POÉTICAS PERSONALES: OMAR NIETO
En mi casa había
poca literatura pero varias enciclopedias con historia de la literatura y
relatos de grandes autores. Recuerdo leerlos una y otra vez. Verne, Salgari y
Poe fueron lecturas que funcionaron como el canto de las sirenas.
¿Cuál dirías que fue la razón principal que
te convirtió en lector?
La posibilidad de
un acto recíproco de creación, de echar a volar la imaginación. La lectura no
fue escape ni refugio sino un arma para jugar a ser demiurgo.
¿Recuerdas qué te atrajo del primer libro leído
por elección propia?
Fue Historias extraordinarias de Poe. La
tensión, el suspenso, el gato tras las paredes, la guillotina-péndulo a punto
de caer, el tonel del amontillado, el misterio, y la posibilidad de que
existiera un mundo más allá de lo cotidiano.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica específica para leer? Soy muy ordenado para mis lecturas. Compro muchos libros, sobre todo de viejo, y pongo los más urgentes en un librero cerca de mí. Los voy tomando como en una cita amorosa largamente esperada.
¿Qué lees ahora y qué te llevó a elegir
dicho texto? En la actualidad leo dos cosas: mucha sociocrítica, en
concreto, a Lukács, y novela sobre narcotráfico, debido a que trabajo una
teoría de este registro literario. Asimismo, a China Miéville, a Neil Gaiman y
a otros ejemplos de lo que llamo “fantástico posmoderno”. Mi ucronía sobre la
Conquista descansa sobre este último presupuesto. Estos dos causes algún día
confluirán.
En tu formación como escritor, ¿qué
libro/escritor ha tenido mayor influencia en tu obra y por qué? Manhattan Transfer de John Dos Passos.
Mi fractalidad deriva de ello. El que la ciudad sea la protagonista, que se
escuchen las cientos de voces para “atrapar” la época en la que nació Nueva
York, se me hace una idea maestra de la narrativa. El no narrar de forma
cronológica, como sucede en mi obra, nació de esta lectura en la que la totalidad
está fragmentada.
¿Cómo te decantaste por el género
favorecido por ti a la hora de escribir?
Tengo dos
obsesiones: la violencia y la imaginación. Quizá sean extensiones de mí mismo,
pero lo es porque sólo estas dos fuerzas transforman lo ordinario.
¿Qué personaje literario ha marcado tu construcción de personajes y cómo ha sido eso?
Tal vez Ana Karenina de Tolstoi. Si algo logra dicho maestro es generar un
mundo a partir de esa subjetividad. La mente de Ana es un mundo. Eso me ha
permitido crear lo mismo a Celeste Ramírez que a Cuitláhuac. Yo concuerdo con
Lev: el universo ruso acontece desde la mirada de Ana.
¿Cómo sucedió la escritura de tu primer
texto?
Publiqué mis
primeros cuentos a los 13 años en el periódico Voces de la noche de la ciudad de Puebla, donde nací. Por
desgracia, mi madre no guardó esos ejemplares pero yo conservo los originales a
máquina. Uno de esos relatos, la leyenda familiar de “las abejas” junto al río
Papaloapan contada por mi abuela, me marcó; tal como sucedió con García
Márquez, a mí lo sobrenatural me viene de familia y es natural como el propio
acto del habla.
Si pudieras reescribir tu primer texto,
¿qué harías diferente/igual y por qué?
Nada diferente.
De hecho planeo meter ese texto a mi próxima obra como un ejercicio de un
cuento dentro de una novela. El paso del tiempo no puede borrarse.
¿Tienes algún ritual/preferencia/técnica
específica para escribir?
No escribir una
sola línea antes de que el volcán haga erupción. Suelo pensar en mis personajes
como personas y en mis tramas como historias impostergables. Pero las contengo
en un dique hasta que el río se desborda y entonces llega el proceso de
escritura como torrente cuyo cauce hay que corregir tarde o temprano. Soy muy
nocturno. Leo en el día, escribo en la noche. Ese es mi estado natural. No
siempre se puede, pero me significa el paraíso.
¿Cómo sucedió tu ingreso al mundo editorial?
Sucedió al
resultar finalista en 2012 del Premio Letras Nuevas de editorial Planeta con mi
primera novela Las mujeres matan mejor,
publicada en el 50 aniversario de Joaquín Mortiz (2013), y reeditada en 2021 por
Booket. Para entonces ya había publicado varios cuentos en antologías pero el
que apareciera un “joven escritor” de 38 años supongo que llamó la atención
pues llevaba tiempo trabajando en mi estilo en talleres con autores como Pablo
Soler Frost, Eduardo Antonio Parra, Luis Humberto Crosthwaite y Daniel Sada,
pero sobre todo porque para entonces ya había dado clases de literatura en el
Claustro de Sor Juana, en el Tec de Monterrey y ganado la beca de la Escuela
Mexicana de Escritores y del Centro de Lectura Condesa del INBA, además de
estudiar letras en la UNAM. Luego gané el Premio Guillermo Rousset Banda y una
mención honorífica en el Premio Sor Juana, pero en todos esos casos, yo llevaba
dos décadas dedicado a escribir. Publicar sólo fue una consecuencia de esa
pasión.
¿Cómo imaginas el mundo de la edición en
los siguientes años?
Igual que ahora:
anhelando nuevos lectores, compitiendo contra las narrativas de las plataformas
digitales y publicando en papel, como uno de los pocos vestigios del pasado
humano en un mundo casi virtual.
Dadas las posibilidades editoriales
futuras, ¿crees que tu propia obra tendrá un cambio sustancial en sus
perspectivas/alcances?
Sí. Ya sucedió
con la sorprendente reedición de Las
mujeres matan mejor en libro de bolsillo, ya que se trata de una novela
sobre narcotráfico. Ni este tema desapareció, ni pasó “de moda” y mucho menos
generó más violencia, como adujeron en su momento. Su reedición abona a una
tradición que tiene más de medio siglo en la narrativa de nuestro país y que es
por completo desconocida por los ojos inmediatistas de la crítica literaria. Lo
mismo sucederá con la idea estructuralista de lo fantástico, con la ucronía de
la Conquista y con el tema de la memoria: el tiempo dirá si tienen vigencia.
¿Cuál quisieras que fuera tu legado en la
literatura?
Ninguno: que se
diga que escribí lo que quise, que quisieron olvidarme pero no pudieron y que
el tiempo dictó la última palabra.
¿Qué le recomendarías a un autor que apenas
comienza y que te ve como inspiración? Que sea fiel a sus obsesiones, a su
neurosis y a su vocación. Que recuerde que el peor mal del mundo es el olvido.
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