POÉTICAS PERSONALES: ALBERTO CHIMAL
Alberto Chimal es uno de los escritores mexicanos más destacados de las últimas décadas. Es mayormente conocido por el sitio web Las historias que recientemente cumple su aniversario veinte y, entre muchos jóvenes autores, como maestro de diversos talleres de narrativa y microficción.
De hecho fui uno de sus ya centenas de alumnos, en mi caso en lo que fue la SOGEM-Metepec, ahora convertida la Escuela de Escritores del Estado de México Juana de Asbaje, dirigida por la poeta Flor Cecilia Reyes. Alberto, que por cierto es oriundo de la ciudad de Toluca, creería yo, es el maestro más querido de la institución, pues su fama local ha trascendido los límites del Xinantécatl y el Cerro de las Cruces y ahora abarca la extensión entera del país.
Recuerdo como tallerista que Alberto era dedicado en la escucha del texto, y sus sugerencias, o su crítica, aunque muchas veces demoledora, siempre fue justa. No recuerdo bien qué dijo de mis textos, aunque me gusta creer que no le parecieron tan mal, y quizá en algún folder enterrado en el fondo de alguna caja podré encontrar la copia con sus anotaciones, tachones, correcciones.
Por otro lado, aunque no fue mi tiempo, me conecta a él el Centro Toluqueño de Escritores, del que fue becario y que inauguró su vida como escritor al obtener un premio para uno de sus primeros libros de narrativa. Cuando yo llegué al CTE, él ya tenía fama y radicaba en la CDMX y publicaba La torre y el jardín, que me pareció, cuando la leí, una novela extraña y sórdida, pero sumamente interesante, y que, con las distancias bien guardadas, me recuerda, cuando la pienso, en La vida, modo de empleo de Georges Perec por aquello del edificio de voces polifónicas que cuentan una historia laberinto y compleja.
Algo que le debo sin duda es mi descubrimiento de Francisco Tario y quizá en menor medida, porque me dejaron en visto, la idea de mandar mi primer manuscrito de cuento a Marcelo Uribe, de ERA, por haberle leído y adorado su libro Grey, publicado por dicha editorial. Todavía mi biblioteca posee la copia de ese delgado libro de hagiografías increíbles y de escritura iconoclasta.
Obviamente el currículo de Alberto es amplísimo y seguro podría enlistar aquí premios y publicaciones, pero creo que Chimal, el Chimalazo (expresión que usábamos en el taller cuando criticaba nuestra obra) no requiere mayor introducción pues su prestigio le precede. Y si alguien no lo conoce todavía, debo decir que qué tardan para ir a buscar sus textos y sus libros, pues su lectura es luminosa y abre horizontes insospechados. A mí, por ejemplo, un gusto por el weird y por la experimentación.
Así que los invito sin más a descubrirlo o redescubrirlo y que sus lecturas sean más que felices.
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¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?
Ahora tengo la impresión de que fue muy peculiar, aunque en ese tiempo no tenía manera de comparar mi experiencia con ninguna otra. Aprendí a leer por mi cuenta cuando iba al jardín de niños, pero aprendí en casa, viendo Plaza Sésamo. Aquel programa de televisión fue muy importante para mí porque me dio acceso a los libros que había en la casa, y que me daban mucha curiosidad. Mi mamá era lectora de thrillers, pero llevaba también otros libros, que le vendía un marchante en el hospital en el que trabajaba. Ella no siempre los leía, pero yo los leí casi todos.
¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?
El ejemplo de alguien más leyendo y, sobre todo, el acceso a los libros. Ya tenía el antecedente de que, en mis primeros años, mi madre y mis tías me leían cuentos en voz alta. Sabía de un modo muy sencillo qué es una historia. Cuando entré a la escuela, ellas dejaron de leer para mí, y no insistieron en que yo leyera por mi cuenta, pero jamás me negaron el acceso a ningún texto de los que había en la casa. Con eso fue suficiente.
¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?
