POÉTICAS PERSONALES: DEMIÁN GARCÍA
A Demián García lo conozco como periodista cultural y como presentador en diversas ferias y eventos de libro, y por eso ha sido, también para mí, querido lector, un descubrimiento genial saber, por medio del la entrevista POIESIS, que él además es también un entrevistador fino del mundo literario y un incipiente poeta y ensayista que cultiva con parsimonia y seriedad, paso a paso, letra a letra, como a veces se hacen las mejores cosas, lentamente.
Le he leído ya varias reseñas y creo firmemente que una buena reseña es un artefacto literario muy potente si te provoca la curiosidad, la voluntad libre, de buscar ese texto del que habla. Así me ha sucedido con varios libros que reseñó, el más reciente de Crosthwaite o de Gabriela Cabezón Cámara o el de Elisa Díaz Castelo. Ahí su escritura, me ha parecido, es como aquel machete que en un camino enmalezado va desbrozando camino con seguridad hasta el claro más profundo.
También, y esto lo intuía, es un lector de poesía, pues su prosa refleja una cierta música. Escribe para diversas publicaciones, por ejemplo revista Purgante, aquí encuentran algunos de sus textos, y tambien en Diario 24 horas, aquí está una muestra también.
Como miembro del equipo de Purgante, aparece en el libro antológico Puentes, publicado por Editorial Gato Blanco.
Así que los invito sin más a leer su producción y a descubrilo más como yo, que sus lecturas sean claras y felices.
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¿Cómo fue tu descubrimiento de la lectura y de los libros?
Ante todo, tardío. Al menos el que reconozco como “verdadero” descubrimiento. Desde muy pequeño conviví con los libros, pues mi abuelo es un ávido lector y su biblioteca personal era vasta. Sin embargo, leía más bien esporádicamente, versiones terribles de los clásicos, como las que hacía (o hace, no sé) Selector. Pienso ahora que mi primera lectura consciente, que me causó obsesión inexorable con lo que hasta ahora considero elemental en mi vida, es decir la literatura, la lectura y los libros, fue Diablo Guardián de Xavier Velasco. Un autor que, confieso, he dejado de leer.
¿Cuál dirías que fue la razón principal que te convirtió en lector?
No creo tener respuesta para ello, al menos no algo concreto. En su momento, un episodio depresivo complejo. El lugar común del escape. Pero es verdad que las razones nunca son las mismas. Uno se convierte en lector simple y sencillamente porque ahí encuentra algo que en otros lugares no. ¿Qué es? A saber, pero quizá por eso sigamos leyendo, para descubrirlo alguna vez.
¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído por elección propia?
El título. Es el libro que mencionaba en un principio, el de Xavier Velasco. Para mí era un mamotreto en ese momento, pero algo me atrajo. Me obsesionó para siempre la pericia de los personajes, que hasta ahora recuerdo con cariño, aunque en realidad sean todos, o casi todos, unos miserables.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer?
Me gusta mucho leer en el transporte público, o en algún café. Pero no tengo mucho tiempo, y cada vez uso menos el metro o algún otro medio. Y manejando, vamos, es todavía imposible. Quizá mi ritual, para sentir que en verdad he leído, es rayar y anotar cosas en todos los libros. Me encanta intervenirlos, hacerlos míos. No creo en esa cosa mística y santa de que son objetos sagrados y no deben ser pintarrajeados.
¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir dicho texto?
Ahora estoy releyendo Las niñas del naranjel de Gabriela Cabezón Cámara porque la entrevistaré (o habré entrevistado ya). Es un libro fenomenal. Quizá de lo mejor que se ha escrito en Latinoamérica en lo que va de la década.
En tu formación como escritor, ¿qué libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué?
Me viene a la mente Aura de Carlos Fuentes y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. También la poesía de Charles Baudelaire, y algunos títulos clásicos de los beatnik: Yonqui, En el camino, Aullido. Son los que ahora podría decir de hace años. Sin embargo, creo que la literatura que se ha escrito en los últimos 20 años en Hispanoamérica ha repercutido bastante en mí por la cercanía, la horizontalidad, el contexto. El mundo en el que vivimos, pues. Es menos abrumador digerirlo a través de la literatura. Respecto a estos autores que digo, bueno, ahí tienes a Alejandro Zambra, a Liliana Colanzi, a Fernanda Melchor, a Cristina Rivera Garza, la misma Cabezón Cámara, Elisa Díaz Castelo, Nona Fernández, Mónica Ojeda. La lista es larga.
¿Cómo te decantaste por el género favorecido por ti a la hora de escribir?
Nunca sé qué es lo que voy a escribir. Es mi única verdad. Me gustaría siempre escribir poesía, pero cada vez me es más complejo terminar un poema. No sé si soy bastante exigente conmigo mismo o de plano me considero muy malo. Últimamente sólo estoy enfocado en entrevistas con escritoras y escritores, cosas relacionadas con las coberturas del día a día en la redacción de los diarios donde trabajo. Es verdad que he empezado a escribir muchas cosas, ensayos, sobre todo, pero están ahí, cociéndose. No suelo ser veloz, me tomo las cosas con extrema calma.
