mi construcción de personajes en ningún personaje literario ni ficticio. Sigo una técnica que ayuda a construir personajes multidimensionales.

 

¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?

Descartando mis pininos infantiles, como una dizque novela que comencé a los 12 años, y mis incipientes poemas de adolescencia que hace tiempo confié a las llamas, mis primeros textos fueron poemas y cuentos que escribí en la universidad. De ellos, el primero que no me da vergüenza, mi cuento Mantarrayas, surgió porque una maestra de la materia de estética nos dio permiso de entregar un proyecto creativo como trabajo final. Escribí ese cuento, cuya idea tenía desde hacía unas semanas, y fue el primero que me publicaron y con el que gané mi primera mención en un concurso, allá en el 2010. Ese mismo año estaba ya estudiando guion de cine, con lo que adquirí muchas herramientas que sigo utilizando hasta la fecha. 


Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?

Probablemente ni siquiera lo escribiría ahora. Es una obra de juventud y está bien que se quede así. Creo que hoy me interesan temas diferentes y me acerco de una manera distinta a esos temas. Pero, para no evadir la pregunta, quizá hoy lo escribiría con menos dramatismo, sin tanta pretensión. 


¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?

No tengo rituales. Me gusta escribir en la penumbra, con algo de música, de preferencia con alguna cerveza, café o algo rico de beber. Técnicas sí tengo muchas. Soy un escritor planificador, me valgo de escaletas, fichas de personaje, argumentos desarrollados y, sobre todo, muchos, demasiados documentos que son como vómitos de ideas y se leen como un diálogo donde discuto conmigo mismo sobre los temas e ideas de mis escritos. También me gusta seguir el proceso de Lajos Egri, quien prescribe formular una premisa que contenga principio, desarrollo, desenlace y tema de la obra. Me gusta pensar que es como una semilla, algo muy condensado que, no obstante, rige el desarrollo material de una obra mucho más grande.


¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?

Me publicaron cuentos y novelas cuando estaba en la universidad y después, para cumplir con mi servicio social, me desempeñé como corrector de estilo y redactor ocasional de la revista Consideraciones, de la UNAM. Más tarde, tras escribir mi novela Los onironautas, busqué una casa editorial y logré firmar un contrato con una, pero luego vino la pandemia, se canceló el contrato y me vi forzado a lanzar mi libro bajo mi sello editorial independiente, Grifo. Así aprendí maquetación y otros procesos editoriales. También, como cualquier mortal, he enviado textos a convocatorias, y a veces son seleccionados y publicados . En 2023 Tierra Adentro eligió mi novela Nigredo para su publicación. 


¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?

Creo que va a ser híper diverso, con un montón de nichos y autores pequeños y medianos, y algunos autores muy, muy grandes, donde la edición digital convivirá con el libro físico. También me temo que será un mercado más pequeño que ahora, a menos que se revierta la tendencia a la baja en cuanto a la lectura. A eso hay que añadirle que el (la) escritor(a) tendrá que competir por espacio y reconocimiento con gente del ámbito de la creación de contenido y de los medios audiovisuales, porque para el duopolio editorial dominante tiene mucho más sentido invertir en nombres conocidos por el público que en nuevas voces. Estas últimas buscarán refugio en editoriales independientes cada vez más pequeñas y especializadas. 


Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?

Me gusta pensar que sí, pero probablemente no. A menos que Guillermo del Toro por fin responda mis mensajes en redes sociales y me dé un chilión de dólares para adaptar Los Onironautas, a raíz de lo cual el duopolio editorial seguro me compraría los derechos para una edición masiva.  


¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?

Antes me importaba demasiado eso. Ahora, no lo sé. Todo acto humano es un surco en la arena. Creo que es más sano dejar de pensar en el futuro, máxime cuando hablamos del tiempo después de la breve estancia de que uno goza en este mundo. Los epicúreos decían que la muerte no nos concierne porque, cuando estamos nosotros no está ella, y cuando ella llega nosotros nos vamos. Lo mismo puede decirse del legado. No me importa demasiado lo que quede de mí cuando me muera; ya no estaré allí para verlo. Pero sí puedo decir que tengo que escribir. En primer lugar, porque me gusta; en segundo lugar, porque no sé hacer otra cosa; por último, porque soy miserable cuando no lo hago. 


¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?

Que es más importante el trabajo que el talento, y que ese trabajo es mejor cuando sigue una técnica. En griego antiguo la palabra para “arte” es “techné”. Uno no puede pretender erigir una catedral sin saber lo que es una piedra angular; así como uno no puede dárselas de narrador sin haber aprendido los fundamentos del drama. También le diría que recuerde a Spinoza: “todo lo excelente es tan difícil como raro”. La mención al filósofo holandés no es gratuita: él vivió en el ostracismo por sus ideas, reducido al oficio de pulidor de lentes. A veces la vida de un escritor se siente así, y se necesita mucha convicción y hasta terquedad para seguir. Y claro, también se necesita una fuente de ingresos, porque escribir no va a poner comida en tu mesa. 

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