No estoy seguro de cuál fue ese primer libro, así que he tomado como “primero” uno con el que tengo muchos recuerdos. Se titula Mitos y leyendas y es una colección de cuentos ilustrados en gran formato y encuadernada en tela. De chico no podía levantarla así que la arrastraba de un lado a otro. La leí muchas veces y aún la conservo. Las ilustraciones son de estilo diferente según el lugar de procedencia del texto. Ahí leí por primera vez el cuento de Urashima, el muchacho que bajó al palacio del Rey del Mar y viajó sin querer al futuro, y también el de Basilia, la bruja Baba Yaga y sus hijos, que son la Noche y el Día. ¡Ah! Y también viene una versión resumida de El anillo de los nibelungos. No estaba preparado para nada de eso y lo agradeceré siempre.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?
Actualmente, no. Mi trabajo (por la libre al fin, y en un entorno precario) se ha vuelto muy desordenado con el paso de los años, así que me cuesta apartar tiempo y espacio regularmente para leer. Eso sí, siempre tengo varios libros en marcha, y usualmente los alterno.
¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?
Ahora mismo (bueno, antes de comenzar a escribir estas respuestas) estaba leyendo Un caracol en la Estigia, una antología de cuento estadounidense reunida por Ana Rosa González Matute y publicada por Aldus. Es un libro que apareció en México en 1998 y que tengo desde entonces, pero que no había leído, no sé por qué. Tiene cuentos de aspiración experimental; varios me están gustando mucho. Y la verdad es que lo elegí porque estaba en un montón de libros en el fondo de un librero que estaba ordenando. ¡No lo había visto en años!
En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?
La obra es Ficciones de Jorge Luis Borges, porque cuando leí ese libro estaba tan lejos de todas mis lecturas previas, era tan diferente, que para mí fue como el abrirse de una puerta enorme: a muchas posibilidades nuevas de contar y de imaginar al mismo tiempo. Hay otras autoras y autores que adoro, como Edgar Allan Poe, Angélica Gorodischer, Amparo Dávila o Mario Levrero; pero gracias a Borges tuve las herramientas y el ánimo para entenderlos mejor a todos.
Por otra parte, al hablar de un escritor tengo que mencionar a David Huerta, que además de ser gran poeta fue un maestro magnífico. Aunque yo mismo no escribo poesía, David me enseñó más que nadie: gracias a él aprendí acerca del lenguaje, la tradición, el impulso creativo y el valor y la humildad del trabajo de la escritura. Me cambió la vida.
¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?
Más bien pasó al revés: las lecturas de mi infancia y de mi juventud se decantaron en mí. Siempre he sentido que la imaginación y la libertad creativa están en el centro de lo que más me importa hacer. Yo estaría contento con llamarlo simplemente “literatura fantástica”, siguiendo el ejemplo de Borges. Sin embargo, el término ya no significa lo mismo que en el siglo XX: es más estrecho, lo que ahora nombra (qué se yo, Juego de tronos, Harry Potter) no me gusta, y además crea falsas expectativas en quienes llegan a oír de mi trabajo. Creo no ser la única persona en esta situación porque en las últimas décadas se han popularizado otros “géneros” (weird fiction, literatura de imaginación, literatura especulativa) que intentan nombrar modos de escribir e imaginar distintos de lo que se ha vuelto obvio y adocenado. Me gustaría poder hacer como Stanley Kubrick, que se apoderó de varias etiquetas de género a lo largo de su carrera e hizo lo que quiso con ellas, o como Mariana Enríquez, que tiene a su disposición una etiqueta amplísima (la literatura de terror) a la que puede dedicarse con constancia y que le da espacio para innovar y destacarse.
¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?
Hay varios, una vez más, pero uno en el que pienso mucho es Próspero, el protagonista de La tempestad de William Shakespeare. Lo vi primero (gracias a David Huerta) en Los libros de Próspero de Peter Greenaway, que es una especie de carnaval gay desvergonzado y maravilloso y cultísimo. Al ir de allí a la obra de teatro original, descubrí que Greenaway había inferido o imaginado mucho a partir del texto sin contradecirlo nunca. En la película, incluso, el cineasta se inventó un catálogo de los libros de magia de Próspero, que en sí mismo es una serie hermosa de minificciones y se puede leer de forma independiente. A partir de esta lectura me convencí de que todo personaje puede entenderse como una colección de detalles, pero a la vez necesita (y puede tener) profundidad, multiplicidad y consistencia.
¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?
Intenté terminar un cuento durante muchísimo tiempo. Además de que realmente no sabía cómo hacerlo, y de que se me atoraban los dedos en la máquina de escribir de la casa (lo cual era muy molesto), tenía la idea de que el texto debía salir perfecto de un tirón. Tuve que convencerme de que eso no es cierto, de que se valía corregir o avanzar por etapas, para poder completar la historia: un relato muy sencillo de ciencia ficción. Eso ocurrió cuando yo tenía 14 años.
Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?
Mandé aquel cuento a un concurso, no ganó nada (por supuesto) y, como no tenía copia, se perdió. Creo que no lo reescribiría porque se me partiría el corazón al intentarlo. Debe haber sido un texto muy malo, pero era lo mejor que podía hacer en el momento. Prefiero recordar que fui tenaz y por lo menos conseguí terminarlo.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?
Tener música de fondo me ayuda a concentrarme. Me he hecho algunas listas de reproducción “generales” y otras pensadas específicamente para tal o cual proyecto. Otras veces pongo películas: no para verlas, sino para tener algún ruido de fondo. Por ejemplo, he escuchado El resplandor de Kubrick unas 400 veces, porque la usé para el proyecto de un libro de cuentos de terror. (Desde aquí le pido perdón, una vez más, a mi esposa, Raquel.)
¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?
Tuve la suerte de ganar un concurso municipal de literatura en Toluca, mi ciudad natal, cuando tenía 16 años. El libro que completé gracias al premio fue publicado por el ayuntamiento de la ciudad. Es otro de mis textos ya perdidos, pero el gusto de haber ganado un concurso me dio impulso para persistir durante años.
¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?
Este momento es crucial para la edición, la literatura y a lo mejor hasta los conceptos mismos de escritura y lectura, debido a la llamada inteligencia artificial generativa. La tecnología está apuntalada por una especulación financiera de miles de millones de dólares y se le promueve como si su adopción fuera inevitable. No importa si se trata de un fraude o no. Si la humanidad se convence de que no tiene opción, no sería imposible que termináramos resignándonos a lo que producen los modelos de lenguaje a gran escala como ChatGPT y que grandes poblaciones abandonaran definitivamente la idea de que los seres humanos pueden (o necesitan) escribir y leer. Suena apocalíptico pero no me parece imposible: no sería la primera vez que una habilidad humana es mercantilizada y suplantada.
Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?
Si llegamos al cambio horrible que mencionaba antes, no tendrá ningún sentido preocuparse por mi trabajo ni por ningún otro, salvo para tratar de preservar tanto como sea posible de escritura humana y evitar que se pierda entre la basura digital. Por el momento, desde luego, estoy muy interesado en preguntarme por esas posibilidades de futuro y trataré de seguir haciéndolo en mi propio trabajo.
(Ya he escrito varios textos sobre el tema, incluyendo un libro entero de cuentos, Las máquinas enfermas, que tiene que ver directamente con la intervención de la tecnología y sus dueños oligarcas en la vida contemporánea.)
¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la literatura?
Puesto a pedir, me gustaría que mis libros fueran leídos dentro de mil años, aunque fuera por especialistas en una lengua muerta, o como precursores remotos de algo brillante de aquel tiempo. Entiendo que eso no va a suceder, así que me conformo con que más personas encuentren mi trabajo ahora, en especial si pueden entrever lo que está en su centro más oculto: lo que yo mismo no puedo expresar, y sin embargo es lo que más me motiva a escribir.
¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?
Que no deje de practicar. Que sea paciente, porque nada se logra tan rápido como uno quisiera. Y que no tenga miedo a lo que puede hacer el lenguaje dentro de su propia conciencia.
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