¿Cómo sucedió la escritura de tu primer texto?
Quizá casualidad, quizá algo de inspiración. En realidad, no recuerdo lo primero que escribí, si soy sincero. Creo que fue un poema. Lo primero que se publicó en un medio digital sí que lo recuerdo; fue un texto sobre cine… pero ya no existe el sitio y no tengo registro. Me habría gustado leerme de nuevo para pasar un bochornoso momento, porque seguro que era bastante fatal. Puedo afirmar, por otro lado, que desde entonces no he dejado de escribir, para bien y para mal.
Si pudieras reescribir tu primer texto, ¿qué harías diferente/igual y por qué?
Seguramente cambiaría un sinfín de cosas, porque no tenía las herramientas que tengo ahora. Vamos, que tampoco son vastas o de un ingenio prodigioso, pero me va bien con ellas. Me calma no saber cuál fue ese primer texto porque reposa en paz en algún rincón de este mundo. Y eso está bien. Por algo había que comenzar.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para escribir?
Usualmente los horarios. De noche, o muy temprano. Con el tiempo he modificado mis rutinas. Mi día comienza alrededor de las cinco de la mañana, entonces, es obvio que para la noche tengo todo menos energía o cabeza para escribir. Pero siempre hay momentos. Y mi cosa ritualesca es que siempre escribo primero en alguna de mis libretas y me edito cuando lo paso a un documento en la computadora. Me sirve para editarme y para no perder la costumbre bella de mancharme las manos de tinta. Podría agregar que soy obsesivo con guardar los documentos: he podido hallar incontables copias de un mismo archivo en diversos lugares.
¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?
Gracias a Ricardo López Si, director editorial de Revista Purgante, ahora amigo muy querido. Le mandé una colaboración al correo de la revista y hubo un intercambio de comentarios y al final salió un texto, días antes de que nos recluyeran por la pandemia. Tiempo después incluso salimos de lo digital y gracias a la gestión y esfuerzo suyo, así como de Miguel y Diana, también miembros del consejo editorial, se publicó Puentes, con Editorial Gato Blanco. Reunieron ahí textos de todos los colaboradores y recorrimos todos los géneros: cine, entrevistas, música, ensayos. Tenía tiempo sin recordar esa historia y ese momento. Te agradezco de veras por hacérmelo recordar. Ya después vino la oportunidad de unirme a los otros diarios donde laburo, y, bueno. Como nos gusta decir: seguimos avanzando.
¿Cómo imaginas el mundo de la edición en los siguientes años?
No soy precisamente optimista, pero imagino que sobrevivirá como lo hace ahora. Siempre hemos sabido salir adelante a pesar de las decisiones de mierda que toman unos cuantos que ponen primero el valor monetario. Creo que todes entendemos que es una industria, pero parece que son alérgicos a la ética y al profesionalismo. No me refiero a todos, claro, porque he tenido la oportunidad de conocer a gente que trabaja tras bambalinas y sé que intentan hacer algo mejor; sin embargo, desafortunadamente, en esto pesan más las malas prácticas y las malas decisiones. En tanto creo que, mientras sigan surgiendo editoriales independientes, podremos seguir navegando. Hay muchas, pero quisiera destacar, por ejemplo, a Polilla y a Elefanta, porque me parece que sus catálogos son bellísimos. Tienen un ojo brutal para elegir autoras y autores. Por eso les ha ido tan bien.
Dadas las posibilidades editoriales futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus perspectivas/alcances?
Creo que como autores publicados en editoriales independientes siempre estamos sujetos al cambio sustancial en los alcances. No así en las perspectivas, porque sería de algún modo renunciar a la autonomía. Creo que es una observación-pregunta bastante general, acaso sin respuesta. Podemos afirmar o negar cualquier cosa, pero la realidad es que en estas cosas uno hace lo que puede con lo que tiene, siempre. Sobre todo sin los reflectores que tienen las vacas sagradas de la Literatura, así con mayúsculas.
¿Qué le recomendarías a un autor que apenas comienza y que te ve como inspiración?
Que lean como locos, obsesivamente. Vamos, que no es requisito irrenunciable leer antes que escribir, pero el favor que se hace uno es inmenso, porque el escrutinio pasa factura, y somos francamente crueles cuando criticamos a alguien. Nos ha consumido de lleno el terror que permea en redes sociales. Y, bueno, escribir también ayuda, por supuesto, escribir lo que sea, como sea, donde sea. Finalmente, diría que ayuda siempre tener con quien compartir las ideas y los proyectos, gente cercana que pueda decirnos sin temor que lo que estamos escribiendo es una basura o va muy bien, pero críticamente. Hay que tener estómago, no porque la gente sea cruel o no tenga tacto, sino porque no siempre vamos a escuchar lo que deseamos. Son todo obviedades, quizá, pero por lo mismo siempre se olvidan. Si pudiera agregar algo, quizá demasiado importante, es tomar talleres con escritoras y escritores o gente especializada en ello. A escribir también se aprende, por más que nos intenten vender otras ideas.
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